Acerca de tránsito e indisciplina

Acerca de tránsito e indisciplina

Jacinto Gimbernard Pellerano
Fue en aquella remota edición de Las Mil y una Noches, cargada con el peculiar aroma del grueso papel que utilizaba la Editorial TOR Argentina, que mezclé mis fantasías infantiles con las que prodigaba aquel tomo rebosante de ensoñaciones.

Allí leí que el Califa abásida Harún al Raschid, soberano de Bagdad (personaje real que murió en el año 803), se disfrazaba de mendigo o de menesteroso vagabundo para recorrer las calles y plazas de esa Bagdad que hoy aterra de insensateces crueles, pero que por aquellos tiempos era un hervidero de populacho paupérrimo, pícaro, bribón y ladino por necesidad de supervivencia. Así se enteraba de lo que realmente sucedía entre su gente, cuáles eran sus quejas, las que nunca lograban pasar el inexorable y eterno “anillo palaciego”. Así se enteraba de los engaños de sus funcionarios, a la perfidia de Vizires y empleadillos de servicio.

Hace poco tiempo recibí una cortés comunicación del Director de AMET, en relación a un artículo publicado por mí en esta página. Gentilmente ponía en duda que agentes de este cuerpo dedicado al orden en tránsito vehicular, ordenasen la violación de lo indicado por el semáforo (inteligente no). Deseé y deseo que el General se disfrace de civil y, desde un vehículo común, sin parafernalia, circule por la ciudad ampliamente. Se va a sorprender. El tránsito vehicular es un caos. No es como él lo encuentra cuando su pipeta cruza sin problemas por una ciudad organizada.

Entiendo que para la seguridad del Jefe del Estado se detenga el tránsito que interfiere, aunque no creo que se requieran quince o más minutos hasta que pase la veloz caravana que sigue un programa preciso y previsor.

Este no es un país en guerra. Gracias a Dios. No tenemos otros descontentos que los desempleados, también los que ganan muy poco y no les alcanza para comer con moderadas capacidades alimentarias. El Presidente de la República no corre peligro, aunque debe protegérsele correctamente…pero, esos funcionarios de menor y hasta de mínimo rango que se trasladan precedidos de sirenas lo que logran es la antipatía popular. Innecesaria e improductiva como no sea de animadversión.

¿Seguridad para qué? –dice la gente, entendiendo que protección preventiva requieren los ejecutivos que pueden llevar a cabo grandes perjuicios (que siempre significan beneficios para otro lado) como un Jefe de Policía (más que del Ejército) un Director de Aduanas que no se deja sobornar y otros, no muchos, por el estilo.

Existe un fenómeno de contagio, que hace unos días era tratado por César Medina y su equipo en el programa televisivo El Poder de la Tarde. Es lo que he tratado varias veces de explicar. Si la autoridad te ordena que detengas tu auto cuando el semáforo está verde y te conmina a continuar cuando está en rojo, está enseñando algo maléfico: Si la autoridad lo aprueba, está bien la falta; si la autoridad lo impide, está mal.

Pero queda la enseñanza de la desobediencia, que ya no se limita al territorio lesionado sino a la totalidad de la conducta ciudadana.

La irrespetuosidad es pegajosa. También la disciplina (siempre forzada) y esa obediencia cívica, tan admirada, de los alemanes y otros nórdicos, que es resultado de una disciplina impuesta a la población, intransigentemente.

Es una cultura montada sobre el “Nicht” (No), “Verboten” (Prohibido) y “Nicht gestatten” (no permitido).

Hay que aceptar, lamentándolo, que sin disciplina impuesta no puede haber progreso.

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