El miedo no es nada nuevo. Cabría decir que es lo primero en saludar al hombre cuando nace. Ya había tratado yo parte de este tema. El ser humano empieza, desde el inicio de su formación, un proceso gradual de familiarización ambiental, permitido por el ritmo que llevan las transformaciones. En sus nueve o siete meses en el vientre de la madre, los cambios llevan un imperceptible ritmo continuo. “Natura non fecitsaltus” (la naturaleza no da saltos). Ya salido al exterior, el recién nacido acepta sin temor todo lo que sucede a un ritmo que él puede asimilar y teme todo lo que ocurre a una velocidad mayor a su ritmo. El cambio que implica el salir de ese ambiente es brusco. Por eso se habla del trauma de nacimiento.
Después de mucho analizar, he llegado a pensar que el proceso del miedo es de ritmo y asimilación.
Cada ser humano tiene un ritmo distinto de percepción y asimilación. Solo a ese ritmo puede ir incorporando, sin temor y sin daño, nuevas experiencias.
Esto no se aplica solo al individuo, también es esencial para la buena salud de la sociedad. De hecho, según una investigación realizada hace años por encargo de la Unesco, una de las cuatro características de una sociedad sana es que todos los cambios que se producen en ella “son lentos y la continuidad es sostenida”. Son tan lentos que no llaman la atención.
Lo extraño asusta por repentino, porque se entra en contacto con él bruscamente, sin preparación.
Durante varias estancias en el Viejo Continente, tuve oportunidad de conversar con un número de veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Siempre intrigado por el problema del miedo, aproveché sistemáticamente cada ocasión para preguntarles sobre sus estados emotivos en el campo de batalla. De sus respuestas puede sacarse una conclusión: cuando no se trata de un ataque súbito, el mayor miedo aparece antes del combate, no en el mismo. Iniciado este, empieza a desarrollarse un proceso de asimilación, de aceptación, que va sacando el miedo para darle paso a una “sensación de irrealidad” aceptada.
Antes de la batalla, el proceso de aceptación gradual del peligro es imposible por el continuo y brusco cambio de situaciones imaginadas, que impide la familiarización con cualquier circunstancia: se está siempre golpeado por lo desconocido, a un ritmo mayor que la capacidad de asimilación. Los miedos originales, primarios, nacieron a causa de acontecimientos sucedidos a una velocidad mayor a la asimilable.
Ahora el mundo parece tener los ojos puestos en Donald Trump y sus declaraciones, que inspiran miedo. Se trata de un hombre de decisiones golpeantes, que quiere hacer cambios bruscos y puede impactar a muchos. No da tiempo a asimilar ni le interesa fluir. Las inquietudes de una profunda observadora, Miriam Veliz, son las mismas que preocupan, no sin razón, a crecientes multitudes. Naturalmente a mí también.
Es cierto que la sociedad, el mundo, requiere cambios. Pero cambios para bien. Cambios asimilables y sostenibles en el tiempo.
Impresiona que este hombre inspire más atención que en los genocidios y catástrofes que se viven en distintos puntos del planeta, de los que -claro- estamos lejos. Pero lo cierto que es las decisiones de unos pocos pueden afectar a muchos y traer cambios en la forma de vida para los cuales no estemos preparados.
Los miedos son totalmente razonables con las actitudes de este señor.
Pero no nos quedemos solo en eso, ciegos, sordos e indiferentes ante lo que ocurre entre quienes, aterrorizados día a día viven la guerra.