Acerca de la diversidad y cruenta ambición

Acerca de la diversidad y cruenta ambición

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Creyendo, como creo, que lo más admirable de la Creación es la diversidad, la indiscutible marca de unicidad en cada elemento en cada fragmento de lo creado, no puedo dejar de ver como un grave error los intentos de homogeneización que ciertas políticas presentan como justicieras y salutíferas cuando, en verdad, son injustas y envenenadas de ambición de dominio generalizado.


Resulta descorazonador que Alejandro Magno (356-323 a.C.) poseyera una visión política más clara y efectiva que poderosos líderes de hoy, como míster Bush junior, quien acrecienta los errores imperialistas de antecesores suyos, sin que le importen los ríos de sangre derramada, las toneladas de cadáveres propios y ajenos y los traumas terribles de quienes sobreviven al espantoso drama.

En una abierta acción en procura de dominio total, Alejandro el Grande, apoyado en ejércitos organizados por su padre, Filipo, pero con una nueva visión y carisma, un carisma abrillantado por el estudio y la disciplina impartida por tres maestros: Leónidas para los músculos, aristóteles para la filosofía y Lisímaco para la literatura, Alejandro -repito- tenía clara visión de las auténticas conveniencias políticas que eran factibles.

Así, tras una extensa lista de victorias sobre las potencias de entonces… destruyó Tebas, venció al persa Darío, sometió a Damasco, Sidón, Tiro y Jerusalén; al conquistar Egipto se hizo consagrar hijo del dios Ammón, es decir hijo de los dioses locales. Pero no intentó imponer la religión y costumbre de los griegos, muy al contrario, estableció un programa de dominio fundamentado en enlaces matrimoniales. Para dar ejemplo, contrajo matrimonio simultáneamente con Statira, hija del persa Darío y con Parisatis, hija de Artajerjes, también persa. Presidió las ceremonias matrimoniales de sus subalternos con señoritas persas vistiendo un traje de su invención que el escritor griego Plutarco (autor de las famosas «Vidas Paralelas») describe como mitad griego mitad persa.

Alejandro sabía que no se podía destruir una cultura, de golpe y porrazo.

Pero el señor Busch, o lo cree o no le importa. Lo que cuentan son los beneficios económicos de la guerra.

El petróleo.

Sólo importa el petróleo. Si los jóvenes norteamericanos, desinformados e inocentes creyentes en los nobles propósitos de «América» (como ellos llaman su territorio como si fuese el único en el continente), propósitos destinados a esparcir la libertad y la justicia a su estilo por todo el orbe así también los inmigrantes aceptados en el país, si éstos muchachos pierden la vida violentamente o son mutilados en forma física y emocional de manera irreversible en una guerra absurda para todo cuanto no sea interés económico de grupos de poder, eso no importa.

El ansia de predominio cubre todo el excremento mental.

El mundo árabe no puede ser aplastado. A lo sumo puede ser modificado con el tiempo mediante alianzas afectivas, comprensivas, entendía Alejandro Magno.

Si observamos la naturaleza, comprenderemos que no hay precedente para buscar o pretender una igualdad entre las personas.

Un irakí no es un norteamericano. Está formado de otra manera. su historia y su trayectoria es otra. No se va a transformar comiendo hot-dogs y tomando Coca-Cola, aunque así como y beba.

En Irak ninguna ocupación ha tenido éxito transformador de una cultura. Su gente nace dispuesta a pelear.

Recuerdo haber leído en una revista militar, hace años, durante la guerra fría, el reporte de un experto inglés sobre Rusia. Titulaba su trabajo: «El ejército ruso, ineficiente e invencible».

Se refería a la naturaleza de los soldados soviéticos, su capacidad de sacrificio y su orgullo.

Ya tenemos la lección de Vietnam.

¿Es que se ha olvidado, o que la inhumana insensatez campea con sus inmensas sombras?

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