AGONÍAS Fidel Munnigh A la memoria de Luis Sánchez Nuesi Y a tantas otras memorias

AGONÍAS Fidel Munnigh A la memoria de Luis Sánchez Nuesi Y a tantas otras memorias

Ante su realidad desnuda, simple y brutal todo queda definitivamente suspendido, pues ella es la puesta en cuestión última de todas las cosas.

Por más que intente reconciliarme con ella y quiera verla como la otra cara de la vida, la muerte me seguirá pareciendo un escándalo mayor localizado en el centro mismo de la existencia.

Me basta visitar clínicas y hospitales para ganar enseguida la certeza de lo escandaloso y lo irremediable. Mientras agoniza, el moribundo pasa por la penúltima prueba del sinsentido.

Dejemos por un momento a un lado la muerte. Si se ha sido íntegro y honesto, si en el curso de toda una vida no se ha perjudicado a los demás, ¿cómo justificar para alguien, amén del hecho de morir, un final de dolor y sufrimiento?

“No vivas mi vida si no vas a sufrir mi muerte”. No conozco mejor respuesta para los llevavidas metomentodo.

Marguerite Yourcenar escribe: “Un ser embriagado de vida no prevé la muerte: ésta no existe, y él la niega con cada gesto. Si la recibe, será probablemente sin saberlo; para él no pasar de un choque o de un espasmo”. Y Bataille apunta: “Vivo ahogado por la angustia y tengo miedo de la muerte justamente porque no amo la vida”. Entonces, si preveo la muerte, mi muerte, si pienso siempre en ella, ¿es porque no amo la vida? ¿O no será más bien lo contrario: que por amarla demasiado, por estar embriagado de ella, por querer agotarla a cada instante, con cada gesto, me angustia prever su fin, reconocer su finitud, admitir su acabamiento?

Lo triste de dejar este mundo no es sólo no volver a ver jamás a los seres queridos. Lo triste también es ya nunca más poder disfrutar de ciertas músicas, de ciertas lecturas, de ciertas visiones, de ciertos lugares y compañías.

Si Dios no existe, estamos solos y libres. Debe haber algo que sustituya a la fe perdida. Buscamos algo que ocupe el lugar de la fe que hemos abandonado, algo que venga a llenar el vacío. Pero, ¿a qué esa necesidad imperiosa de creer en algo? ¿Por qué no aceptar de una vez por todas vivir y actuar sin esperanza? ¿No sería mejor permanecer indefinidamente en la falta de fe, siendo fieles al vacío? Y, sin embargo, debe haber algo, sí, debe haberlo…

Si Dios no existiera, ¿cómo soportaría yo seguir viviendo un segundo más?

Dios existe. Pero igual vivo atormentado por la angustia.

Remedio infalible para la angustia: vivir embriagado de vida y no fascinado por la muerte.

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