Resulta que en estos días, al mencionar en conversación casual el término Patria y hablar de patriotismo, recibí miradas que se balanceaban entre la ironía y la compasión. ¿Es que me estaba yo burlando de los demás o que una incomprensible candidez mía había tocado ya los bordes de la estupidez?
¿Es que no me había yo enterado de que la política es un negocio formidable, el mejor, y que hablar de Patria y patriotismo apelando a sus valores constituye una herramienta política fundamental para sacrificar a los habitantes del territorio señalado?
¿No sabía yo que lo que buscan y procuran quienes mandan, a cualquier nivel, es seguir mandando y que los sacrificios poblacionales que demandan, pedidos en nombre de la Patria y del beneficio de ella, producen un hipnotismo y una amplia ceguera poco menos que mágica? Sucede que a veces uno sabe cosas que preferiría no saber, porque acuchillan nuestras esperanzas en un progreso de este país, cosas que laceran, mutilan y hasta asesinan nuestros sueños de avance nacional, que se expresaron masivamente en la elección de Leonel Fernández tras la desastrosa presidencia de Hipólito Mejía.
Pero ¿qué ha sucedido con el promisorio presidente Fernández? Ya no parece el mismo en quien se justificaba el esperanzador eslogan de E palante que vamos.
La sabiduría de Juan Bosch repetía que en política lo verdaderamente importante no se conoce.
Yo me pregunto ¿tan poderosos y temibles son los peligros que tal vez amenazan la gobernabilidad que se hace necesario callar cuando hay que hablar, y resguardarse en la inacción cuando las mayorías sanas del país anhelan un accionar fuerte, rápido e indoblegable? Imagino que algo sucede. Inaudible e invisible. Pienso que cualquier gobernante cuerdo e inteligente y Fernández lo es- desea vehementemente entrar con nobles letras a la historia.
Mi inquietud, y la de multitud de dominicanos que tercamente mantienen viva la ilusión duartiana de una Patria ejemplar, radica en la observación de una conducta presidencial distante de aquella en la cual habíamos depositado grandes ilusiones: Justicia bien administrada, prioridades cuidadosamente establecidas, atención a los requerimientos básicos de la población, castigo severo a los delincuentes de alto nivel, civil o militar etc.
Aunque moleste a quienes les parece cursi y ridícula la palabra Patria, muchos dominicanos, no intoxicados de poder chico o grande, creemos en la posibilidad de una República Dominicana más limpia, más justa, con reglas generales más claras y respetadas. El ilustre dominicano Félix Evaristo Mejía escribía que El patriotismo es el más alto credo: la abnegación patriótica la más pura doctrina (Prosas polémicas 1, Andrés Blanco, Editor, Archivo General de la Nación). Los envenenados de materialismo considerarán que se trata de una frase ingenua y fantasiosa.
Yo creo que podemos mejorar.
Digo como Barack Obama: Sí podemos.