Adolescente vive en arrecifes

Adolescente vive en arrecifes

POR LLENNIS JIMÉNEZ
Con apenas 16 años de edad, Edwin está abandonado a su infortunio y tiene por casa los arrecifes del mar Caribe, en la plaza de Güibia, donde sufre y llora los vagos recuerdos de sus padres muertos por el Síndrome de Inmunodeficiencia adquirida (SIDA).

Es un muchacho al que la sociedad que lo ve autodestruirse le puso el mote de “palomo”, sobrenombre que ni él mismo entiende, pero con el que se identifica con los otros 26 jóvenes en similares condiciones.

Otra vivienda alternativa que este grupo eligió es una casona abandonada frente a la playa de Güibia, donde realizan actividades que al aire libre no se les permitirían, como bañarse y tener relaciones sexuales integradas por más de dos personas.

Estos palomos pululan en el Malecón de la ciudad de Santo Domingo y desde el pasado lunes aumentó su condición de errantes, debido a que el Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN) empezó a desalojar la franja del Litoral Sur de los negocios que les permitían esconderse en la zona.

Estos ciudadanos, carentes de muchos de los derechos de la personalidad, viven entre las inclemencias climatológicas y la dureza de una sociedad que los rechaza y que les niega cualquier oportunidad.

La mayoría consume drogas duras y son relacionados con las actividades delincuenciales y la prostitución nocturna que ocurre en las inmediaciones de Güibia. Sin embargo, para algunos propietarios de negocios, como Andrés Hernández, los palomos de esta zona no son tan fieros como los pintan.

Edwin, al igual que sus amigos, dice que quisiera encontrar un hogar donde vivir, pues está cansado de vagar, sin rumbo y sin nadie que lo espere.

Recuerda que sus padres fallecieron cuando tenía unos seis años edad y que desde entonces fue criado por su abuela, en Villa Mella, Santo Domingo Norte, a quien no ve desde hace mucho tiempo.

Con la desaparición de sus padres se fueron sus ilusiones, las que pasan por sus ojos cada día, cuando mira a otros muchachos de su edad que tienen todo lo que a él le falta.

 Con una imagen taina colgada al cuello, a la que le confía la fuerza de un rosario hecho en Yamasá, Edwin cuenta que intentó trabajar en un taller y que llegó a estudiar hasta el octavo grado, donde empezó todo lo malo que ahora padece. Los pocos pesos que consigue son limpiando cristales de vehículos en la avenida Independencia. Cada conductor le pone en la mano uno y dos pesos. 

BOCA DE BOBO

Con este nombre el joven David se ha hecho famoso entre los suyos. Se le tiene como un palomo de mayor jerarquía, empezando porque tiene la capacidad de juntar a dos esposas controladas (Yesenia y Yaris), con quienes dice que comparte un mismo lecho.

Aparenta ser tranquilo e ingenuo, sin embargo, en sus ojos hay algo más que una simple malicia propia de sus 18 años de edad. Sin tapujo narró que su madre murió infectada de SIDA. De su padre, en cambio, dijo que lo asesinaron unos atracadores en el sector de Capotillo, al norte del Distrito Nacional.

Como el más fuerte del grupo hizo acto de presencia a la explanada de la playa el pasado lunes, mientras el personal del Ayuntamiento retiraba los kioscos de los vendedores. Con cada muchachada del brazo, a las que se les denomina “niñas de la calle”, David expuso algunas de sus terribles peripecias. Contó que mantiene a Yaris, de 16 años de edad, tranquila con Yesenia. Mientras hablaba, la primera le quitaba los cabellos que el barbero le dejó detrás de la oreja.

Venían los tres de un paseo por la tienda y de camino compraron comida, lujo que se pueden dar cuando a David le va bien limpiando cristales de carros en la cercanía de la avenida Máximo Gómez.

En tanto, Angelo, con sólo 12 años, afirma que fue novio de una de las muchachas y que ésta primero tuvo vida marital con él. Es el más pequeño del grupo, aunque su vivencia no se queda atrás. Es vivaracho y parece no sentir la angustiada vida. Cada salto que da cae lo lleva a caer encima de un compañero, lo que le cuesta un empujón o una reacción peor.

Julio, con las orejas perforadas y luciendo dos aretes, moda que también tiene Edwin, se ve como el más tranquilo. Tiene 15 años, de los cuales una parte los ha pasado en las calles. Es quien carga las bolsas de la comida.   

MALTRATOS Y MAS…

Cada palomo habla de lo que le gustaría tener. El principal deseo en común recae sobre una vivienda. Todos dicen querer encontrar un lugar donde se les eduque y provea alimento, esto último significa una cuestión de subsistencia.

Yaris está en las calles desde los 12 años, ya ni siquiera recuerda la vida en familia y el trato humano de alguien que la cuide. David dice que si ella se embaraza de él, con seguridad podrá mantener la criatura, porque pese a todo, decisión le sobra. 

¡VIENEN LOS POLICÍAS!

La peor suerte de estos palomos es cuando caen en manos de ciertos policías del departamento de robo, de quienes se quejan de darles malos tratos. Cuentan que estos agentes los atrapan y los despojan de los escasos dineros que hacen en el día y que cuando se resisten, los golpean.

La crítica principal a los policías que los frecuentan es porque le entran las manos en los bolsillos. “Ellos nos quitan lo que nos ganamos. Se tiran de noche a la casa vieja y si les decimos que no, nos entran a pescozones”.

La vieja casa que utilizan los palomos de albergue en la avenida George Washington está en ruina. No tiene iluminación, esta cubierta de hierba y no cuenta con puertas ni ventanas. Duermen en el piso con cartones que usan de colchones y donde les amanece el nuevo día que viven a puro golpe.

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