Acerca de purezas y autenticidades cristianas

<p>Acerca de purezas y autenticidades cristianas</p>

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
¡Caramba! Querría uno, siquiera en estos días preludiantes de la Navidad, rememorativos de una esperanza de dulzor y paz, de ternura y compasión, haya o no nacido en estas fechas el asombro de Jesús, el Cristo, surgido del prodigioso vientre de la Virgen María, quisiera uno -repito- poderse envolver arrebujado en el portentoso niñito nacido en Belén de Judá, en lo que habría de ser, antes de dominio romano, una satrapía del imperio persa, formada por comunidades primitivas que se desplazaron desde remotas tierras hasta llegar a Irán, donde la división administrativa persa conservó el nombre de Aria.

Eran personas de tez cobriza aceitunada, pelo negro ensortijado y ojos de azabache. Pero a Jesucristo nos lo han presentado caucásico, rubio y de ojos claros.

¡Los poderosos han querido quitarnos hasta el Salvador y a los alemanes les dio por autoconsiderarse arios!

¡Arios puros!

¿Habrá algo “puro” en este mundo de intermezclas, en las cuales no está ausente la degeneración y la decandencia?

Creo que no.

Todo es intermezcla. Y me temo que si uno no se cuida, le toca siempre, invariablemente, la peor parte: la del descenso.

Tenemos ejemplos contundentes.

La democracia -tan difícil y exigente de altos valores- nos ha obsequiado el desorden, una anarquía que ni siquiera lo es, porque no obedece a nada, a ningún sistema, a ningún criterio, a ningún propósito que no sea latrocinio destinado al beneficio personal.

La libertad nos ha dejado el libertinaje. Se queda uno perplejo con los robos de cables eléctricos de envergadura, latrocinios que demandan inocultablemente equipos pesados: grúas, patanas, contenedores formidables, expertos en manejo de electricidad de alta tensión, equipos varios y… sobre todo, apoyo oficial, que no creo que pueda dejar de ser militar.

O político.

Menos mal que los robos de los políticos empiezan a recibir alguna luz esclarecedora en la región. No los voy a fatigar, especialmente con noticias que posiblemente estén en su conocimiento, pero mencionemos un solo caso: Sin aspaviento ni palabrería internacional, los tribunales paraguayos condenaron a ocho años de cárcel y multa de quinientos mil dólares (US$500.000) al expresidente paraguayo Luis González Macci por corrupción durante el período en que ejerció la presidencia (1999-2003). Además se le inhabilitó políticamente durante ocho años y se le confiscó una cuenta bancaria en Suiza de trescientos sesenta mil dólares (US$360.000) localizada en el banco BBVA de Zurich.

Imagino que aquí se reirán a carcajadas de esas sumas que les resultan ridículas a los políticos de altos vuelos.

Que son demasiados.

Lo que duele es que nuestros políticos gastan nuestro dinero como si fuese suyo.

¿Cuál fue su herencia?

¿Cuáles sus geniales negocios al estilo de los que surgieron de un garage estadounidense que transformaron el mundo con Microsoft, con las luces de unos muchachos que despreciaban los límites y entendían que el espacio y los hechos podrían simplificarse digitalizándolos?

Hemos mejorado desde la antigüedad.

La crueldad cambió.

Cambió.

¿Sabía usted que la muerte súbitamente impuesta era considerada piedad en la antigüedad (todavía los comunistas soviéticos ejecutaban a sus enemigos con un certero balazo en la nuca, sin ninguna ceremonia)

Hoy lo envuelven todo en procesos que aparentan justificación.

¡Progreso?

Nos hacen falta los criterios de Jesucristo, su perdón, su oferta de resultados de cambios conductuales.

Busquémolos.

Aunque sea por estos días de magia y esperanza.

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