Acerca de Dios, imposibilidades y negaciones

Acerca de Dios, imposibilidades y negaciones

Creo que Dios nos “hizo una faena” (aquí decimos “nos echó una vaina”)  cuando nos otorgó la facultad de pensar y decidir, careciendo –como carecemos- de suficiente conocimiento de causas y, por tanto, de sus efectos. Ni sabemos lo de antes ni lo de después.  Descartes, el filósofo y matemático francés (1596-1650), creador de visiones modernas del pensar, escribía en una carta a la Sorbona, fechada 1641 –apenas nueve años antes de su muerte- que “Todo lo que de Dios se puede saber, se conoce por razones sacadas de nosotros mismos y de la sencilla consideración de nuestro espíritu”. Otro pensador más reciente y cercano a nuestra zona, Ezequiel Chávez, nos dice que: “ Quienes empeñados en descubrir a Dios sin encontrarlo, no advierten que lo infinito no puede ser encontrado cuando se pretende encerrarlo en lo finito”. Volviendo a Francia y a Descartes, agregaré que en el Prefacio de sus Meditaciones Metafísicas nos dice: “Combatir la existencia de Dios depende de la falsa suposición que le atribuye a él  las afecciones humanas o creer que podemos comprender lo que Dios debe y puede hacer”.

Yo creo que la vida es un pedazo de un todo que empezó antes y continúa después.

Cuando dirigí por primera vez el Poema Sinfónico de Franz Liszt “Los Preludios”, más que la maravillosa música, me impresionó su referencia a las Meditaciones Poéticas de Lamartine, notables en la primera página de  la partitura orquestal: “Qué otra cosa es la vida sino la primera nota de esa sucesión de preludios a eventos cuya primera nota es entonada por la muerte?”

Es que ajustó con mi pensamiento innato: La vida es un pedazo de un todo. Empezó antes y continuará después. No es un capricho de un Dios veleidoso, es seguimiento a un proceso establecido. El mundo, el Universo no es recreado, está. Está creado por Dios con sus leyes. Lo que me atrevo a afirmar es que el Creador no es veleidoso.

 Respeta sus leyes, sus decisiones primarias, porque las consideró buenas. Posiblemente entre todos los enredijos del Antiguo Testamento, con sus inventos  y sus narraciones absurdas, no haya cosa más cierta que  consideró “buena” su obra, deseando que fuera a “su imagen y semejanza” pero otorgando la misma libertad accional que Él poseía. Libertad absoluta.

Ahí estuvo el problema. El drama de la libertad. La angustia de la libertad.

   Paseándome una tarde de primavera por París, un libro, expuesto en una acera de las orillas del río Sena me llamó poderosamente, irresistiblemente, la atención. Se titulaba “La violence de Dieu”, escrito por el profesor Pierre Chaunu, de la Universidad Paris-Sorbonne (parte de la colección Violence et Societé/Robert Laffont). Me sorprendía que se tratara el tema de “La Violencia de Dios”.

¿Dios violento?

No. Dios obediente a las reglas. A lo que él mismo estableció.

Tanto haces: tanto recibes.

Usualmente no de inmediato, pero todo retorna.

Todo premia y todo castiga.

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