Acerca de orden y desorden

Acerca de orden y desorden

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Seamos sinceros. De aquel orden nacional cruel, inhumano, asesino de libertades que estableció ese extraño personaje, inescrupuloso y a la vez magnético que se adueñó del país y, en su megalomanía, se empeñó en despojarlo de las caprichosas, deleznables y deletéreas ambiciones y prácticas de un racimo de generales de montonera, y sus astutos consejeros, de aquella disciplina cívica de Rafael Trujillo, no queda nada. Para bien y para mal.

Porque deseable sería que hubiésemos rechazado con el mayor asco la falta de libertades, la crueldad ejercida contra los disidentes o discrepantes y la impecable dependencia del país a los caprichos o criterios del Jefe, pero que no hubiésemos cambiado el orden por el desorden y el control por el descontrol.

Desde el final de esa Era difícil que enloqueció en la adulación y las corrupciones a la moral, bien pagadas y a la vez, controladas, dosificadas conforme a un criterio del mandatario que reunió más poder -no me cabe duda- que Hitler, Mussolini, Mao o Pinochet, desde ese final -repito- los dominicanos que han llegado a la Presidencia, excepto Juan Bosch, han hecho uso de parte de todo lo malo de Trujillo -exceptuando la locura de los centros de tortura-. Ciertamente Joaquín Balaguer, en los doce años primeros, fue un astuto manejador del hervidero de pasiones post Guerra Civil del `65, pero la impronta del Generalísimo estaba ahí, palpitando como el corazón de un monstruo herido. Su posterior período de diez años lo proveyó otras circunstancias. Sólo restaba un aliento fétido que permitía un mejor desempeño democrático.

Saltando a tiempos más recientes, Leonel Fernández en su primer mandato hizo las cosas de la mejor manera posible para enfrentar el desorden y luego Hipólito Mejía hizo las cosas de la peor manera posible, para así disfrutar plenamente del caos nacional persistente.

Mi esposa, dándole vuelta al lema de una empresa de noticias televisivas me dijo en espontánea salida: «Sí, aquí no pasará nada sin que usted lo sepa…pero cuando usted lo sepa, no pasará nada».

Estamos hartos de este inmenso desorden, que El Caribe del pasado domingo 12 de este mes final de año, nos tira en el rostro con un titular de primera plana: «La Nómina de un Desorden», agregando allí mismo que: «Debido al caos, el Estado desconoce a cuántos empleados paga, quienes son, y lo que hacen».

Ya lo sospechábamos. Por presentar un caso, al más sobresaliente tubista de la Orquesta Sinfónica Nacional, que siempre ha carecido de un adecuado músico capaz de sacar buen y bello sonido a la tuba, este árido instrumento de metal de tesitura grave, a este tubista excepcional, lo cancelaron recientemente porque tenía dos «tarjetas», dos sueldos en la Secretaría que paga misérrimamente parte de los sueldos de los músicos sinfónicos.

Si un músico sinfónico, que ha dedicado su vida al dominio de un instrumento y a su capacitación artística necesita trabajar en la Sinfónica, en el Conservatorio de Música y en alguna escuela para reunir -todavía- un salario miserable… lo cancelan… es que, efectivamente, el Estado no tiene idea de quiénes valen, quiénes, no quienes trabajan y son útiles al progreso nacional y quiénes forman parte de los incontables miles de empleados estatales, «compañeros», «camaradas» o «compatriotas»…lo que sea que, o dormitan sobre los escritorios vacíos, o se pasean por los pasillos y su único interés es saber si ya llegó el moreno que vende chicharrones, casabe, «queso de hojas», o vino el vendedor de pastelitos y empanadas.

Es tiempo de correcciones. Tiempo de disciplina.

Llegó el momento con esta nueva gestión de Fernández. No es fácil, pero es posible.

Tal vez no lo fuera antes.

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