Hablar sobre la muerte es un tema poco simpático para empezar un domingo, pero es una realidad presente como la vida misma, puesto que para morir, es necesario vivir.
La mayoría prefiere ignorar esta realidad y vive de espaldas a la misma al grado de no prever ni siquiera un plan funerario y mucho menos la construcción de un nicho para cuando se presente el inevitable fin.

Hay quienes piensan que no morirán nunca, y se afanan, hasta la vejez, en acumular capitales, renunciando en ocasiones, a darse una calidad de vida que puede influir en una existencia más prolongada y placentera.

Esa acumulación la hacen, muchas veces, a expensa de robarle a los demás la posibilidad de una vida menos desgraciada puesto que si son empresarios, explotan a sus empleados, y si son funcionarios, saquean el erario. Unos y otros exhiben fortunas que no podrán llevarse cuando se mueran y de ellos se recordará la avaricia y bienes materiales que poseyeron pero en la memoria colectiva no dejarán ninguna huella enaltecedora.

«Detrás de toda gran fortuna, hay un crimen», citó Mario Puzo en el introito de su afamada novela El Padrino. Algunos piensan que crimen solo es quitarle la vida a alguien, por lo que no se sienten aludidos.

Pero crimen es, no ser justo con sus empleados, escamotear salarios dignos, prestaciones laborales y practicar la explotación laboral. Crimen es también, sustraer los bienes públicos en detrimento de los más necesitados.

Crimen es ocupar cargos o posiciones públicas para lucrarse y descuidar sus obligaciones al punto de que enfermedades endémicas como el dengue, provoquen más de cien muertes en menos de un año.