Advierte a narcos

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APARECIDA, Brasil (AP).- Luego de pedir a los ex drogadictos e intoxicados que se conviertan en embajadores de la esperanza, el papa Benedicto XVI advirtió el sábado a quienes comercializan las drogas que Dios les va a pedir cuentas.

«Ustedes deben ser los embajadores de la esperanza’’, dijo el pontífice a los internados en el centro de rehabilitación Hacienda de la Esperanza de Guarantiguetá, a corta distancia de Aparecida. «Brasil posee una estadística, de las más relevantes, en lo que respecta a dependencia química de drogas y estupefacientes. Y América Latina no se queda atrás. Por eso, digo a los que comercializan la droga que piensen en el mal que están provocándoles a una multitud de jóvenes y de adultos de todos los segmentos de la sociedad: Dios les va a pedir cuentas’’.

«La dignidad humana no puede ser pisoteada de esta manera’’, agregó en su mensaje más enérgico desde que llegó el domingo a Brasil. Por la tarde el pontífice, en el penúltimo de sus cinco días en Brasil, se reunió con los religiosos, seminaristas y diáconos en el santuario de Aparecida, donde les pidió que sirviesen de ejemplo para despertar vocaciones, una de las mayores preocupaciones de la Iglesia en un país donde otras confesiones y sectas evangélicas han mermado considerablemente la proporción de católicos.

`El testimonio de un sacerdocio bien vivido dignifica a la Iglesia, suscita admiración en los fieles, es fuente de bendición para la comunidad, es la mejor promoción vocacional, es la más auténtica invitación para que otros jóvenes también respondan positivamente a los llamados del Señor’’, dijo Benedicto XVI en la basílica. «Es la verdadera colaboración para la construcción del Reino de Dios’’.

   La ceremonia se cumplió en el santuario dedicado a la patrona nacional de Brasil, la Virgen de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida o la «Santa Negra’’, el centro vital para los católicos brasileños, que peregrinan durante todo el año. El enorme templo tiene capacidad para 45.000 personas. El mensaje papal fue interrumpido varias veces por entusiastas aplausos.

   En las extensas explanadas que semicircundan la basílica, miles de personas se habían congregado y varios centenares _jóvenes y adultos, laicos, seminaristas y religiosas_ habían acampado aprestándose a pasar la noche a la intemperie hasta el domingo, día de la partida de Benedicto XVI, en un clima de fiesta con guitarras, cánticos y coros improvisados.

   Por la mañana, en el encuentro con los rehabilitados de los estragos de las drogas y el alcohol, Diogo Cleto, de 19 años, que fue desde la Hacienda de la Esperanza de Pernambuco, una filial de la cadena de centros de rehabilitación de la Iglesia católica, dijo emocionado que había ido a Guaratinguetá, a 180 kilómetros de Sao Paulo, para oír la voz del Papa, «una voz de consuelo, porque somos los excluidos de la sociedad’’.

   «Somos aquellos a quienes el Papa vino a ver’’, sentenció.

   Las grandes ciudades de Brasil se ven plagadas por la violencia que ocasionan las drogas, comercializadas por bandas que controlan su distribución en las calles. El problema es particularmente grave en Río de Janeiro, donde las pandillas atraen a los niños para conducirlos a vidas de violencia y protagonizan tiroteos casi diarios en las «favelas’’ que cobran víctimas inocentes.

   Según el Departamento de Estado norteamericano, Brasil es el segundo mayor consumidor de cocaína en el mundo detrás de Estados Unidos.

   Benedicto XVI donó 100.000 dólares a la Hacienda, según confirmó el director del centro Hans Stapel.

   El pontífice, en la cuarta jornada de su visita de cinco días a Brasil, vino en una mañana espléndida de sol a esta hacienda enclavada en un valle, donde unos 300 hombres y mujeres, adultos y jóvenes, se someten en dos unidades _masculina y femenina_ a un intenso programa que incluye trabajo y religión. Allí lo esperaban unas 6.000 personas.

   Benedicto XVI oyó testimonios conmovedores de varios jóvenes, una de las cuales no pudo contener las lágrimas. Luego Ricardo Correia, de 31 años, le dijo que «hoy, a 16 años de haberme recuperado gracias a la Hacienda la Esperanza, tengo todavía el dolor de haber perdido a mis amigos por el tráfico de las drogas’’.

   Fundada en 1983 por el fraile franciscano de origen alemán Hans Stapel, la institución ha crecido hasta convertirse en una organización nacional con 33 institutos similares por todo Brasil y nueve el exterior incluyendo México, Argentina, Paraguay y Guatemala.

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