Acerca de posibilidades modificatorias

Acerca de posibilidades modificatorias

Por mucho que nos maraville el mecanismo del cuerpo humano, y a medida que se avanza en su conocimiento más aún, lo que vale para el Creador es el espíritu, donde radica el punto de contacto. Resta al humano utilizarlo o no como medio trascendente y eficiente, reconociendo que con la realidad de la semi ceguera humana, el “libre albedrío” representa una gran dificultad. Con tanto mal disfrazado de bien y tantos ropajes vistosos del utilitarismo, hoy como ayer, la búsqueda del verdadero bien es un trabajo enrevesado.

Básica y esencialmente egocentrista, el humano, para progresar verdaderamente en lo que realmente cuenta, su Yo esencial y primario, está obligado a combatir sus propios instintos egoístas, atendiendo a las variables inducciones de la instintiva percepción del bien y del mal, percepción conocida como “Ley natural”, que se enfrenta a una “Ley natural” de signo opuesto, que sabe cubrir su mal con disfraces de una indiscutible necesidad.

El trabajo de superación no consiste en pretender no sentir la inducción del primer impulso egoísta, desconsiderado con los demás, en fin, malo; está en lograr cerrarle el paso al progreso de esa inducción y no permitir que trascienda el área inicial de impulso, anulándolo antes de que haga visible y actuante.

Lo que cuenta no es el primer impulso sumergido, sino la acción trascendente.

Sin compartir el optimismo sobre el futuro inmediato de los hombres expuesto por el marqués de Condorcet, filósofo, matemático y revolucionario francés del siglo dieciocho, quien en su famoso “Bosquejo de un cuadro del progreso del espíritu humano” afirmara “No hay límite para el mejoramiento de las facultades humanas; la perfectibilidad del hombre es indefinida”, más bien creo que existen límites, que existe y existirá una guerra entre los valores opuestos.

Como expone el erudito profesor José Ferrater Mora en su monumental Diccionario de Filosofía, en verdad la confianza de Condorcet está situada entre dos límites: por un lado supone que el hombre debe progresar siguiendo el curso de su propio destino; por el otro, advierte que el progreso se puede detener y aún devolverse, retroceder, como en algunas ocasiones ha acontecido, si no media el esfuerzo de aclaración del saber y la moralidad que impone la verdadera filosofía.

Ciertamente no hay límite preestablecido para lo que el humano puede lograr cuando decide cabalmente ponerle rienda a sus impulsos y fortalecer su capacidad de razonar acerca de lo que es verdadera y perdurablemente bueno.

Dentro de ciertos límites, el humano puede alterar su interior como primer paso para alterar lo que le rodea.

Si no tuviera cierta posibilidad de alterar su ruta, todo juicio, ya sea humano, ya divino, sería injusto e inmoral porque no pasaríamos de ser sino marionetas de lo genético, lo ambiental y lo circunstancial.

El drama está en pretender evadir responsabilidades, ocultándose en un ancho pantano de manejos acomodaticios, donde con las acciones enlodadas, se pretende que todo es justificable en aras de alcanzar propósitos.

A espaldas de la moralidad y el bien común.

 

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