Desde aquella vez que los haitianos ocuparon la parte oriental de la isla en 1822 nunca habíamos estado tan cerca de un enfrentamiento para la supervivencia de los dos pueblos con una agitada vida de malos entendimientos y sacando músculos de amagar y no dar, pero dejando latente un probable enfrentamiento final por el dominio de la isla.
En 1822 la colonia española del oriente de la isla era escasa y los extensos territorios con sus llanuras del Este permanecían desoladas con reses dejadas libres en estado salvaje. Ese ganado sin dueño se apoderó del oriente dando lugar a grandes y extensas manadas de todo tipo de ganado que eran las fortunas de los colonos que vivían en Santo Domingo.
Tales fueron las condiciones que encontraron los haitianos cuando en 1822 invadieron para ocupar la colonia española. La ocupación de la capital de la colonia y de las otras regiones fue fácil. Y es que estaban casi deshabitadas con centros poblados en el Cibao, que por la riqueza de sus tierras, estimulaba el crecimiento y a una vida llena de promesas. En esos primeros 20 años del siglo XIX la colonia española languidecía y era una presa fácil de cualquier potencia europea. Ya los haitianos, por herencia de los franceses, eran reconocidos por sus fuerzas militares organizadas a su estilo hasta 1804 que habían dominado esa antigua colonia que en su emancipación desterró o eliminó todo lo que no fuera negro o mulato.
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Los emancipados esclavos haitianos, después de eliminar a todos los colonos franceses, se prepararon para avanzar hacia oriente, tanto para ampliar su territorio como para ocupar la colonia española que vivía en una pobreza extrema por el arte del desgaste y olvido a que la había llevado la corona española que al recuperarla después de la batalla de Palo Hincado hubiese sido mejor que tal reocupación no se hubiese producido y así no dar inicio al período de la España Boba hasta la ocupación de occidente en 1822.
Después de las doce batallas que se produjeron en el periodo de la separación e independencia de 1844 a 1856, los dominicanos pudieron afianzar su separación de Haití que abandonó sus intentos de reocupación y ya para 1856 se gestaba en la mente de los políticos dominicanos acelerar la anexión.
Se estaba en serias intenciones y cabildeos de procurar la anexión a España. Esto sería un coloniaje rechazado a sangre, fuego y lodo de los potreros del Este en que la sabana de Guabatico se teñiría de sangre.
Además los haitianos, evitando un altercado con España y siendo presidente haitiano Fabré Geffrard, que no pensaba como aquellos trogloditas de Toussaint, Dessalines, Soulouque y Cristóbal, le prestó ayuda a los restauradores permitiéndoles prepararse en el territorio de su archienemigo y conjuntamente con la Restauración dominicana iniciar un proceso de litigios y crispaciones por los asuntos de límites.
Los dominicanos perdimos en esos acuerdos casi 5 mil kilómetros cuadrados para resolver definitivamente los asuntos limítrofes entre los dos países.
Previo a la matanza de los haitianos de 1937 ya se habían acordado el asunto limítrofe. Desde entonces se mantiene un estado de latente confrontación y enemistad manifiesta pese a los lazos comunes que se dan entre los moradores en ambos lados de la frontera.