Adiós a Dios con el Oscar

Adiós a Dios con el Oscar

A pesar de las frecuentes llamadas de atención que está haciendo el Gran Arquitecto del Universo a través de fenómenos naturales de potencia incalculable y orígenes científicamente inexplicables, Dios está pasando de moda.

 Es más fácil escuchar frente a hechos insólitos la expresión “Coño, qué es esta vaina” a la desfasada y antigua “Dios mío, que está pasando”.

Por eso en la ceremonia del Oscar no se escuchó a ningún ganador dar las gracias a Dios.

La euforia del éxito y la embriaguez de los aplausos no se acompañó del levantamiento de la mirada, los brazos o la estatuilla hacia el cielo.

Fue un homenaje colectivo al hombre y sus veleidades, ignorando lo etéreo, lo filosófico y lo espiritual.

 Fue un adiós a Dios que “no tuvo vela en ese entierro”.

Ese detalle del Oscar trajo a mi memoria el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York, la invalidez y posterior muerte de “Superman” (Christopher Reeve) y la humillante caída de Fidel Castro en un mitin.

Un símbolo arquitectónico del poderío norteamericano, un súper héroe en silla de ruedas, y un icono internacional siempre desafiante, retador por excelencia de los Estados Unidos, cayendo de bruces, fueron imágenes que mostraron al mundo cómo pueden rodar por el suelo y verse humillados en forma deprimente símbolos reales o fantásticos de poder, valentía o coraje aparentemente invencibles, cuando Dios quiere llamar la atención de la humanidad.

No hablo del dios que numerosas sectas religiosas deforman con dogmas irracionales, sino de aquel que se acopla a la maravilla del universo y no nos exige nada, salvo comprender y respetar su infinita grandeza.

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