ACLAREMOS LAS COSAS

ACLAREMOS LAS COSAS

Nunca he escrito una palabra sobre Andrés L. Mateo. Él, en cambio, ha escrito unas cuantas sobre mí, todas elogiosas o favorables. Andres L. Mateo y yo éramos dizque amigos, de esos que lo son “hasta que la política los separe”, como hubiera podido decir Maquiavelo, y como ha terminado ocurriendo.

Porque en lo sucesivo nada de “amistad” entre el señor Mateo y yo.

El señor Mateo, narrador desacertado y débil donde los haya y articulista pedante, fantasioso y agresivo, ha encontrado mal un documento con el que la Alianza Cultural, que presido, quiso llamarlo a la serenidad en el debate, y se ha defendido torpemente llenándonos de improperios y diciendo que en él se le amenaza.

El señor Mateo confunde adrede, y por conveniencia electoral, lo que es un reclamo legítimo —hecho, eso sí, con la firmeza requerida— con una amenaza. Y no. Nada de amenazas.

Los artículos del señor Mateo son a menudo innecesariamente ofensivos, y si hay algo en la atmósfera política dominicana que huela a tiburón podrido, como a él le gusta decir, son algunos de los que en el curso de los últimos meses ha escrito contra casi todo y muy en especial contra Leonel Fernández y Danilo Medina. Por eso nos permitimos llamarle la atención, en procura de no enlodar aun más, desde el sector al que pertenecemos, el ya sucio discurso de la controversia política.

Decíamos allí, y lo repito aquí, que el señor Mateo viola la ley, en lo que se refiere al tratamiento público que se le debe al Jefe del Estado.

El artículo 368 del Código Penal es muy claro al respecto: “La difamación o la injuria pública dirigida contra el Jefe del Estado se castigará con la pena de tres (3) meses a un (1) año de prisión, y multa”.

Otra cosa es que en el ambiente de confusión en que vivimos nadie le pida cuentas, lo que quiere decir que el señor Mateo podrá seguir escribiendo como lo hace, o como le dé la real gana, con la misma impunidad que tanto lo estomaga si la descubre en otros.

Lo único que decimos es que eso lo invalida para llenarse la boca con los llamados al adecentamiento de la vida política con los que nos incordia sin cesar.

Al señor Mateo le desagrada la repostulación del presidente Medina. Está en su derecho. Pero la acritud de émulo de Savonarola con que la rechaza merece un par de precisiones y algunas preguntas.

El señor Mateo fungió (Oh, Dios) como Viceministro de Cultura en el gobierno del presidente Hipólito Mejía. Nos la jugamos, pues, nada menos que con un exfuncionario de los que para algunos fue uno de los gobiernos más corruptos del país, como se dice siempre de todos y en lo que yo no entro ni salgo. Digo que para algunos.

El presidente Mejía se inclinó por la repostulación, y la consiguió, utilizando para ello los mecanismos propios de la política dominicana. Y aquí va la primera pregunta: ¿renunció el señor Mateo de su cargo, asqueado (como correspondía en su caso) por semejante barbaridad? No lo recuerdo. Si lo hizo, no digo más. Me callo y asunto concluido.

Pero, si no, he aquí la segunda: ¿qué habría hecho, tras haber apoyado la repostulación del señor Mejía, si este, en lugar de perder, gana las elecciones? Y estas dos últimas, que se caen de la mata: ¿hubiera renunciado entonces, bajándose de la patana, renunciando a las mieles del poder que tanto les critica a los demás?, ¿o hubiera terminado aceptando su confirmación, o un nuevo destino, en la prolongación del mismo gobierno del partido más antirreeleccionista de la historia nacional?
Dios mío (oh Dios), qué difícil resulta tirar esa primera piedra, qué difícil verse la viga aquella en el propio ojo.

En lo que a mí respecta, sepa el señor Mateo que no me oculto detrás de nada. Aquí me tiene. Si el comunicado de Alianza Cultural no aparece con mi firma ni la de los demás es porque así se decidió y porque está avalado por todos sus componentes, que son muchos. Y en cuanto a sus ridículos insultos, lo que hago es que me río.

Y no de cualquier forma, sino con una estruendosa carcajada miguelete que debe de estar oyéndose en todos los barrios periféricos de la zona intramuros. Porque si de algo no se me puede acusar ni tildar ni cosa parecida es de “lambón” y trujillista.
Yo no he alabado ni alabo por alabar, ni por interés de ningún tipo (que es lo que caracteriza, en esencia, a los “lambones”) absolutamente a nadie, llámese como se llame, ni he sido nunca, ni por una millonésima de segundo, trujillista.

A mí me basta para vivir y hasta para sobrevivir la competencia alcanzada en mi campo a lo largo de una vida de estudio y de trabajo. Que mi padre (al que venero, que conste: la alusión a su persona, tan innecesaria y canallesca, tan propia del señor Mateo, es una deuda que este acaba de contraer conmigo y que no le perdono), que mi padre, digo, trabajara para el régimen de Trujillo, es un asunto que nada tiene que ver con lo que discutimos. Vaya el señor Mateo al Más Allá y pregúnteles a él y a la práctica totalidad de los dominicanos que en el país de entonces tenían una cierta formación, entre los cuales probablemente encontrará algún pariente, qué los impulsó a propiciar o a dejarse llevar por ese maremoto.

Lo que queremos del señor Mateo los de la Alianza Cultural es que nos explique por qué tiene que ser bueno que él apoyara con todas sus fuerzas al presidente Hipólito Mejía y su proyecto y malo que nosotros apoyemos a Danilo Medina.

¿Por qué? Y ya no digo más, salvo lo siguiente.

Que abandone el señor Mateo, si la tiene, la idea de utilizarme en lo sucesivo como contraparte de una polémica que, dadas sus pretensiones de insertarse en uno de esos putrefactos organismos del Estado que tanto asco le producen, sé muy bien que intentará prolongar hasta que le convenga.

A ese juego no me voy a prestar. Así que me retiro a mi rincón, me desato los guantes con los dientes y los arrojo al centro de la lona. No en señal de abandono, sino de desprecio. Yo no combato con rivales tramposos.

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