Agonía de la autodeterminación

Agonía de la autodeterminación

PEDRO GIL ITURBIDES
La gente llana acuñó una frase destinada a definir la actitud de aquellos que se postran de modo innecesario ante otros. La expresión no es procaz por sí misma, aunque resulta ordinaria o vulgar. Exímanme de la comisión de insolencias cuando la cite a seguidas. Después de todo, salvo los mojigatos, todos hemos dicho, al menos tres veces en la vida, que a fulano

o a zutano le gusta “lamber la arepa”. Este giro idiomático explica lo que hace el país ante organismos multilaterales de financiamiento.

Tengo plena seguridad de que es extemporáneo, casi obsoleto, el sentido de independencia nacional que alentó a Juan Pablo Duarte y a los conjurados de la Trinitaria. Me atrevo a sostener que, cuando Europa comenzó a propulsar su mercado común, se difundió la idea de la interdependencia. De ésta supimos en junio de 1963, de labios de Vitaliano Rovigatti, en un curso del Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC), en Caracas. El curso trataba sobre organización de partidos y propaganda política.

Por encima del objeto del curso, el tema de la interdependencia se coló en las conferencias de más de un profesor. En el caso de Rovigatti, presumo que a tocarlo lo impulsaría el hecho de que provenía de Italia. Era profesor de la Universidad Pro-Deo, de Roma, vinculada a la Iglesia. No le pregunté entonces sobre sus experiencias o labor, lo cual es comprensible. Pero estimo que sin equivocarme, era de los técnicos propulsores de la unión económica del carbón y del posterior mercado común. Sociólogo de formación, profesor de esta ciencia, su tarea consistía en ofrecer a sus alumnos una visión de la organización social.

En los años siguientes habríamos de profundizar en el conocimiento de este nuevo esquema de la soberanía de los Estados Nacionales. La Fundación Konrad Adenauer nos becó para cursos en Alemania, Italia y Chile, y sin importar el objeto de los mismos, uno o más profesores presentaban estas teorías. La interdependencia era el nuevo nombre de la independencia. Por aquella, las naciones que pactaban determinados niveles de alianzas económico-políticas, cedían un poco de su independencia. En el toma y daca se procuraba el bien común para los pueblos de las naciones involucradas. Los profesores hablaban, sin embargo, de la autodeterminación como una forma prevalente de la soberanía nacional, al interior de los territorios.

Los gobiernos nacionales eran capaces de autodeterminar la vida, propósitos, objeto de sus pueblos, en razón de las inclinaciones e intereses de éstos.

Desde 1982 comenzamos a perder, en la República Dominicana, esa capacidad de autodeterminación. Una deuda pública que junto a otros factores condujo al deterioro y la quiebra del sistema económico, nos llevó ante las puertas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Por ser ajeno al objeto propio de este escrito, eludiré escribir sobre las causas y efectos de aquellos hechos. Deseo, por el momento, concentrarme en las vivencias tenidas, más bien sufridas, por el país. La irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública nos doblegó, e hizo que fueran impuestas condiciones que minimizaron la autodeterminación. Perdimos la soberanía económica, y hemos mellado la política.

Desde las oficinas de aquél organismo comenzaron a decirnos desde entonces a cómo debíamos vender los plátanos, y dónde debíamos sembrarlos. Tal vez suene hiperbólico el aserto, pero piénsenlo bien antes de argüir cualquier argumento en contra. La hecatombe de abril de1984 resultó de la mojigangosa inclinación de quienes lambían la arepa al FMI.

Desde entonces nos encontramos sujetos a los dictados de este organismo regulador del sistema monetario, y de organismos multilaterales de financiamiento. Entre todos señalan por dónde deben ir políticas de inversión pública y monetaria, o cuáles bienes deben ser propiedad del Estado Dominicano. El Banco Interamericano de Desarrollo nos dice cómo manejar el sistema eléctrico. Y para no quedarse atrás, el Banco Mundial impone maneras de organizarlo.

Lamentable y extraño es que esta agonía de la autodeterminación se iniciara, y prosperase, a la sombra de gestiones que postularon nacionalismos revolucionarios. Tal vez, por ello deba alguien repasar la evolución del pensamiento relacionado con el sentir independentista desde Duarte hasta nuestros días. Porque si bien puede ser anacrónico ese sentir independentista, no ha pasado de moda el de la autodeterminación. Aunque, para que éste sea efectivo, es preciso manejar la cosa pública, no tanto con sentir nacionalista, sino con criterio de responsabilidad política,

moral y social.

Si lo hiciésemos de este modo, todavía tendría cabida la declaración de independencia del pueblo dominicano de enero de 1844, o la proclamación de la República del 27 de febrero. Porque cuestión que no ha pasado ni pasará de moda por los siglos de los siglos, es la de que los gobernantes son gestores del bien común.

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