Una caterva de líderes políticos de la República Dominicana han fingido de forma dramática y falaz una lucha para promover la democracia, generar bienestar económico y transformar el Estado.
Esa feroz y despiadada conducta de nuestros gobernantes y funcionarios han impedido que el Estado se transforme en un país de economía modelo y de seguridad ciudadana.
Este liderazgo ha estado arando en el mar, sembrando ideas antidemocráticas que van en desmedro de la valorización del ser humano. Por esa razón, no han logrado producir un despertar económico y mucho menos un orden institucional que genere estabilidad y satisfacción en el pueblo dominicano. Hasta hoy, los engranajes donde se articulan las estructuras del Estado, reposan en ramas muy débiles, que se doblan, se dividen, y hasta se quiebran; ramas bifurcadas que se convierten en partidos políticos disfuncionales. El pueblo ha sido testigo ocular de los esquejes que cada cuatro años cambian de color, por su inclinación y apego a las ofertas económicas y poderes maquiavélicos.
Los partidos que ya ejercieron el poder no quisieron materializar las ideas y filosofías políticas que ellos mismos enseñaron y propagaron; quedaron anclados en las ideas y en las retóricas del capitalista escocés Adam Smith y en los postulados del alemán-judío, Carlos Marx. Estos dos economistas penetraron gradualmente en el pensamiento del liderazgo dominicano, dividiendo nuestra sociedad entre izquierda y derecha, revolucionarios y conservadores, socialistas y capitalistas. Al final, la historia ha demostrado que ni ellos, los de la izquierda, ni aquellos, los de la derecha, han podido construir un Estado próspero y seguro. Así es, ¡ni ellos, ni aquellos!
El liderazgo político de nuestro país sólo ha tenido la destreza de articular la parte intelectual e ideológica de esos cientistas sociales, pero la parte pragmática de Escocia y de Alemania nunca la han podido implementar para el desarrollo del país. La mayoría de los líderes políticos han fallado; no han podido reemplazar el caudillismo por un liderazgo fundamentado en el servicio y en la equidad. Nuestros políticos convencionales son expertos citando frases de economistas y hábiles en la conceptualización de ideas políticas. Con frecuencia usan palabras para adornar sus discursos; algunos ejemplos de estas palabras son: reforma social, justicia social, progreso, democracia, constitución y equidad. Pero deliberadamente olvidan que esos términos recobran vida cuando el individuo es íntegro y cuando el Estado promueve el imperio de la ley. Y precisamente, este es nuestro caso, vivimos y nos desarrollamos en una cultura de tigueraje y de engaño; un Estado que opera en base al compadreo y al soborno y en el que no existe un régimen de consecuencias para los que han sustraído los bienes de la Nación. Por eso creo firmemente que es necesario que el pueblo dominicano decida hacer frente a los problemas; es tiempo que nos convirtamos en una masa crítica, obligando a nuestros gobernantes a convertirse en servidores públicos honestos; que sirvamos de filtro y contrapeso para frenar la corrupción, la anarquía y el exceso de poder que fabrican nuestros gobernantes cuando llegan a los estamentos del Estado.
Sin violar el marco democrático y sin alterar nuestra Constitución, debemos convertirnos en facilitadores de una agenda que responda a un crecimiento responsable y colectivo que beneficie a todos los sectores. Una agenda que promueva el imperio de la ley, que separe el poder judicial del poder ejecutivo; una agenda que elimine la inmunidad a los diputados y senadores. Si queremos lograr esta agenda con eficacia y tener un Estado modelo, entonces, ¡agarremos el toro por los cuernos!