Cuando el japonés Fujiyama escribió el epitafio de las ideologías, se levantó toda suerte de comentarios en la comunidad intelectual internacional. Ocurrió hace varios años.
De entonces acá, las ideologías son una mascarada que oculta una verdad de a puño: se dicen palabras huecas, frases altisonantes y la realidad se viste de esmoquin para tapar la falta de diferencia entre una y otra oferta de campaña.
Sin ser filósofo, y sí un dominicano que ha vivido intensamente los últimos 60 años, puedo decir, con un muy escaso margen de error, que todos los candidatos presidenciales ofrecen lo mismo.
Unos, hablan de lo que han hecho y otros de lo que piensan hacer. Entre los que han hecho, hay pocos, si es que los hay, buenos ejemplos: todos han gobernado para sí, como si los demás no existiéramos.
Los otros, tienen que afinar muy bien la puntería para proponer soluciones viables, austeras, honestas, respetuosas de los intereses de la mayoría, enfocadas en satisfacer el bien común.
En vez de discusiones ideológicas, que hoy todo parece ser lo mismo, como si las ideologías se hubieran fundido, la más importante es la propuesta de la personalidad que aspira a dirigir la cosa pública y sus acompañantes más cercanos.
Nadie propone ningún planteamiento ideológico. Todos abogan por lo mismo: bienestar para el pueblo, administración honesta de los fondos públicos, un régimen de justicia independiente, un Congreso Nacional donde se vendan los menos legisladores, unas fuerzas armadas y una policía que respeten, algo muy difícil, el juramento de no intervenir en política partidaria.
Ese es el panorama actual. Ese panorama, de dispersión de fuerzas, de un tirijala que amenaza con romper la tela, pero no lo logra, es lo que tenemos hoy sobre la mesa.
Para la ejecución de las promesas de algunos candidatos sería preciso multiplicar el Presupuesto de Ingresos y Ley de Gastos Públicos hasta niveles que no hay préstamos que permitan tales desembolsos.
La infame práctica de los gobiernos del PLD ha sido endeudar el país con dos propósitos visibles: el enriquecimiento de los líderes y dirigentes del partido y alguna que otra obra de relumbrón que llene los ojos de los electores que, aunque los plátanos cuesten 25 pesos el teleférico contribuya al allante del efecto demostración.
Vamos, pues, a elegir entre la verdad y la oferta engañosa. Nuevamente, el país se ve colocado en la disyuntiva: vergüenza contra dinero.
En esta nueva oportunidad: para mayo del2020 la selección no será por diferencias ideológicas, la elección será por cuestiones morales. Una vida de trabajo, de estudios, de buena conducta contra el pillaje, el enriquecimiento ilícito la impunidad.
El índice apunta hacia un candidato: Luis Abinader. Piense y compare.