Uno de los acontecimientos más trágicos en la vida del pueblo de Israel descrito en primera Samuel 8, pudiera representar una advertencia para los líderes que busquen dirigir los destinos de la nación. La situación de corrupción había llegado a tal punto que había tocado la vida del liderazgo religioso Israelita. Samuel había nombrado a sus hijos como jueces, pero los mismos se caracterizaron por ejercer un liderazgo corrupto porque, se desviaron tras las ganancias deshonestas, aceptando soborno y pervirtiendo el derecho. (8:3) Dios había advertido al pueblo que tenían que nombrar, jueces y magistrados que juzgaran al pueblo con justo juicio; jueces que no torcieran el derecho, que no hicieran distinción de personas ni que aceptaran soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos; jueces que siguieran solo la justicia. (Deuteronomio 16:18-20).
El deterioro socio espiritual del pueblo hizo que los líderes tomaran una decisión que marcó negativamente el futuro de la nación: pidieron al profeta nombrar un hombre como rey. Eso despertó la queja de Samuel delante de Dios. La respuesta de Dios fue que hiciera todo lo que el pueblo pedía, ya que el pueblo no estaba rechazando a Samuel, sino la dirección divina en la nación.
Dios acepta el rechazo del pueblo no sin antes hacer una advertencia solemne que se traduce en la realidad de que el rechazo a los valores espirituales en cualquier sociedad conduciría al surgimiento de un liderazgo corrompido en la administración del Estado.
La advertencia solemne a nuestros líderes es que, en medio de la descomposición socio espiritual que vive la nación, se podría creer que la mejor solución es el rechazo a los principios bíblicos que nos advierten que todo pecado, llámese corrupción, chantaje, ganancias deshonestas, soborno, perversión del derecho, manipulación y mentiras con propósitos electorales, tendrá consecuencias negativas en la vida socio espiritual del pueblo. No caigamos en la tentación de creer que podemos aliarnos al mal sin recibir las consecuencias de nuestras malas decisiones.