Actos fallidos y Revolución de Abril

Actos fallidos y Revolución de Abril

FABIO RAFAEL FIALLO
El 25 de abril de 1965, una sola figura se erguía incólume en el paisaje político dominicano: Juan Bosch. Militares se habían levantado en armas para exigir su retorno como presidente constitucional. Civiles, en su mayoría jóvenes, se sumaban eufóricos a las tropas insurgentes, blandiendo los fusiles que éstas habían empezado a repartir a la población de la capital. Tenían aún que hacer frente, es verdad, a la aguerrida resistencia de poderosos sectores de las fuerzas armadas; pero la amplitud de la insurrección y la participación de civiles a favor de la misma permitían a los rebeldes mostrar un justificado optimismo en cuanto al desenlace posible de su acción.

Bosch primus inter pares, el primero entre sus iguales. Ningún líder político hacía mella ese día al aura que irradiaba a los cuatro puntos cardinales, desde su exilio puertorriqueño, nuestro depuesto presidente constitucional. Quienes hubieran podido hacerlo habían abandonado la escena pública en circunstancias y por razones diferentes. Viriato Fiallo, su contrincante de las elecciones de 1962, había quedado al margen del debate político luego de las críticas recibidas por su actitud ante el hecho consumado del golpe de Estado que había producido la quiebra del orden constitucional. Manolo Tavárez, cuyo ascendiente en el seno de la juventud dominicana no tuvo parangón, se había inmolado en Las Manaclas en una gesta que algunos de sus seguidores o simpatizantes, pensando en el papel catalítico que él habría podido desempeñar ahora, comenzaban retrospectivamente, sotto voce, a estimar prematura y por consiguiente a lamentar. En cuanto a Joaquín Balaguer, pocos eran los que creían en el futuro de ese político de otros tiempos que llevaba a cuestas, cual una rémora inextirpable, su pasado trujillista. El 25 de abril de 1965 no existía sino Juan Bosch, esperando a media hora de avión el momento útil, y prudente, para unirse a los suyos en la lucha por su reposición.

Y sin embargo, Bosch, a pesar de su indiscutible ascendiente político en el momento del cuartelazo revolucionario de abril de 1965, pierde las elecciones un año más tarde. Y las pierde por añadidura frente a un Joaquín Balaguer que muchos, durante largo tiempo, habían considerado políticamente fenecido.

Hay quienes atribuyen la victoria de Balaguer en los comicios de 1966 a la presencia de tropas estadounidenses en nuestro suelo durante la campaña electoral y el día mismo de aquellas elecciones así como al innegable apoyo político que Estados Unidos le brindó. Intimidados por las tropas extranjeras, muchos dominicanos, se ha dicho, prefirieron votar por el candidato que los americanos habían ayudado a retornar al país y que se presentaba como el candidato a la paz, y no por un Juan Bosch cuya victoria hubiera podido desencadenar un nuevo conflicto con los Estados Unidos. Se ha igualmente atribuido la derrota de Bosch en esas elecciones a un supuesto fraude de amplia magnitud, que algunos dan por un hecho, a favor de Balaguer.

Esa explicación carece en realidad de solidez. A la luz de un minucioso análisis de las condiciones imperantes durante aquellas elecciones, el historiador dominicano Bernardo Vega concluye: «Aun así, nuestra opinión es que la diferencia electoral fue tan grande (56.3% contra 39.2%, una diferencia de 17.1%, más de 200,000 votos) que aun con una verdadera neutralidad americana Balaguer hubiese ganado, con menor margen ciertamente, pero hubiese ganado» (véase Bernardo Vega, Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966, p.289).

La confluencia de la presencia militar y el peso político de Estados Unidos en la República Dominicana hubiera podido perfectamente producir el efecto contrario: exacerbar el sentimiento nacionalista de la población en detrimento del candidato preferido de Estados Unidos. Se vio en Haití en 1930, cuando, apoyado por una coalición heterogénea de grupos nacionalistas, gana las elecciones un Sténio Vincent que, antes y durante la campaña electoral, había atacado la invasión de su país por Estados Unidos. (El defraudará más tarde como presidente, pero esa es otra historia, diferente de la que trata aquí). Algo parecido se vio en República Dominicana en 1924, cuando pierde las elecciones Francisco Peynado, el dominicano que había negociado con Estados Unidos el plan de salida de las tropas americanas. Se ha visto de nuevo, este año, en Irak, en donde pierde las elecciones el político que los americanos habían instalado en el poder. Es menester, pues, seguir buscando las razones, las verdaderas, de la erosión del apoyo popular al movimiento de Bosch, erosión que condujo al resultado electoral de 1966 que todos conocemos. Para esto, no bastará con yuxtaponer y evaluar los puntos de vista de los partidarios y opositores de Bosch en ese entonces: ambos tipos de opiniones poseen una innegable carga emotiva que relativiza, o anula, el valor que ellas pueden tener. Habrá por tanto que recurrir a otros medios de descubrir la realidad, adentrarnos en los vericuetos recónditos, olvidados, y tal vez ocultados adrede, de aquel hito de nuestra historia.

Con ese objetivo en mente, me serviré de un concepto clave del psicoanálisis: el concepto de «actos fallidos», es decir, los descuidos o pifias elementales que cometemos al hablar o al actuar. Ejemplo: cuando utilizamos equivocadamente una palabra en vez de otra, o cuando hacemos sin darnos cuenta un gesto diferente al que procede lógicamente en un momento determinado. A ese tipo de errores involuntarios Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, le atribuye una importancia crucial: tratando de entender cómo y por qué han sido cometidos, decía Freud, se puede llegar a conocer las motivaciones más íntimas y profundas del individuo en cuestión. Para el psicoanalista, los actos fallidos son ventanillas que dejamos abiertas por inadvertencia y a través de las cuales se puede percibir mejor la psiquis de quien comete dichos yerros.

A fin de evitar cualquier tipo de confusión, precisemos que el concepto freudiano de «acto fallido», del que nos serviremos en artículos venideros, no tiene absolutamente nada que ver con el de «Estado fallido», al que se hace frecuentemente alusión en debates de política internacional.

En los artículos que seguirán, habremos de examinar las implicaciones de algunos hechos ocurridos durante la Revolución de Abril cuya importancia, a nuestro juicio, se ha visto subestimada hasta el día de hoy. Esos hechos casi olvidados, esos actos fallidos de nuestro pasado, podrían tal vez ayudarnos a comprender, mejor que todas las loas y diatribas juntas, el resultado de la contienda de abril así como el cauce que tomó a partir de ese momento la política dominicana.

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