Los jóvenes están en las calles en toda Latinoamérica y el mundo. Han tenido que dejar la indiferencia, la apatía, la pasividad y el silencio, para no dejar que el neoliberalismo y la economía del mercado les sigan excluyendo de las oportunidades al desarrollo sostenible. A los millennial se les acusaba de distraídos y entretenidos en las redes, en la vida mediática del cine, las series y la televisión. Se les describía como una generación de visión corta, que aportaba a que los problemas alguien los resolviera y que alucinaban por el confort y la conquista de la vanidad del ego. Pero a los millennial la economía mala distribuida les ha hecho reaccionar; le han privatizado los servicios básicos, los créditos educativos le secuestra más de 20 años de sus vidas; el 22% de los jóvenes están desempleados, aun con títulos y maestrías no logran salarios dignos y decentes, no pueden ahorrar para una vivienda ni el acceso a la vida digna y decente que le proporcione las oportunidades del presente y para el futuro.
La agonía y el derecho a la existencia les ha despertado y empoderado a demandar: cuidado por el cambio climático, un mundo con medio ambiente y agua, el calentamiento global, la democracia es desigual y violadora de estado de derechos para ellos, la corrupción, la inseguridad y la inestabilidad, el populismo, el derroche del gasto, la deuda pública de los países que les compromete su futuro etc.
Desde Chile, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Colombia, Francia, Haití y Nicaragua, en fin, en toda Centroamérica, los jóvenes han decidido cambiar constituciones, modelo económico, responsabilidad civil y social, distribución justa de la riqueza, política fiscales justas y buen manejo del gasto social. Ni el miedo, ni la fuerza ni las propuestas populistas detienen a los jóvenes en su agonía y angustia por ser tomado en cuenta, y para que no se le comprometa su futuro, su identidad y su existencia.
Pero lo mismo pasa con los adultos, agonizan por pensiones dignas, por servicios básicos de calidad, por el bienestar y la esperanza de vida. Los adultos y los adultos mayores, viven preocupados por los cambios económicos desiguales, donde se van haciendo más pobres, perdiendo sus ahorros, despojándose de sus activos y viviendo una mala calidad de vida. Literalmente, es una agonía enfermar y no tener acceso a la salud y medicamentos, a la seguridad social, al derecho del bienestar para las personas de la tercera edad, que trabajaron y aportaron para culminar sus últimos años con dignidad.
Pero los adultos se han vuelto conservadores, pasivos, distantes de los cambios sociales, han preferido pagar y callar, vivir y apretarse el cinturón o respirar y sentir en la piel la frialdad con que el modelo neoliberal se distancia del humano para apostar al mercado, al mundo financiero, a la acumulación de unos pocos y, al mismo tiempo, el derrumbe y la pobreza de las mayorías.
Ahora no es la ideología ni la utopía ni los paradigmas; de lo que se trata es del derecho a la vida, a la dignidad y al respeto por las personas. Sencillamente el mundo de las redes y la tecnología nos lo han enseñado.
Ahora no aparecen árbitros, dirigentes creíbles, líderes de soluciones ni de esperanza. Esa agonía y angustia de jóvenes y adultos, de insatisfacciones y desesperanza cultivan el caos. Los actores que inciden en el desarrollo deben saberlo, es mejor distribuir el pan con equidad, las oportunidades, el bienestar y la felicidad para que más personas vivan más años y mejor.
Los países que ponen en práctica el desarrollo sostenible, que crean oportunidades y garantizan bienestar y calidad de vida; también fortalecen sus democracias y su estado de derecho.
Los jóvenes y adultos han entendido que la existencia es una lucha, un estilo de vida, una defensa a la identidad, a la razón de existencia y de transcendencia. De lo contrario, la inteligencia artificial, la innovación y los nuevos mercados rentista, determinaran quién vive y cómo vives. La agonía, es una lucha entre jóvenes y adultos, y juntos, proteger a las futuras generaciones.