Acerca de imposiciones y endiosamientos

Acerca de imposiciones y endiosamientos

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Fue en el área de diseño gráfico de un importante periódico nacional que vi la reproducción digital de la primera página de un respetado diario inglés: «The Guardian». Impactaba la gran foto que mostraba al presidente George W. Bush con la cabeza reverentemente inclinada en oración, con un círculo luminoso en torno a ella, como vemos en las imágenes de los santos.

Un gran titular decía que Dios le había hablado ordenándole invadir Irak y derrocar la dictadura de Saddam. «God told me…» Dios diciendo, Dios inspirando, Dios mandando y obligando.  No es un uso nuevo que damos al nombre del Supremo Creador. Ya los alemanes utilizaron como lema «Gott mit uns» (Dios con nosotros) en la Primera Guerra Mundial. Dios no tenía que ver con nada de eso y Alemania perdió la guerra. Aquí Trujillo manifestó su intolerancia ante los comunistas ateos, apresándolos y torturándolos -todavía sin los tecnicismo sadistas de Johnny Abbes- porque «defendía la causa de Dios» y era paladín de la democracia – para regusto de los yankees.

Yo a veces dudo de la magnitud en que un jefe de Estado puede ser engañado o de la capacidad convincente capaz de obnubilar la mente de un hombre en el poder. No obstante, no luce -por lo visto- tan difícil envolver y cegar a un mandatario, aún sea inteligente.

Pero uno se pregunta ¿hasta qué punto puede la inteligencia, la capacidad de comprensión abierta, competir exitosamente con la fuerza de los intereses materiales? ¿y el endiosamiento, que penetra como una envenenada aguja capaz de arrasar e invertir una débil escala de valores?

¡Qué pena que seamos los humanos tan ambiciosos y anhelosos de dominio, sin enterarnos de que el gran poder no trae felicidad sino preocupaciones, inquietudes y desconfianzas a todos los planos y categorías de relación!

El potentado no tiene amigos ni confiables familiares. Sólo tiene intereses y quienes están a su lado, que parecen cargar el Botafumeiro, ese descomunal incensario que pende del cimborrio de la catedral de Santiago de Compostela, en España, también se mueven por intereses particulares. Personales.

Incontables gobernantes, aún antes de Alejandro de Macedonia en el siglo cuarto a.c. o Julio César después, soñaron y actuaron conforme a la intención de dominar al mundo entero. Hitler y sus gentes tenían por divisa «Heute Deutschland, morgen die ganze Wetl» (Hoy Alemania, mañana el mundo entero).

No voy a comparar las monstruosidades de los nazis con su «Solución Final» de exterminios masivos, con las políticas norteamericanas en el Oriente Medio, aunque el móvil de ambas actitudes sea el mismo: Dominio.

Si no hubiese petróleo en el Cercano Oriente ¿habría habido invasión? No.

Estados Unidos tiene una trayectoria de apoyo a los dictadores extranjeros mientras les son útiles, llámense Noriega, Trujillo, Saddam Hussein…Bin Laden. ¿Quién los proveyó de armas y recursos para hacerse fuertes? ¡U.S.A.!

Yo no estoy a favor de la globalización. Creo que cada conglomerado humano tiene derecho a vivir a su manera, la cual es resultado de una larga trayectoria histórica que sólo puede ser modificada lentamente mediante un proceso educativo continuado, firme y sin pretensiones de inmediatismos.

No pueden borrarse siete mil años de historia iraquí, tampoco la historia de las discrepancias religiosas islámicas entre sunnitas (Sunna significa «costumbre» o «tradición») y los chiitas, discrepancias que no vamos a intentar explicar aquí porque no tendría sentido ni espacio tal empeño.

Bien que en todo el mundo se coman hotdogs y se beba Coca-Cola, pero eso es una modificación no impuesta, tiene una garantía de libertad. Si usted lo prefiere puede comer yaniqueques, empanadas y pastelitos con jugos o cervezas, o crepes o gyros o sushi…o insectos y serpientes.

Lo malo está en las imposiciones férreas y absurdas.

Con miles de años de violencia y gobiernos crueles (teóricamente actuando a nombre de Alá) ¿cómo puede Estados Unidos obligar al consumo, al ejercicio de una democracia extraña, desenfocada, como la estadounidense, cuando ésta no sirve para evitar que se estén mandando a los jóvenes norteamericanos a que mueran en tierras remotas de las cuales ellos no tenían idea de su existencia y las declaraciones oficiales de defensa de poblaciones oprimidas son ficticias?

Curiosamente, hoy se respeta menos la idiosincrasia de los pueblos diferentes, de lo que lo respetaba Alejandro el Grande, que buscaba uniones inteligentes.

¿Es que no mejoramos en lo esencial?

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