Adiós Africa: mendigo, siervo, soldado, niño

Adiós Africa: mendigo, siervo, soldado, niño

POR SOMINI SENGUPTA
DAKAR, Senegal.-
Están de pie frente a la ventanilla de mi taxi, flacuchos y sucios, sosteniendo latas vacías. Se rascan sus costrosos brazos. Se limpian la nariz que les escurre. Desganadamente, entonan versos del Corán. Con mucha frecuencia, hacen caso omiso de las formalidades y mendigan: «Cent francs, ma tante, cent francs, cent francs».

Estos son los talibes, o niños mendigos, de Senegal, enviados a las calles por líderes religiosos, llamados marabouts, con las órdenes de recolectar una cuota diaria que va de 250 a 650 francos (entre 50 centavos de dólares y 1.30 dólares), junto con cualquier cosa que caiga en sus latas: cubos de azúcar, bisquets, leche en polvo, nueces. Si fallan, les golpean la cara.

Desde Bombay hasta la Ciudad de México y Bangkok, los niños mendigos son un hecho trivial de la vida: UNICEF informó la semana pasada que la mitad de los niños del mundo, mil millones de personas, enfrentan la pobreza extrema. Pero hay grados de miseria incluso entre los miserables, y los talibes que me reciben cada vez que regreso a casa en Dakar son un inquietante recordatorio de que Africa Occidental y Central, de donde parto después de dos años, puede ser un lugar terrible para ser niño.

De los 27 países con las peores tasas de mortalidad infantil, 26 están n Africa, la mayoría en esta parte de Africa. Los niños aquí no sólo reflejan todos los males de sus países, sino que también pagan el mayor precio. El sida los ha dejado huérfanos, la pobreza ha llevado a sus padres a venderlos como esclavos. Y en todas partes los caciques los convierten en soldados.

Moses Vanery, quien tenía 20 años cuando lo conocí el año pasado en Monrovia, Liberia, había pasado los últimos 10 años de su vida combatiendo para dos facciones en dos países.

Richard Maki, a quien contraté como traductor en el este de Congo porque hablaba cuatro idiomas a los 18 años, no se había tragado el anzuelo de combatir, pero otros combatientes le arruinaron sus posibilidades de una educación universitaria. El ganado que su padre había destinado a su colegiatura fue robado cuando milicias rivales se enfrentaron por el control de su ciudad natal.

He conocido a padres que han enviado lejos a sus hijos a picar piedra en otro país, algo que no podían imaginar que sus padres harían. He conocido muchachas que nunca irán a la escuela porque sus madres dependen de ellas para transportar agua y leña, una razón por la cual las tasas de educación de las niñas en el Africa subsahariana sigan siendo las más bajas del mundo. Sólo 56 por ciento de las niñas asistieron a la escuela entre 1996 y 2003, según UNICEF.

De hecho, en los aproximadamente 40 años desde que estos países se liberaron del régimen colonial de Europa, la situación de los niños en Africa sólo ha empeorado. En los 20 países del Africa subsahariana, el ciudadano promedio es más pobre que hace una década, según el Indice de Desarrollo Humano de la ONU. En 11 países en la misma región, más personas pasan hambre hoy que hace 10 años. Y los niños representan ahora la mayoría de los africanos actualmente; en el Africa subsahariana había 340 millones, que representaban 51 por ciento de la población, en 2003. ¿Qué ha salido mal? Estudiosos y líderes de Africa señalan una mezcla de desastres causados por el hombre, desde gobernantes poco escrupulosos hasta políticas económicas internacionales, incluidas las barreras comerciales estadounidenses y europeas que afectan a los productores africanos, y un ciclo inexorable de conflicto. Esto último, dice Kayode Fayemi, director del Centro para el Desarrollo y la Democracia con sede en Nigeria, al menos ha tenido la virtud inadvertida de forzar a muchos líderes africanos a poner cierta atención en los niños de sus países, y no sólo por lástima. Los jóvenes pobres y rebeldes pueden ser la peor pesadilla de un gobernante, como demuestran los niños soldados de Sierra Leona y Liberia.

«Es por temor», dijo Fayemi del nuevo interés en los niños mostrado por algunos líderes africanos. «Esto es algo que pudiera consumirlos si no adoptan una medida decisiva para revertir la clara desigualdad».

Señaló el ejemplo de Olusegun Obasanjo, el presidente nigeriano on una reputación imperiosa, quien se reunió en octubre con las milicias juveniles que han causado estragos en el Delta del Níger rico en petróleo.

«No fue po razones altruistas», dijo Fayemi de la reunión. «El puede ver la crisis que está enfrentando su gobierno».

Las estadísticas asociadas con la guerra librada por niños en Africa son pasmosas.

– En la República Democrática del Congo, 3.8 millones de personas han muerto como resultado de una guerra que empezó hace seis años, según un estudio anual publicado el jueves pasado por el Comité de Rescate Internacional, una organización de caridad basada en Nueva York. Casi la mitad de ellas eran niños menores de cinco años, la mayoría de los cuales cayeron víctimas de la desnutrición y otras enfermedades prevenibles.

– En Sierra Leona, donde un década de guerra terminó en 2003, tres de cada 10 niños morirá antes de su quinto cumpleaños, según el informe de la UNICEF. El desempleo entre los jóvenes es enorme, y muchos ex niños soldados en la guerra ahora buscan diamantes a cambio de un tazón de arroz diario. Algunos residentes de Sierra Leona se preguntan cuánto tiempo pasará antes de que la frustración se torne de nuevo en violencia.

– En Nigeria, el sexto exportador de petróleo más grande del mundo, menos niños -apenas 13 por ciento en 2003- fueron vacunados contra enfermedades infantiles crónicas que en 1990. Nigeria también puso a la polio de nuevo en el mapa, cuando políticos islamitas en el norte, instados por sus aliados clericales, acusaron a Occidente de conspirar para esterilizar a sus hijos con vacunas contra la polio.

Muchos en la región escucharon a sus líderes y evitaron que sus hijos fueran vacunados, con resultados previsiblemente trágicos. En mayo, me topé con un niño diminuto en un hospital en la ciudad norteña nigeriana de Kano, incapaz de mover sus miembros inferiores, que miraba sin expresión a su madre. Esta dijo que sus imanes la habían convencido de no vacunar a su bebé.

Gracias a los políticos nigerianos, la polio ahora ha resurgido en otros 11 países africanos.

Los niños, aquí como en cualquier otra parte, siempre son los más vulnerables. Ellos son quienes más necesitan lo que sus gobernantes no han podido ofrecerles: un gobierno funcional que proporcione maestros, clínicas de salud, un suministro de agua potable para evitar que mueran de diarrea.

Ayudarles requerirá enormes cantidads de ayuda internacional, dijo el doctor Rick Brennan, autor del estudio sobre mortalidad de Congo del Comité de Rescate Internacional, pero primero debe haber un compromiso a largo plazo con la pacificación. En resumen, dijo, si se pone fin a los combates menos niños morirán de hambre y enfermedades.

Incluso los gobiernos bien intencionados de la región, y hay algunos, se topan con obstáculos para su capacidad de invertir en su propio pueblo. Tomemos a Mali, que es casi totalmente dependiente de las exportaciones de algodón. Solo en 2001, las barreras comerciales estadounidenses, junto con una fluctuación en los precios mundiales del algodón, costaron al país el equivalente de tres años de gasto en educación, según una investigación de Oxfam, la agencia humanitaria. Las tasas de inscripción escolar en Mali están entre las más bajas del mundo. La caridad, en otras palabras, difícilmente será suficiente para ayudar a los niños del Africa subsahariana.

Cuando se trata de los talibes aquí en Dakar, la explotación de los niños también está siendo justificada por la tradición. En Senegal, los niños pobres han sido desde siempre enviados a las escuelas coránicas, donde trabajaban en las granjas de sus marabouts para ganarse el sustento, o recolectaban caridad entre la comunidad local para alimentarse ellos mismos y sus maestros. Pero hoy en dí, en una economía con pocas opciones viables, el mendigar se ha convertido en un negocio en auge, y ejércitos de niños con latas en mano han proliferado en toda Dakar.

Caminan entre el tráfico de las horas pico. Los más taimados entre ellos se plantan en las orillas de la ciudad, donde saben que los usuarios de autobuses públicos destartalados propensos a accidentes están pidiendo a Dios que los mantenga seguros.

Los talibes a menudo ofrecen oraciones por un viaje tranquilo, y los senegaleses, devotos musulmanes que toman en serio los preceptos coránicos de dar limosna, depositan velas y cubos de azúcar en las latas de los talibes. El blanco simboliza pureza. Las velas hacen brillante el camino. Los jóvenes, que aún no han pecado, son considerados los mejores emisarios de lo divino.

En el lecho de la tradición, entonces, ayudados por los peligros de la vida moderna y los trastornos de la economía global, los talibes, o más bien sus cuidadores, prosperan.

«Hay muchos, muchos más, y son mucho más miserables», dijo Malick Diagne, alumno de una escuela coránica y ahora subdirector de Tostan, un grupo que trabaja para reformar el sistema de los talibes. «Es un estrategia, hacerlos lucir lo más miserables posible para inspirar simpatía». Esa miseria que ve es una trampa».

En esta mañana en el centro de Dakar, a corta distancia de mi oficina, dos medios hermanos llamados Abdoulaye y Moussa Balde estaban a medio camino de su turno de cuatro de la mañana a cuatro de la tarde. Dos días a la semana, vienen a la ciudad, donde su cuota es de 650 francos diarios. Los demás días, están en una carretera a la salida de la ciudad, con una cuota de 250 francos.

Deben ingeniárselas para alimentarse, y cuando se enferman, atenderse ellos mismos. Sería impensable, dijo Abdoulaye, que afirma tener 17 años pero parece varios años más joven, usar las limosnas para comprar comida o medicinas.

«Recibiríamos una patada en el trasero si hicieramos eso», dijo, con los ojos muy abiertos».

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