Acerca de  orígenes, alimentaciones y disparates

Acerca de  orígenes, alimentaciones y disparates

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1884-1958), originalmente discípulo de Hegel, luego contradictor, afirmaba que “el hombre (el humano) es lo que come” (Der  Mensch ist  was er isst).

   ¿Anjá? ¿Sólo eso?

   Equivale a decir que una compleja maquinaria con millones de engranajes o sutilísimas conexiones establecidas y sincronizadas,  funciona por la grasa.  ¿Qué la grasa es necesaria, imprescindible? Por supuesto. Pero no lo es todo en el humano, que es una máquina tan compleja que aún la ciencia de hoy, de estos días, de esta mañana, no logra atrapar sus esencias, dándole vigencia a la sentencia de la metafísica medieval: “Nada surge de la nada” (Ex nihilo nihil fit).

  Y es que uno se pregunta ¿Es que el humano es nuevo? ¿Lo inventaron en Silicon Valley o en un misterioso y horrendo laboratorio subterráneo?

   Ni  Hitler y su enorme poder pudieron construir la “raza” impía que pretendía que se impusiera a las razas “inferiores”.

   Es que no hay tal.

   Hay procesos.

    Cuando en años de adolescencia me cayó en las manos, desbarrancada de la montaña de libros que le regalaban a mi padre, Bienvenido Gimbernard, un libro de José Ramón López titulado “La alimentación y las razas”,  sentí un callado furor contra el autor, que entiendo que es el primer sociólogo dominicano. Luego sentí pena, porque percibía amor patriótico adolorido por observaciones erradas.

   Resulta que, según él, los dominicanos somos inferiores, como los pueblos latinoamericanos, a causa de una alimentación deficiente.

   Comienza afirmando: “Desde que un pueblo comienza a contar entre sus virtudes la facultad de prescindir a menudo del alimento necesario, puede asegurarse que ha entrado en la decadencia. Todas las naciones tipo semibarbarismo son sobrias en ese sentido de no comer lo suficiente, ni hacerlo con la regularidad que conviene”. “Es increíble lo poco que se come en nuestras ciudades”

   Y yo pensaba en los locrios de arroz con arenque o bacalao noruego,   o las frituras grasientas que acompañaban esos platos hondos que ingerían los empleados de la  imprenta paterna, antes del reinado de los spaguettis y los coditos con pedazos de pollo.

   Uno de los grandes maestros de la creación operática, Giacchino  Rossini, creador de famosos platillos, no escribía sin la panza repleta (a piena pancia), pero no es necesariamente así.  

   El camino es otro: educación. Educación multiforme, levantadora de valores positivos.

  Estoy y he estado totalmente de acuerdo con López (aún con la antipatía que  le tengo) cuando en su Capítulo XI (op. cit) dice que “La  República necesita una reforma escolar simultánea con la de la higiene y las costumbres. La educación no es cosa absoluta, sino relativa, y cada pueblo debe recibir la que le corresponda a su estado presente y al porvenir que le presagien las circunstancias. Un estudio profundo del destino probable de la Patria debe preceder al plan al que se subordine rigurosamente nuestra enseñanza, de manera que sea marcadamente nacional y cree un carácter dominicano, con fisonomía bien delineada, que enderece a un fin común el ideal de todo un pueblo…”

     Sí. El alimento se necesita, pero tanto del cuerpo como del espíritu.

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