Acerca de espíritu de pueblo y espíritu nacional

Acerca de espíritu de pueblo y espíritu nacional

Jacinto Gimbernard Pellerano

Leyendo el volumen “Fin de siglo”, editado a fines del siglo XX por New Perspectives Quarterly, con textos de grandes pensadores sobre nuestro tiempo, encuentro un trabajo del respetado filósofo político inglés Sir Isaiah Berlin. Refiere que le habían informado de una excelente oración hebrea que se reza al ver un monstruo: “Bendito sea el Señor nuestro Dios, que introduce la variedad entre sus criaturas”.

Pero no nos gusta la variedad de criterios, intereses y modos de vida que, en verdad, son resultado de largos procesos históricos que si bien no justifican las conductas inhumanas, por lo menos tratan de explicarlas.

Dice Berlin: “En nuestra era moderna, el nacionalismo no ha resurgido; jamás murió. Ni tampoco el racismo. Son los movimientos más poderosos en el mundo de hoy día e impregnan innumerables sistemas sociales. Ninguno de los grandes pensadores del siglo diecinueve pronosticó esto”. El nacionalismo no agresivo constituye una historia diferente, y Berlin atribuye la invención de la idea de pertenencia a Johann Gottfried Herder (1744-1803), discípulo de Kant en su período pre-crítico, quien se opuso terminantemente a la filosofía trascendental, intentando mostrar que el origen del conocimiento radica en las sensaciones del alma y en las analogías que esta establece a base de experiencias.

Herder entendía que así como la gente necesita comer y beber, tener seguridad y libertad de movimiento, también necesita pertenecer a un grupo. Por tanto cada grupo tiene sus peculiaridades, su propio “Volksgeist” o “Nationalgeist”, espíritu de pueblo o espíritu nacional. La vida cultural entera se forma a partir del caudal particular de tradición que proviene de la experiencia histórica colectiva compartida únicamente por los integrantes del grupo.

Herder creía en una diversidad de culturas nacionales, todas las cuales podían (deberían, digo yo) coexistir en paz. Él negaba la superioridad de un pueblo sobre otro y valoraba las diferencias.

Nosotros, con el caso haitiano, tenemos hoy que cargar con la culpa del desorden y el abuso, no solo nuestro, sino de los jerarcas haitianos. Ya lo he dicho y escrito y publicado: no somos inocentes, pero tampoco los únicos culpables. No obstante no se puede esperar más para poner las cosas en orden, por tener una frontera real, por exigir una visa para todos los que ingresan a nuestro territorio, por mantener un contingente de autoridades bien pagadas y de comprobada honestidad en la línea divisoria. Personal celosamente vigilado para evitar la tentación de corromperse, mirando para otro lado cuando funciona el contrabando de todo tipo y peligrosidad.

Pero las leyes no son retroactivas.

Para poner la casa en orden no se puede –o debe– apelar a la injusticia.

Y castigar inocentes víctimas de dos desórdenes inmorales.

El de allá y el de aquí.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas