Acerca de leyes, desobediencias y peligros

Acerca de leyes, desobediencias y peligros

POR JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Las leyes, en verdad, existen para el florecimiento de nuestras libertades. Ellas son los revestimientos conductores, los sujetadores, los constreñidores, los muros sobre los cuales se endurece la violencia de la libertad. Tal escribe el historiador Pierre Chaunu, quien fuese ilustre catedrático de historia moderna de la Universidad París-Sorbonne.

Los grandes males, nuestros graves males, radican en el irrespeto a la Constitución y las Leyes, empezando desde arriba hasta abajo. Priman los intereses inmediatos, los beneficios urgentes y resulta que Pueblo y Gobierno vienen a ser dos abstracciones, dos inexistencias, dos fantasías sólo útiles como instrumentos en el momento en que se precisan.

Aquello de que la Constitución no es más que un pedazo de papel, no lo inventó Balaguer, ni fue el primero en decirlo. Lo cierto es que el irrespeto que recibe la que debía ser Carta Magna, hacen descender tan alto documento hasta los niveles de las hojas de un periódico de ayer.

Estoy plenamente de acuerdo con el Presidente de la Suprema Corte de Justicia cuando afirmó el miércoles pasado, durante el almuerzo semanal del Grupo Corripio, que «El problema de la República Dominicana no es lo que diga o no diga la Constitución. Si los principios constitucionales se cumplieran y se aplicaran y todos nos sometiéramos en cuanto a los derechos y deberes a lo que establece esta Constitución, no hubiera problemas en la República Dominicana».

Yo insisto: No nos hacen falta nuevas determinaciones constitucionales ni nuevas leyes. Lo que nos falta es obediencia, disciplina, comprensión de la afirmación de Pierre Chaunu en cuanto a que las leyes existen para la florescencia, floración (épanouissement) de nuestras libertades.

Ser libre es difícil. Exigente. Demanda capacidad de raciocinio y respeto por los legítimos derechos propios y ajenos.

Eso no se logra sino con educación e imposición justiciera, que siempre ha faltado en nuestro país, como resultado de una tradición maligna que en los mejores casos ha jugado con el desarrollo, el subdesarrollo y la ignorancia como un artista circense que juega a mantener varias bolas en el aire. En algunos casos contados, obedeciendo a razones validadas por las realidades nacionales del momento.

Tenemos grandes esperanzas puestas en lo que pueda realizar Leonel Fernández en su próximo mandato. Su primer paso conocido en cuanto a la elección de miembros de su gabinete, nos trae un fortalecimiento de las buenas expectativas: Valdez Albizu al Banco Central, Juan Hernández a la Dirección de Impuestos Internos, Rafael Calderón a la Superintendencia de Bancos, Daniel Toribio al Banco de Reservas.

Luce una cuidadosa selección de sensatez, conocimiento y prudencia.

Lo que nos hace falta.

Sin reglamentaciones sensatas un país, o una entidad, una persona, no puede ascender hacia el progreso.

Viene el tiempo de obediencia a las reglas justas, y con esto, el cese de las impunidades, que nada tienen que ver con revanchas y desquites, etiquetadas en los últimos años como «retaliaciones», que es palabra inglesa (retaliate) relativa a la aplicación de la Ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, cuyo origen está en la palabra latina «talis», igual, semejante.

En ningún caso, así confiamos, tendremos «más de lo mismo».

Nuestro país es maravilloso. Sólo podía enfermarnos, amargarnos, la caída de la relativa calidad de vida que teníamos los dominicanos, que se ha hundido en un oscuro pozo en cuyo fondo se sienten, aunque no se puedan ver, las alimañas y los monstruos. Sólo tal desastre ha podido modificar la naturaleza de nuestra gente, tornándola violenta, irascible, agresiva, desconcertada y desesperada.

Se suponía que la paciencia con la cual el pueblo aguardó el 16 de mayo para manifestar su disgusto y desesperación con el gobierno del señor Mejía bastaría para producir un cauteloso y discreto período de transición.

No ha sido así.

Faltan pocos días para un cambio de Gobierno.

Confiemos -débilmente- en un poco de sensatez de las actuales autoridades.

Que no aticen el fuego de la desesperación y la ira, capaz de derribar los muros que circundan la buena libertad.

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