Afán de riquezas y delincuencia

Afán de riquezas y delincuencia

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Abrumados como estamos ante los temores que genera el incontrolable crecimiento de la delincuencia y los métodos policiales para enfrentarla mediante el exterminio de los antisociales, la sociedad contempla indefensa y esperando cuándo será el día que le tocará a uno de nosotros, ya que la incertidumbre se arraiga ante la ineficiencia policial de frenar una avalancha delictiva que ya desborda todos los niveles de lo que pudo ser una sociedad civilizada.

La delincuencia se mantiene en una escalada ascendente, a medida que aumenta el abismo social entre los sectores opulentos y los que más se hunden en la pobreza, a lo cual contribuye como se ha ido moviendo la sociedad en su afán de acaparar riquezas, y de los medios para lograrla, ya sea en base a las habilidades innatas de cada individuo, o en base a actividades ilícitas, la mayoría ligadas al comercio de la drogas.

¿Que ha pasado en la sociedad dominicana de los últimos 20 años? Responder esa interrogante nos podría arrojar alguna luz de lo que ocurre con la violencia. Deben considerarse algunos aspectos sociales que han dado forma a una conducta muy particular en el país, y es un caso similar en otras naciones, de cómo hay un afán de presentarse ante las nuevas generaciones de ser rico lo más rápido posible.

Ser rico lo más rápido posible se ha convertido en la meta de la juventud, que en una buena proporción no quiere someterse a los procesos normales de aprendizaje con sus doce años de preparación básica, más cinco o seis años de universidad, luego preparación profesional para ejercer una profesión y más luego, ya en la edad madura, antes de los 40 años, estar en condiciones de ofrecer una visión de que se ha progresado en la vida.

Pero ocurre lo contrario, por el empuje de los muchachos que con sus músculos o sus voces se han enriquecido astronómicamente, llevando a la prosperidad a algunos de sus familiares, sus amigos y empleados. Ese resultado de los músculos y las voces impulsa a los que no tienen esas habilidades a buscar la riqueza por otros medios, ya que por no venir de un núcleo familiar sólido, recurren al delito para imitar a los que honestamente con sus habilidades se han elevado de su pobreza de origen hasta ser ídolos internacionales de las multitudes.

Al no poseer habilidades para el béisbol, el básketbol, el merengue, la bachata o la cosa esa hablada, y a la necesidad de ser ricos, no pueden llegar a esos niveles de sus vecinos o amigos, se adhieren a la válvula de escape de las drogas para ser un distribuidor o un consumidor, negocio que ha forjado muchas fortunas. Lo menos malo de buscar riquezas al vapor está en los viajes ilegales a Puerto Rico o en la bodega de un barco, para alcanzar el sueño americano con nuevos horizontes en New York, pero muchos terminan en las fauces de los tiburones, otros en cárceles norteamericanas, y otros logran cumplir sus sueños, luego vienen en ayuda a los familiares que quedan aquí, y otros malpasan en lugares extraños. Para no regresar como fracasados, se quedan por allá para que sus amigos no se burlen de ellos.

La distorsión mental afecta a miles de jóvenes, que han crecido sin la orientación de padres responsables, ya que nunca los han tenido, y ayudados por la vulnerabilidad del Estado, que no les garantiza una buena educación ni una buena formación moral, para asegurarle un buen porvenir, lanzando a las calles a esos jóvenes, que sin ninguna formación recurren al ejercicio de la violencia para robar o matar. Son frecuentes los casos en que muchos de esos jóvenes logran engancharse a la policía o a militar, para poseer un arma de fuego que les permitirá asaltar a los civiles, y elevarse en sus niveles sociales, compensando en algo al ver a sus amigos de barrio que ya son peloteros o cantantes famosos.

Indudablemente que el afán de lucro cosquillea en el espíritu de los jóvenes, se ve estimulado con los grupos opulentos que se sirven con la cuchara grande con el uso de los recursos nacionales, ya sea logrando concesiones de los gobiernos, evadiendo el fisco o pisoteando a los demás, que deben consumir productos caros y de regular calidad. Ya quisieran que el TLC no sea una realidad, con el cual llegarán productos que obligarán a los empresarios locales a ser competitivos o sucumbir. Con las nuevas reglas de juego deberán desaparecer en buena medida la corrupción, tanto la privada como la oficial, para beneficiar en mayor o en menor escala a los consumidores. Ha llegado el momento de reformar el sistema educativo, tal como propugna el presidente Fernández, consciente que sin generaciones educadas no será posible reducir dramáticamente los índices de violencia y de pobreza que afectan a la sociedad atemorizada a la espera de ser agredida.

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