Advertencia (2 de 2)

Advertencia (2 de 2)

La advertencia que aparece en mi libro «1J4» tiene su fundamento en un análisis de los hechos ocurridos en nuestro país, especialmente después de la intervención norteamericana en 1916-1924 en la que, como consecuencia de esa intervención, nace del seno de la misma un engendro que tiranizaría nuestra nación y, para ello, conformaría un instrumento de represión eficiente y cruel con el cual usurparía no sólo la riqueza nacional, sino también las libertades más elementales del pueblo dominicano durante 31 años.

Rafael Leonidas Trujillo Molina ingresa a la Guardia Nacional en el año de 1918, como segundo teniente. La guardia fue creada, organizada y entrenados sus miembros por los marines norteamericanos, a fin de que llenaran el vacío que éstos dejaran cuando el gobierno de los Estados Unidos decidiera abandonar el territorio nacional, lo cual hizo en 1924. En ese interregno Trujillo ya había sido ascendido al grado de coronel de la Guardia Nacional. Y era hombre de la absoluta confianza del presidente de la República electo para el período de 1924-1928.

La prueba más evidente de esa confianza es la de que fue ascendido a general de brigada y jefe del Ejército Nacional, de donde llegaría a poseer una fortuna económica en un período más o menos corto, para la época, con la cual fue comprando voluntades débiles, y con quienes formó el equipo necesario para lanzar el zarpazo definitivo a todos los resortes del poder del Estado.

En las elecciones nacionales celebradas previo a la salida de las tropas norteamericanas en 1924, resultó electo presidente de la República el señor Horacio Vásquez por el Partido Nacional, organización a la que habían pertenecido Rafael Trujillo y varios miembros de su familia, situación que lo sitúa en una posición ventajosa para ser ascendido y escogido para ocupar la dirección de la Guardia Nacional.

La modificación hecha a la Constitución de la República prohibía la reelección del presidente de la República y establecía un período constitucional de 4 años, lo que significaba que el señor Horacio Vásquez no podría ser nuevamente elegido en las elecciones a celebrarse en 1928.

Los alcahuetes del presidente Vásquez iniciaron una campaña afirmando que el Presidente había sido elegido de acuerdo con la Constitución de 1908, en la que se establecía un período constitucional de seis (6) años, pero el Vicepresidente, que había sido elegido conjuntamente con Horacio, lo había sido conforme con la Constitución de 1924, o sea, por 4 años.

En vista de las protestas que aparecieron en la prensa nacional, fue necesario que éstos correveidiles tuvieran que cambiar y decidirse por la modificación introducida a la Constitución para extender el período por dos años más, o sea, hasta 1930. El vicepresidente, el licenciado Federico Velázquez, tuvo que abandonar sus aspiraciones y, además, dejar la alianza que lo había llevado como vicepresidente junto a Horacio Vásquez.

Mientras todos estos errores políticos se cometían, Rafael Leonidas Trujillo acumulaba riqueza y organizaba sus adeptos en la institución bajo su mando.

Le señaló con mucha responsabilidad las consecuencias de modificar la Constitución para incluir la reelección presidencial.

Tomando como paradigma los pronunciamientos del profesor Leoncio Ramos, el periódico «la Información» de Santiago escribió un editorial antalógico de fecha 29 de agosto, y que aparece en la Pág. 223 de la obra «los responsables», de Víctor M. Medina Benet, y que dice así: «En aquel país (los Estados Unidos de Norteamérica) que si tiene grandes defectos, tiene también grandes virtudes, no se puede jugar con la confianza que el pueblo deposita en sus representantes. Para Coolidge (Calvin Coolidge, presidente 1923-1929), ir a la reelección era deshonroso. Sus allegados de palacio pretendían eso; los grandes intereses económicos al servicio de la política, también. Era lo que convenía a la suerte del Partido Republicano y Coolidge – se pensaba- debía pensar esta consideración. Más por encima del partido, por encima de los grandes intereses de la política, por encima de todos los halagos tentadores de la política, estaba la sujeción de su conducta a un principio erigido por él en norma de conciencia. En vano llovieron sobre él los argumentos que dicta la conveniencia política y el interés económico. Todas las posibilidades estaban de su parte, pero él estimó en más alto precio la dignidad de su nombre limpio de toda lacra de ambición, y se impuso, consciente de su responsabilidad y celoso del buen nombre de su partido a las circunstancias que le allanaban el camino de la reelección.

«Este hecho de honestidad política, exaltando por la pluma de José Vasconcelos, debiera servir de ejemplo a tantos caudillos de América que prefieren un mando inglorioso una digna retirada del poder».

No obstante esos pronunciamientos, los alabarderos de la reelección siguieron adelante para extender primero el período constitucional por dos años más y luego, revisaron la Constitución para introducir la reelección presidencial, culminando esta reelección o aventura el 23 de febrero de 1930 con el levantamiento insurreccional encabezado por Rafael Estrella Ureña, con la anuencia del jefe del Ejército, expulsados los gestores de la reelección, no sólo del Palacio Nacional, sino también de la tierra dominicana, y un extraño a su causa llega a la presidencia de la República, y tuvimos 31 años de tiranía, desfalco del erario público, ergástulas y asesinatos viles a todos los que se opusieron al nuevo orden gangsteril inaugurado el 16 de agosto de 1930.

¡Cuidado, dominicano! No juegues con fuego, que nos podemos quemar.

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