Acerca de modernidad y esclavitud

Acerca de modernidad y esclavitud

 JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Alguien me ha dicho, mal ocultando un tono despectivo, que yo no estoy a tono con la modernidad. Lejos de enfadarme, le repuse que estaría de acuerdo con lo moderno que fuera realmente moderno, que significara abandono de viejas prácticas como la que recogió Lafontaine en su fábula El Lobo y el Cordero cuando apunta que «La razón del más fuerte es siempre la mejor».

No se trata de pensar o sentir que lo pasado -lo antiguo- fue siempre mejor, porque no lo fue. No voy a caer en el error de Petrarca -precursor de los humanistas- quien rendía a la Antigüedad un culto rayano en el fanatismo y escribía: «La sola contemplación de los hombres actuales me hiere gravemente; en tanto que los recuerdos, las acciones y los nombres ilustres de los antiguos me causan una alegría tan inestimable e indecible que si el mundo pudiera saberlo, se extrañaría de que yo me deleite más con los muertos que con los vivos» (Traducción de Phillippe Monnier en Historia del Quattrocento).

No obstante, no habré de negar que, al igual que tan ilustre y reverenciado personaje, «la sola contemplación de los hombres actuales me hiere gravemente» porque dicen las mismas mentiras, guardan celosamente sus malas pasiones, obnubilados por la brujería del gran poder humano, y me pregunto ¿en qué son mejores los poderosos de hoy que los poderosos de ayer?.

Resulta que como estoy convencido de que el humano no ha cambiado tanto como se supone, le doy igual vigencia al pensamiento sabio de remotos personajes que al de pensadores de este Siglo Veintiuno capaces de aislarse de prisas y engaños, para razonar honda y verazmente.

No quisiera que Schopenhauer tuviese tanta razón cuando proponía que el lema de la historia debería ser «Éadem sed áliter» (Lo mismo, de otra manera) ¿Será así?

No es posible, en verdad, afirmarlo ni negarlo. Uno piensa en el drama de la esclavitud. ¿Desapareció o cambió, sofisticándose?. Ya negreros africanos, de su misma raza, no atrapan infelices y los venden a negociantes que, a su vez, habrán de venderlos al mejor postor, luego de una monstruosa travesía encadenados y hacinados como sardinas enlatadas en áreas especiales de los buques negreros, que los traerán a un inmenso dolor en el Nuevo Continente.

Hoy los manipuladores africanos, manejando diferencias tribales, esclavizan a quienes deberían ser sus protegidos hermanos y, mientras carecen de comida, medicamentos y todo lo fundamental -como un techo- son dotados de modernas y costosas armas de guerra para mantener vigente el gran negocio del dolor y la muerte. Veo las fotos de combatientes africanos, escuálidos y obnubilados, cubiertos de polvo, sangre y desconcierto -lo mismo que cubre a sus familias- pero portando ellos flamantes AK47, lanzagranadas y cohetes, así como abundancia de municiones para ametralladoras 50 que les cruzan el pecho flaco y patético. Y persiste el mantenimiento de la ignorancia, la maligna utilización de la ira para hacer formidables negocios con ella.

Las ilusiones que pudieron haber suscitado organismos internacionales como la ONU -por aquí la OEA- se han desvanecido. ¿Qué han hecho? Servir de paraguas para que la lluvia de la injusticia y la razón del más fuerte y más rico no empapen el razonamiento de la gente sensible y pensante.

Por ejemplo. ¿De qué han servido las «intervenciones militares» en Haití, con «Cascos Azules», o del color que en verdad tienen y han mostrado en otras ocasiones?.

Prefiero las claridades en el expansionismo imperial de Alejandro, de César, hasta de Ciro el persa, al de los hipócritas de hoy, que buscan lo mismo -dominio, poder- pero cubren sus propósitos con alegadas intenciones de justicia mundial.

Y hay que preguntarse.

¿Son acaso esos muchachos nuestros, asimilados a culturas anglosajonas, otra cosa que esclavos de versiones modernas de la ambición?.

Que la esclavitud se haya sofisticado y hasta suavizado, no lo discuto.

Lo que discuto y afirmo es que somos víctimas de nuevas formas de esclavitud.

Lo mismo, de otra manera.

Éadem, sed áliter.

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