Adiós, doña Milagros, adiós

Adiós, doña Milagros, adiós

POR MARIEN A. CAPITÁN
Con aciertos y desaciertos, con momentos brillantes y otros de plena oscuridad, doña Milagros Ortiz Bosch ha sentado un importante precedente: ha sido la única vicepresidenta que ha decidido ser algo más que una figura decorativa que asiste a reuniones y cocteles.

Amén de ser la primera mujer que ostenta ese cargo, doña Milagros sorprendió al país cuando dijo que quería trabajar. Producto de ello, el presidente Mejía la designó en una de las carteras más difíciles que tiene el Estado.

Ser secretaria de Educación, cuando no se tienen recursos suficientes para mejorar los principales males del sistema, es una tarea titánica. Nadie, en los últimos años, ha salido bien librado de ese cargo.

Poco importaron a lo largo de estos cuatro años, las intenciones con las que llegó doña Milagros a su despacho de la segunda planta de la Secretaría. El enemigo, implacable, era demasiado fuerte.

Alojada en el Palacio Nacional, la ambición fue la culpable de muchas de las penas que han vivido tanto maestros como estudiantes. El presidente Mejía, obsesionado con la candidatura de su partido, nunca permitió que doña Milagros contara con los recursos necesarios para llevar a cabo muchos de los planes que tenía.

Con un constante atraso en las partidas presupuestarias, el subsecretario administrativo de la cartera, Julio Cordero, tenía que hacer malabares para lograr que al menos hubiera cierta estabilidad en el sistema. Pese a ello, muchas cosas quedaron en el camino.

Lo más lamentable de este caso es que el presidente Mejía, en su afán reeleccionista, se perdió en lo más claro: obligando a doña Milagros a quemarse en su gestión, dejaba mal parado a su propio gobierno (al final, cuando la historia pase balance, quien no habrá hecho nada por el sector educativo será Hipólito Mejía).

Una de las dificultades más grandes con las que tuvieron que lidiar fue el asunto del desayuno escolar. El atraso en el pago, constante, llevaba a una continua interrupción en su distribución.

Ahí no queda todo. Los libros, que debieron entrar al sistema el año pasado, no pudieron tenerse listos a tiempo porque no había recursos para sacarlos de aduanas (los que vinieron desde España) o pagarle a la editorial local que tenía parte del contrato.

La falta de pago ha sido una de las constantes más fuertes de esta gestión. A los maestros, por ejemplo, casi nunca se les ha pagado a tiempo. Lo mismo ha pasado con los dueños de locales alquilados o con los colegios que tienen estudiantes becados por la Secretaría.

El dinero ha sido, definitivamente, el lado flaco de la gestión que ahora acaba. Muchas escuelas, en consecuencia, quedaron pendientes de reparación o como simples promesas que a estas alturas ya se esfumaron.

Es demasiado lo que faltó por hacer. Pese a ello, hay que reconocer que doña Milagros ha hecho algo muy positivo en favor de la dependencia: trajo, de mano de la tecnología, una oleada de modernidad.

La nómina, que se hacía mano a mano y duraba días en revisarse, es ahora un software que permite buscar cualquier dato en sólo segundos.

Por otro lado, y es quizás uno de los puntos más relevantes, hay que destacar el programa de la transparencia, un sistema de consulta ciudadana que permite investigar en qué se gastan los recursos de la cartera. Puesto en el internet, tan sólo hay que ser lo suficientemente vago o suspicaz como para pasar horas muertas buscando cuánto, en qué y a quién le emite cheques la Secretaría.

Este sistema de consulta debería ser implementado en todas y cada una de las dependencias del Estado. De esa forma, aunque quizás no estemos totalmente libres de engaño, podríamos vigilar un poco qué se hace con el dinero que nos quitan a través de los impuestos.

Más que un ejemplo a seguir, la implementación de este tipo de programas es algo que debemos exigir. Nosotros, como ciudadanos que sufrimos y padecemos todo lo que hacen y dejan de hacer los gobernantes y funcionarios, tenemos el derecho de saber qué se hace con el presupuesto que le entra a cada secretaría.

Volviendo con doña Milagros, a quien le quedan cuatro días de gestión, esperamos que en adelante encuentre el sosiego que perdió en medio de tanto lío burocrático. Respirará, cuando vuelva a sentir tranquilidad.

En cuanto a nosotras, las periodistas de una fuente que a veces agota y otras enloquece, esperamos que el presidente Fernández nos honre colocando a alguien que tenga una buena dosis de tolerancia. Quien se siente allí, conozca o no los vericuetos del sistema, la necesitará. Si quieren comprobarlo, pregúntenle a doña Milagros.

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