Advertencia

Advertencia

En la introducción a un libro «1J4» de la apariencia a la esencia, en el que narro mis vivencias políticas, especialmente las vividas en la formación del Movimiento «14 de Junio» y luego, en los centros de torturas del régimen que presidió Rafael Leonidas Trujillo. Dije lo siguiente: «El presente libro es un humilde testimonio que ofrecemos como advertencia a las futuras generaciones del pueblo dominicano».

Y, ahora le agregamos: Y para que no continúe siendo víctima de la politiquería y lo sigan cogiendo de tonto, debe convertirse en un celoso guardián, no sólo de los bienes que corresponden al Estado, o sea, al pueblo, sino también de la conducta observada por sus dirigentes, especialmente los que aspiran constituirse en sus legítimos gobernantes, a fin de evitar que nueva vez sea estafado por quienes sólo desean resolver sus propios problemas, olvidándose de las promesas hechas a su pueblo.

La ambición sin límites de la mayoría de los políticos dominicanos no tienen como finalidad servir a los sagrados intereses de su pueblo, sino que, por el contrario, es para desde el poder aprovecharse para hacer uso indebido e inescrupuloso de los recursos puestos a su cargo, y así saciar los apetitos e inescrupuloso de los recursos puestos a su cargo, y así saciar los apetitos de ascenso económico, social y político y con los recursos económicos adquiridos comprar voluntades débiles y tratar de liquidar políticamente a quienes los adversan.

Es una constante histórica en nuestro país la presencia de estos sujetos que de tiempo en tiempo aparecen en el escenario político dominicano. Los ejemplos son prolijos a partir de la misma proclamación de la Independencia Nacional, pero los de mayor significación fueron Buenaventura Báez y Méndez, quien merece que le dediquemos un libro que narre parte de los desafueros cometidos para consolidar su influencia y las consecuencias de su uso del poder tomando empréstitos usurarios, bonos y todo tipo de endeudamiento para comprar voluntades débiles para tratar de mantenerse en el poder.

Otra figura relevante fue el general Ulises Heureaux (Lilís), quien se calzó la charretera de la Guerra Patria de la Restauración de la República, héroe también de la lucha contra Báez durante el gobierno de los Seis Años y, en otros no menos importantes acontecimientos de la vida nacional y luego de hacer un gobierno excelente durante dos años, le inyectaron el virus de la ambición del continuismo en el poder, al extremo de convertirse en un sanguinario asesino por causas políticas a tal punto que fue menester recurrir al magnicidio en 1899 para liberar al pueblo dominicano de la ignominia a que había sido sometido durante su desgobierno a partir de 1887.

Ese héroe nacional fue designado por el presidente Gregorio Luperón, Ministro de la Guerra y Comisionado en la parte Sur y Este del país, y desde ese mismo instante le asomó a su mente o cerebro la ambición de poder, especialmente cuando se convirtió en protector de algunos personajes del partido Rojo de Buenaventura Báez y éstos se dedicaron a elogiar al Pacificador de la República, al salvador de la patria.

Este héroe de la nación le escribió una comunicación al Presidente de la República, monseñor Fernando Arturo de Meriño, manifestándole la conveniencia de modificar la Constitución de la República para que el periodo constitucional fuera de dos años, a fin de darle oportunidad a todos los aspirantes a la presidencia y evitar una desgracia como la ocurrida con el cumplimiento del decreto de San Fernando, por el cual fueron pasados por las armas todos los insurrectos que habían sido apresados vivos.

Ese héroe de la Restauración, cuando se acercaban las elecciones nacionales, comenzaban a ofrecer declaraciones de que la reelección era un crimen que impedía la oportunidad a ilustres compañeros; simulaba que no participaría en las elecciones por causa de enfermedad, que se encontraba en estado de salud grave y, en ocasiones se retiraba a un descanso por su estado de salud mortal, luego aparecerían los alabarderos pidiéndole nueva vez sacrificarse por la patria, en su excelsa condición de único Pacificador, porque de lo contrario la Nación sería ingobernable, y sólo él era capaz de mantener la concordia de la familia dominicana. Entonces aparecía, compungido, «a prestar nueva vez sus servicios ingentes a su pueblo».

Para realizar estas maniobras fraudulentas endeudó al país con una deuda impagable y, como consecuencia, tuvimos que admitir el acuerdo denominado modus vivendi, la Convención de 1907 mediante la que entregamos nuestras Aduanas a los acreedores norteamericanos y, posteriormente, la Intervención norteamericana de 1916-1924. Este fue el resultado de la reelección de Lilís.

Es un imperativo categórico para los pueblos recordar las axiomáticas palabras dichas por Marco Tulio Cicerón y antes por Aristóteles y que dicen: «Las naciones que ignoran la historia están condenadas a repetir sus propias tragedias».

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