Ada Balcácer  realidad, símbolo y cumbre de las artes visuales

<STRONG>Ada Balcácer</STRONG>  realidad, símbolo y cumbre de las artes visuales

Cuando Henri Matisse iba a cumplir los ochenta años, un artículo de la revista “Art News” tituló “Henri Matisse. ¿Es el más grande?”. Después de ver la esplendorosa exposición de Ada Balcácer en el Centro León, parafrasearíamos la pregunta… “Ada Balcácer. ¿Es la más grande?”, y responderíamos: “Sí, lo es”.

El Centro León nos ha acostumbrado a exposiciones sobresalientes, desde la curaduría y la museografía hasta el catálogo y las actividades paralelas, y su Programa de Grandes Maestros Consagrados cumple una función de difusión del arte dominicano al más  alto nivel, aparte de la fruición de magníficas obras. El maestro Fernando Peña Defilló y ahora la maestra Ada Balcácer, ambos Premio Nacional de Artes Plásticas, son los últimos protagonistas de este acontecimiento bienal.

“Alas y raíces: Ada Balcácer”.  A través de 73 pinturas, dibujos y grabados que la museografía de Pedro José Vega ha dispuesto con sobriedad, dinamismo y sentido de las líneas de fuerza, “Alas y raíces: Ada Balcácer” permite valorar una extraordinaria y variada producción al filo de seis décadas de un trabajo tan inmenso como el talento que la gestó. Myrna Guerrero y Karenia Guillarón han realizado, durante meses, una labor de curaduría admirable, examinando y analizando unas 700 obras, lo cual nos sorprendería  si no conociéramos su profesionalidad y su entrega. Como siempre en el  Centro León, ese evento, digno de un museo hegemónico, ha sido el resultado de la capacidad  y la dedicación de un equipo de decenas de personas, e incluimos entre ellas a los coleccionistas e instituciones que aceptaron altruistamente desprenderse de sus “tesoros”.

Entre múltiples cualidades, adquiere una especial relevancia que, al igual que en otras exposiciones anteriores, el carácter retrospectivo de la presentación –las primeras obras datan del 1966, las últimas del 2011– no impide una leve flexibilidad dentro de los períodos, y creemos que la opción antológica “vitaliza” mucho más el caudal de investigaciones, experimentos y hallazgos del artista que una rígida sucesión cronológica. 

La curaduría, siguiendo globalmente un esquema diacrónico, ha organizado las obras en cuatro partes y fases creativas –Raíces, Artevida, Arteluz y Alas–, las cuales, sobre todo las dos primeras, encierran subconjuntos temáticos y formales. Un elemento adicional, que enriquece la contemplación de los cuadros, es la inserción de textos –que no interrumpen el espacio, sino le dan aliento– y el hecho de que Ada Balcácer, a su genio plástico y gráfico agrega el dominio teórico. Su decálogo Artevida puede leerse como los diez mandamientos que todo artista y/o amante del arte deberían meditar.

El título de la exposición atrae y provoca… antes de que se empiece un recorrido, concebido para que el espectador se sienta a la vez participante y subyugado. A veces, en literatura como en pintura, los títulos cobran importancia, preparando la primera interpretación. Las “Alas” sugieren el vuelo imaginario y en imágenes  hacia el espacio, las alturas y el infinito de la luz. Las “Raíces” refieren a la memoria ancestral, a la criollidad, a la dominicanidad, las cuales Ada no sólo ha asimilado, sino reinventado, haciéndolas leyendas pictóricas, empezando por un bacá polimorfo, temible y misterioso. Y desde que iniciamos el peregrinaje iconográfico –notamos que la gente camina muy despacio–, las correspondencias entre el título y la obra se convierten en naturales fuentes de compenetración.

Como bien lo dijo María Amalia León, “Ada nos guía por sus “verticales modelos antillanos de lucha y marcha eterna”. La trayectoria de Ada Balcácer manifiesta una vocación de adalid de la libertad, aunque esa misma libertad nunca ha sido una conquista definitiva, sino una lucha y una causa sin descanso. Ha sido una empresa totalizante que se expresó en la vida, en la enseñanza, en las ideas, en una producción mítica y fecunda (¡más de un millar de obras!), No obstante, descartamos en ella una subversión estética, sino que el proceso creador avanza, se detiene, se “metamorfosea” al compás de los años, las búsquedas y los hallazgos, mientras la belleza jamás se aparta ni se desvanece…

En esta nuestra primera aproximación crítica a ese arte efusivo y generoso, quisiéramos tomar por ejemplo a una obra maestra, que se inscribe en el conjunto cimero de Artevida, un paisaje en luz tropical, de dimensiones impresionantes. Ada Balcácer, como siempre, sobrepasa la transferencia pictórica de lo conocido, y su metáfora de la naturaleza se vuelve visión lírica y puro espejismo, movimiento de ráfagas y de relámpagos, que instrumenta una pincelada, increíblemente variada en sus toques, a la vez gestual y controlada. La luz, iridiscente y transparente, tiene el poder mágico de alcanzar zonas de sombra y de resurgir luego, tan o más brillante y estremecedora. La mirada del espectador se prolonga, efecto hipnótico de la pintura… Desde la abstracción, se confunden el universo interior y la atmósfera tropical, retoza el agua con el aire, vibran aves del paraíso y pajaritos zumbadores.

En fin, la distancia que se toma con la realidad, nos la devuelve fantástica y maravillosa.

La pintura, así lo escribe Ada Balcácer, es “caligrafía luminosa sobre los planos de expresión y color”. 

La frase

Rafael Emilio Yunén

“… Ada continúa haciendo sus investigaciones cromáticas y formales en todo tipo de temas y ampliando su rica producción en los campos del dibujo, la gráfica, la pintura y el grabado. Todo esto ha permitido que, a través de una obra marcada por la coherencia, la experimentación y la autenticidad, Ada Balcácer, creadora en plena madurez, logre hacer una síntesis que le permite dialogar con el resto de la cultura mundial”.

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