Acerca de tránsito, buen sentido y recuerdos del viejo AMET

Acerca de tránsito, buen sentido y recuerdos del viejo AMET

Bien. Para tratar el tema del tránsito vehicular no hay que ser un Hamlet Hermann, quien tan buenos recuerdos nos dejó con su AMET, organizado, justo e inflexible en el cumplimiento de sus obligaciones. No tengo, ni deseo tener,  la menor idea (y ahora recuerdo a una trabajadora doméstica nuestra, jovencita anhelosa de progreso, que solía decir “no tengo la mejor idea”), repito: no tengo la menor idea acerca de cuáles ni cuán graves fueron los disgustos gubernamentales con Hamlet, o viceversa. El caso es que AMET funcionaba bien. Tan bien como puede esperarse de un país como el nuestro, en el cual el miedo dictatorial fue sucedido por el desorden y el capricho voraz infatigable.

   Aquellos agentes de tránsito eran inflexibles, y corteses, en la aplicación de las leyes. Civiles y militares, carretilleros, motociclistas y vehículos de lujo eran igualmente detenidos si conducían imprudentemente. Dejé de ver un agente de tránsito contrariando sistemáticamente lo que indica uno de los escasos semáforos que funcionan, pero funcionan mal.

   ¿Porqué dar paso con el semáforo en rojo y detenerlo cuando está brillando el verde? Si está mal sincronizado o enloquecido: apáguelo y repórtelo a alguna oficina que se interese en el caso.

   Es que nadie se interesa.

   ¿Cómo es posible que bajando la avenida Winston Churchill, de cuatro carriles, un verdadero bulevar con hermosa y amplia división entre ambos carriles, haya que bajar hasta la 27 de Febrero para tener derecho a girar a la izquierda? Para ir al Banco de Reservas (por ejemplo) debe bajarse hasta llegar a la 27 de Febrero y volver a subir un montón de cuadras para doblar a la derecha. Pero eso no es lo peor. Lo  más grave es que (por ejemplo) frente están dos AMET conversando indiferentes y todos cruzan sin que se les moleste, ante un aviso metálico que lo prohíbe. Los conductores de “públicos” y de los aterradores autobuses, grandes o pequeños, se detienen bruscamente en cualquier punto a dejar o acoger pasajeros, tal como hacen los “carros de concho”, y no sucede nada.

   Me duele que la buena intención de mi padre, Bienvenido Gimbernard, al crear el personaje de “Concho Primo”, nombre que posteriormente le puso a su idea de un transporte cómodo y barato para ir desde un extremo a otro de la Ciudad Colonial –idea que acogió y puso en práctica su amigo Amadeo Barletta, representante de los Chevrolet- degenerara en el caos que vivimos tras los procesos políticos de concesiones dañinas.

   ¿Carros de Concho? La idea anticipaba la originalidad del Volskwagen (carro para el pueblo) pero sin los propósitos políticos ni demagógicos  de Hitler.

     La demagogia del transporte público nos llegó después del final de la locura dictatorial de Trujillo. ¿Una maniobra políticamente hábil? Sí. Moral, no.

    Ya he escrito otras veces sobre la extensión de los males del desorden, que se expanden velozmente y sin límite, abarcando los múltiples aspectos de la conducta cívica.

   Lo que me preocupa no es sólo el tránsito.

   Es lo que significa su caos.

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