Acerca de temor e impaciencia

Acerca de temor e impaciencia

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Razón tenía el entonces presidente Hipólito Mejía cuando declaraba que «falta mucho por hacer». Lo malo es que se refería a negatividades, a daños graves a la nación que lo había elegido como «jefe del país» (que por estos lares, tal cosa significa ser Presidente de la República).

Hoy, lo de «falta mucho por hacer» está en un cerebro diferente y en unas intenciones distintas y distantes –gracias a Dios– de las que posee el ininteligible señor Mejía, de quien no podemos determinar, a ciencia cierta, si es esencialmente caprichoso al colocar sus amistades personales por encima de los intereses de la Nación, si sus terquedades gubernamentales obedecen a la mala intención o a la ignorancia… si sus graves errores concesivos, sus tolerancias o intervenciones son, o no, hijas de la astucia o la estultez, de la sabiduría emponzoñada o de un irracional apego a la amistad o familiaridad, tan enterrado dentro de él que lo imposibilita castigar o sancionar debidamente a sus amigos, que, con su entrada al poder, estaban en condiciones de hacer y deshacer. Más bien sólo deshacer para los demás y hacer para ellos.

Sé que castigar a los amigos por sus faltas es difícil. En la minúscula dimensión que –afortunamente– me ha tocado moverme como director o «jefe» de entidades culturales y diplomáticas, he tragado el acíbar de reprender o despedir personas, aún sabiendo las escaseces y pesares que les estaba dando.

Una vez había bromeado en cuanto a la soledad del poder, tan traída y llevada, recurriendo a una caricatura bellísima publicada por la revista «Esquire», en la cual un poderoso ejecutivo, de bigote blanco y flor en el ojal del saco, sentado ante su escritorio con dos despampanantes secretarias, sentada cada una en sus piernas, le dice a su hijo que, asombrado, entra en la inmensa oficina: «Mi primera lección, hijo mío, es que eso de la soledad del Poder es puro cuento».

Pero, dolorosamente, no es cuento. Es verdad.

No hay en quien confiar cuando se es multimillonario, dictador o presidente democráticamente electo en estos países nuestros, sin instituciones, en las cuales la moral se ha tornado en palabra y el lema que se imprime en la frente de los nuevos funcionarios es que «hay que buscársela».

A como dé lugar.

Por supuesto, robando.

El Presidente Fernández, recordando que su gobierno sólo lleva siete meses de ejercicio, pide paciencia a grupos de la sociedad civil que muestran inquietud por lo que estiman una débil actitud gubernamental para enfrentar la corrupción. Lo que sucede es que cargamos desde hace tantos años, que podríamos decir «por toda la vida nacional», con los resultados de complacientes políticas estatales, en las cuales la impunidad y el maldito «borrón y cuenta nueva» han primado, y vemos circulando libre y suntuosamente a centenares de grandes delincuentes por toda la República.

Porque nuestra justicia nunca ha sido severa sino acomodaticia.

Ya sabemos que el sentido del tiempo, del momento oportuno, es una gran virtud política. Nos lo enseña continuamente la historia universal, y aquí lo demostró ampliamente Joaquín Balaguer.

Pero ha de tenerse en cuenta el cansancio, la tradición abrumadora de abusos contra la población llana, elevada esta práctica hasta niveles insoñados durante la gestión del Presidente Mejía.

Uno teme. Teme con razón y fundamento que todas esas auditorías e investigaciones se disuelvan, se esfumen o se queden, por un tiempo, en gavetas o cajones hasta que los consuma un fuego provocado o sean pasados por uno de esos modernos artefactos, «shreders», que hacen trizas los documentos comprometedores.

Y aquí no ha pasado nada.Por eso el temor y la impaciencia.

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