Acerca de los excesos inhumanos

Acerca de los excesos inhumanos

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Siempre han existido los pobres, los débiles, los que apenas sobreviven medio ahogados en un mar de carencias esenciales. Hasta Jesucristo lo declara cuando estaba en casa de Simón, el leproso, y una mujer que llevaba un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro derramó el perfume sobre la cabeza de Cristo ante la indignación de los discípulos que acompañaban al Maestro, quien dijo “lo que ha hecho esta mujer es bueno, pues a los pobres los tendrán siempre entre ustedes, pero a mi no me van a tener siempre”. Lo que ella ha hecho es prepararme para mi entierro. (Mateo, 26.10).

Pero los tiempos han cambiado, como siempre. Hoy, con la participación de la electrónica, estamos perennemente bombardeados con noticias informativas de prácticas inhumanas, de abusos y dramas horrendos que se originan en cualquier punto del planeta. Las miserias y crueldades ocurridas en el presente africano u originadas en nuestra Latinoamérica hoy resultan visibles, mesurables y contristantes.

Josué de Castro, el eminente experto brasileño en economía de amplio espectro, autor de respetados estudios sobre el hambre en el mundo (geopolítica del Hambre, 1952) nos dice que “Latinoamérica es un mendigo sentado sobre una mina de oro”.

Existe una distorsión o manipulación de datos acerca de la realidad económica popular. Lo cierto es que el salario que recibe la gran masa que tiene empleo, no alcanza sino para la angustia.

¿Quién tiene la culpa? Los gobiernos, la insensibilidad de empresarios, comerciantes y ejecutivos que no se enteran de que la circulación de más dinero entre sus empleados, les beneficia al crear un circuito de mayor movimiento económico, lo cual se ha comprobado en diversos puntos del globo. Como se ha comprobado que al reducir los impuestos estatales a niveles comprensibles, que no ahoguen al contribuyente, se recauda más. La espiral de violencia que nos azota es, en verdad, una espiral de carencias, de esperanzas frustradas, de falta de un correcto y bien ponderado orden en las prioridades nacionales, que incluya una dramática guerra contra la impunidad y un enfrentamiento valiente y claro contra los arrogantes delincuentes que, con disfraz de sindicalistas son “los dueños del país” y no conocen de límites, razones y sensateces.

La brecha -el abismo- entre pobres y ricos en lugar de disminuir ha aumentado de manera alarmante. Cifras del Departamento de Cuentas Nacionales del Banco Central dominicano, publicadas en la prensa, establecen que la canasta básica familiar ha subido extraordinariamente en los últimos años. Se trata de diez mil cuatrocientos ochenta pesos desde el año 2000: un incremento relativo de ciento treintainueve por ciento. El aumento relativo del precio de la llamada “canasta familiar”, o sea, el gasto obligatorio alimentario mínimo de una familia, acumula un incremento de casi un once por ciento (10.8%), de acuerdo a datos de nuestro Banco Central. ¿Y lo demás? Pero no se aumentan los salarios. Se aumentan los impuestos… y se cobran bien, practicando una eficiencia que desearíamos que fuera más ancha y abarcadora.

No existen controles en los precios. Los comerciantes se manejan con toda libertad, sin atender razones. Las autoridades oficiales, por igual, actuando y permitiendo hacer.

No existe defensa al consumidor, al pueblo llano. Lo que señala la factura por cargos de servicios públicos hay que pagarlo invariablemente (salvo sorprendentes excepciones). Así, por ejemplo la factura eléctrica puede llegar como si repentinamente hubiésemos instalado una heladería o un negocio aire acondicionado en el hogar compuesto ya por dos personas que sólo encienden la luz eléctrica en la habitación en la cual se encuentran, iluminándose con una lamparilla que usa bombilla de cuarenta watts y la pantalla de la televisión que ofrece juegos de colores.

El novelista mexicano Carlos Fuentes en su reciente novela titulada “La Silla del Aguila” (febrero de 2003) pone estas palabras en la correspondencia de María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia: “Simplemente, considero que la política es la actuación pública de pasiones privadas”.

No es que se trate de algo nuevo o restringido a tiempos y latitudes.

Siempre fue así.

Y me duele. Nos duele.

Por los excesos inhumanos.

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