Adiós a Johnny Ventura; Único Negro que echa miel por los poros

Adiós a  Johnny Ventura; Único Negro que echa miel por los poros

Era el espíritu del triunfo y de la radio, del Inquieto Anacobero, de la Sonora Matancera, de una manera muy particular del Caribe en que se conforma el imaginario social y se construían referentes después de la Segunda Guerra Mundial. Pero nuestra historia oral había olvidado que esa pequeña gesta está dada por masas de mulatos que encontraron en la radio y luego en la televisión una manera de expresión, una razón de ser que no estaba alejada de una cierta movilidad social que fue poco a poco cambiando la composición del hábitat:

“Santo Domingo  representa un excelente caso de estudio para entender el proceso de urbanización, pues hoy  [1999] esta ciudad contiene cerca de la mitad de la población del país, en contraste con el año de 1920, cuando sus 31,000 habitantes representaban menos del 4% de la población total”. Moya Pons, Frank: “Breve historia contemporánea de la República Dominicana”. México, FCE, 199, p. 72.

            Tal vez los sociólogos de la música podrán muy pronto hablar del cambio del lenguaje en el merengue. Johnny Ventura, que fue en Carbonero, en las letras de Freddy Beras Goico, explotó las ansias libertad de un público que vio al negro subir y ser reconocido más allá de las fronteras. Hermanar nuestro merengue a la salsa famosa de El Gran Combo de Puerto Rico, los Mulatos del Sabor. Un hilo de continuidad unía la música de todo el Caribe. La explosión de la radio en Cuba y Puerto Rico y la producción simbólica de nuestros grandes compositores.

            Rafael Hernández, el de Cachita la alborotá que ahora baila el Cha-cha-chá, con más de dos mil canciones; Tite Curet Alonso con las caras lindas de mi gente negra y su Anacaona Güílamo. También, su ‘plantación adentro camará, la gente es sombra nada más’; fueron los visualizadores de un imaginario distinto en el que la literatura participó como base de un acompañamiento lingüístico que venía ya del bolero que en el amor nos coloca de igual a igual con las estrellas de un firmamento, que la negrada y el mulataje podía tocar, a la vez que empujaban las paredes del racismo y la marginación social que los aislaba.

            En Johnny Ventura hay una política que recorre la apropiación de las masas populares, la canción “Los Indios” (“Ahí vienen los indios”) fue el ritmo Merembe de la resistencia. La policía de Balaguer, Neit Rafael Nivar Seijas, Pérez y Pérez y tantos otros que la impunidad ha enterrado en el oscuro pozo del anonimato y la desmemoria, eran los actores en un país que aspiraba a otra democracia. Mientras el discurso oficial podía pasar de la revaloración del pasado histórico a la idea manida del desarrollismo o la reforma agraria y los edificios de bienestar social.

            Ventura es la voz dominicana de un Caribe musical que resurge y se religa con distintos ritmos y voces en las que la nostalgia de un pasado campesino se cruza con distintas diásporas en Nueva York. Si lo pensamos como parte de una narrativa que conforma el imaginario social, sus símbolos y sus signos nos dejan, alguna vez, sumamente desventurados.

Entendí ese extremo el día nefasto para los seguidores de Johnny Ventura. Aquellos que vieron la gracia de los bailes del Combo Show por las ventanas en los barrios populares cuando pocas familias venidas del campo podría tener un televisor blanco y negro y, luego cuando llegaron los de colores, como los que se vendía en la calle San Martín, de Santo Domingo, expresaban su tristeza por la separación del grupo.

Ya Luisito Martí y Anthony Ríos no eran parte del legendario Combo que representaba nuestro país en la contienda con El Gran Combo, y la “Protesta de los feos”, (1974) en que se revaluaba la negritud desde una disputa amistosa y guasona que cambia el discurso del negro, por el negro saboroso, el negro del central.

Johnny Ventura también era empresario y dejó a su orquesta para formar otra. Entonces vino el Sonido Original, pero ninguna segunda parte fue buena. Johnny con su recia personalidad, su don de gente siguió adelante, hasta que se hizo alcaide de la ciudad y con ello rompió otra vez la unidad de sus seguidores.

Los historiadores de la música algún día podrán comparar la hazaña de Ventura y cómo destronó a los Magos del Ritmo de Félix del Rosario, con la influencia del jazz y las distintas líneas de la música caribeña que se mezclaron. Podrán ver las preferencias del público y las distintas fusiones que resultan en ser hoy la música del Caribe.

Aquilatarán también el fenómeno Ventura con la alternancia de Félix del Rosario y Wilfrido Vargas y cómo el desarrollismo puertorriqueño potenció esa imagen de nuestro representante en el concierto de la música que sirvió como escalera social para tantos negros y mulatos como Rafael Hernández, Celia Cruz, Alberto Beltrán, La Lupe, hasta llegar al Bobby Capó de “Mataron al Bembón”, o más bien al brujo Cuco Valoy, para solamente hablar de las tres grandes Antillas.

Y en una nota final de epitafios y muerte vale recordar a uno de los grandes de Guadalupe, el guitarrista líder del Grupo Kassav, Jacob DESVARIEUX, quien como Johnny nos ha dejado recientemente. Porque es “La Sé Sèl Médikaman Nou Ni”, un placer del ritmo y del sabor, en los que se hermanan, el merengue, el zouk, la salsa, el bolero caribeño y las ansias negras y las enanas blancas de una población que ha luchado para resistir, para salir de la miseria y ser, una vez más, en el concierto de un Caribe vive y renace cuando un gran músico reclama que “cuando muera no quiere batahola, lo que me van a dar que me lo den ahora”.

Johnny en su propio tiempo estaba justamente recreando una cultura del momento.
Del instante que borrarán los aires que huracanan nuestro tiempo caribe.

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