Acta notarial adjunta

Acta notarial adjunta

-Hay una carta del notario Ruiz Medallón, quien ayudó a Marguerite a redactar y corregir las “Memorias”. Ese notario de pueblo quedó prendado de la blancura de la piel de Marguerite. Allá se rumoraba que la mujer del notario estaba celosa de la francesa. Eran murmuraciones de los empleados, chismes de mujeres con poco trabajo. El único documento cierto y auténtico es la carta del propio notario. Apareció adosada al legajo de Marguerite. Ruiz Medallón, al final, pide perdón a su esposa Refugio, a la cual, hasta entonces, había sido fiel.

-La francesa, ciertamente, no se llevaba bien con el marido; de él decían en Santiago de Cuba que “se había dado a la bebida”. Al parecer Marguerite se hallaba deprimida por las persecuciones políticas contra su esposo; al rememorar sus días en San Petersburgo y en París, ella lloraba delante del notario. Una mujer joven y bonita, sollozando en cada sesión, acabó por conmover a Ruiz Medallón. El punto culminante del asunto fue lo de su aprendizaje en las escuelas tolstoianas. Pude comprobar que Marguerite se había ejercitado en los bailes rusos y en la gimnasia sueca. Ella propuso al escribano que se sentaran en el piso a revisar las páginas de su escrito.

-Cada uno tenía a su lado un diccionario francés-español, español-francés, que consultaban continuamente. Marguerite quería estar segura del significado de las palabras que empleaba el licenciado Ruiz. Ella, según tengo entendido, nunca logró dominar el español completamente. Hablaba bastante bien; escribir, le costaba trabajo. El caso es que un día la mujer fue derecho a sentarse en el piso dentro del despacho de Ruiz Medallón; al hacerlo la falda se le escurrió hacia arriba; el notario se había sentado primero.

-Papeles, plumas, tinteros, estaban abajo cuando la mujer se agachó. El pacato escribano vio los muslos de la francesa desde una perspectiva privilegiada. Tragó saliva, se puso pálido, los ojos le bailaron en los párpados. Marguerite notó la conmoción y lo besó con intención de tranquilizarle. El hombre la tumbó en el suelo; su temor y su sorpresa los expresaba nerviosamente, mediante mordiscos. Marguerite descansó aquel día de su difícil historia pasada; empezó un gozoso capítulo. (Ubres de novelastra; 2008).

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