Agenda latinoamericana

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La vulnerabilidad de México
Editado por Richard Lapper con notas de Hal Weitzman, Adam Thomson y el editor

Después de una serie de traspiés experimentados por los mercados globales en las últimas semanas, el índice de la bolsa de  valores de México una vez más empezó a moverse al alza, superando la importante barrera de los 20,000 puntos para terminar la semana pasada en 20,252.

Y si usted limita su visión a los sucesos locales, hay muchas razones para pensar que el indicador va a continuar subiendo. La semana pasada todas las grandes compañías de México reportaron cifras excelentes que, en algunos casos, sobrepasaron las expectativas del mercado; hay una sensación creciente de que Felipe Calderón, amigo del mercado, será decretado presidente electo, después de una caliente disputa electoral el mes que acaba de concluir; y el viernes, el banco central mantuvo las tasas de interés como estaban, en 7%, y dijo que el crecimiento anual sería “superior a 4%” este año.

El problema es que todos estos factores es probable que desaten una corrida que podría llegar a los 22,000 puntos, pero solo en septiembre, o quizás octubre. Con las nuevas pruebas que se conocieron la semana pasada, de que la economía de Estados Unidos está perdiendo velocidad -el crecimiento del producto interno bruto real bajó considerablemente en el segundo trimestre, mientras los precios al consumidor subieron mucho-, cualquier optimismo a largo plazo sobre el índice de valores de México debe ser cuestionado.

La realidad es que la economía de México y sus compañías siguen siendo terriblemente dependientes de las altas y bajas de la producción industrial de EEUU. Y cuando los analistas pronostican que la economía norteamericana va a transitar por un territorio cada vez más difícil el próximo año, probablemente sería inteligente no dejarse llevar demasiado por las perspectivas a mediano plazo al sur de la frontera.

¿Un real más débil?

La decisión tomada por Brasil la semana pasada de permitir que los exportadores retengan un porcentaje de sus ingresos fuera del país, representa un cambio significativo en la política y una bien recibida reducción de la burocracia. Pero es poco probable que genere el resultado deseado, un real más débil y competitivo, en poco tiempo. La idea es que al permitirle a los exportadores mantener parte de sus divisas en el exterior (inicialmente, se fijó un límite de 30%) con el fin de pagar deudas o pagar por importaciones, el gobierno elimina parte de la presión a una moneda que se ha apreciado significativamente durante los últimos años. 

De acuerdo con las reglas vigentes, todos esos ingresos tendrían que ser repatriados y cambiados a reales. Desgraciadamente, cualquier caída que pudiera resultar daría señales para oportunidades de compra para los inversionistas de carpeta. Las altas tasas de interés de Brasil siguen atrayendo dinero caliente. Las tasas están bajando, pero la presión por continuar financiando un sector público que sigue creciendo limitará el alcance del tipo de reducciones logrados por países como México y Chile.

Brasil y Bolivia siguen enfrentados

Cuando Argentina acordó pagar un precio más alto por el gas boliviano el mes pasado, parecía que había algún potencial respaldando la estrategia de La Paz para el sector. Precios más elevados, parecía, serían recompensados con promesas de volúmenes de exportación mayores.

Pero todos los que habían esperado que el acuerdo con Argentina estableciera un precedente para un acuerdo con Brasil, se están sintiendo cada vez más desanimados.

La semana pasada, Julio Gómez, el viceministro de Hidorcarburos de Bolivia, acusó a Petrobras de manipular los equipos de medición de gas para que mostraran que la producción era inferior a la realidad. Petrobras rechazó la acusación. Un día después, Luis Ignacio Lula da Silva, el líder brasileño, dijo que su país había cometido un error al hacerse dependiente del gas boliviano y prometió trabajar para alcanzar la autosuficiencia en el gas natural en 2008. El fin de semana, la tercera serie de reuniones entre Petrobras, la compañía de energía operada por el Estado brasileño, e YPFB, su contrapartida boliviana, concluyeron con un fracaso. 

Los comentarios pesimistas del señor Lula da Silva reflejaron su propio fracaso de ser más firme con Evo Morales, el presidente boliviano, quien declaró en las instalaciones de Petrobras el primero de mayo que estaba nacionalizando el sector. Más que reconocer que existe una división que requiere ser zanjada, los instintos de líder de izquierda brasileño lo han llevado a respaldar a su homólogo boliviano en público.

Mientras tanto, el señor Morales parece estar atrapado entre un deseo de elevar los precios y no querer dañar las opciones electorales de su aliado en la contienda electoral dentro de unos meses. Si ninguno de los dos jefes de Estado puede llegar a un compromiso, el problema irá a arbitraje internacional dentro de un plazo de 45 días. Ninguna de las partes desea eso: al menos, durante los próximos años, ambos dependerán entre sí y tienen que encontrar la forma de hacer negocios conjuntamente, en lugar de depender de los tribunales para que resuelva sus diferencias.

Cruce de palabras en Bolivia

En las palabras inmortales de Monty Python, nadie espera la inquisición española.

Y pocos esperaban que la disputa actual entre el gobierno boliviano de izquierda, del señor Evo Morales y la Iglesia Católica, se incendiara como ocurrió la semana pasada, cuando el presidente radical dijo que “algunos jerarcas de la Iglesia Católica están actuando como en tiempos de la Inquisición”. Fue una observación crasa, pero que expresa los profundos sentimientos de ambas partes.

El desacuerdo es, ostensiblemente, sobre la educación: el gobierno quiere reformar el sistema con el fin de quebrar el monopolio de la Iglesia sobre la educación religiosa. Más fundamentalmente, es sobre el reconocimiento de la diversidad cultural y religiosa de la realidad de Bolivia. La Iglesia puede dominar todavía el currículum oficial, pero su poder está disminuyendo en Bolivia, estimulado por el orgullo creciente de la identidad indígena y el creciente protestantismo evangélico. En el censo de 2001, 56% se declaró todavía católico, pero esa cifra está decayendo, mientras que otras formas del cristianismo están creciendo rápidamente.

El domingo próximo, seis de agosto, Bolivia inaugurará su Asamblea Constituyente y el tema de la religión seguramente va a surgir. La Iglesia ha indicado que está dispuesta a dar la batalla, mientras que el cardenal arzobispo de Santa Cruz está convocando a los católicos y advirtiendo que “las grandes guerras empezaron con puntos pedantescos menores”.

La Asamblea Constituyente tiene el encargo de rehacer la constitución para que incluya a la mayoría indígena, históricamente marginada, y el debate de la educación también es sobre si todos los niños en edad escolar de Bolivia -incluyendo los de las escuelas católicas privadas- deberían aprender algo sobre los ritos y prácticas tradicionales.

En la mayoría de las comunidades de las tierras altas andinas, el catolicismo y la religión precolombina coexisten en una mezcla, en un sistema dual, y eso parece ser un modelo para la reforma educacional. Este pudiera ser un conflicto en el cual el señor Morales tiene la razón -si no a Dios- de su parte.

VERSION: IVAN PEREZ CARRION

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