Agradecimiento de un munícipe altamireño

Agradecimiento de un munícipe altamireño

Sergio Sarita Valdez

Convencido de que la vida es una caja de sorpresas, y de que en cada uno de nosotros mora un alma infantil, vivo siempre al acecho de las arritmias sociales. De niño había escuchado la expresión de que “Nadie es profeta en su tierra” por lo que nunca se cruzó por mi mente un maravilloso evento que de inmediato paso a detallar. El honorable Ayuntamiento del municipio de Altamira celebra el aniversario 134 de su creación, motivo por el cual la Comisión encargada de los festejos decidió otorgar a quien suscribe el Reconocimiento al Altamireño Sobresaliente “Diamante verde” en el renglón ALTAMIRENO AUSENTE NACIONAL.

A través de esta columna deseo expresar mi eterno agradecimiento por tan honrosa distinción, a las autoridades del cuerpo edilicio, dignamente representado por dicha Comisión de festejos. Con ese hermoso gesto, quizás sin proponérselo han conseguido ustedes desempolvar y abrir el baúl de los recuerdos de una bella época educativa que arrancó en la primera mitad de la década de los años cincuenta del recién pasado siglo XX con la abnegada maestra Emilia cariñosamente apodada Milita, seguida por el profesor Diego Meléndez y cerrada con broche de oro en la escuela intermedia Enrique Chamberlain por el maestro Man Vargas Raposo bajo la dirección del Señor García. Nos trasladábamos muy tempranito de lunes a viernes, cerca de 16 kilómetros, ya fuera a pie, o en el lomo de un asno, siguiendo la ruta Quebrada Honda, Las Lajas, Los Arroyos hasta el recinto mencionado. Allí disfrutábamos el esperado desayuno escolar consistente en pan o galleta, chocolate Trópico y queso o salchichón. Entre sol y lluvia arrancábamos en verano caluroso seguido por las lluvias otoñales, un corto invierno y una prolongada y hermosa primavera florida para cerrar el ciclo escolar en el próximo comienzo veraniego.

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Asistir a la misa mañanera dominical anunciada por las campanadas de la iglesia parroquial San José era rito obligado celosamente supervisado por la ferviente católica abuela paterna. Mi olfato infantil grabó de por vida el rico aroma matinal del café regional procesado en la industria de don José Moya.

La dictadura trujillista se expresaba a través del calendario escolar con las efemérides patria contaminadas con las celebraciones propias de la tiranía. La pizarra enclavada en la pared mostraba permanentemente arriba y a la derecha la fecha seguida del estribillo “Era de Trujillo, Benefactor y Padre de la Patria Nueva”.

Más de seis décadas han transcurrido de viaje en el tiempo. La magia de la memoria nos permite revivir momentos bellos y estelares de la vida en ese adorado terruño, cuyo nombre según el mito popular surgió de labios del conquistador, quien elevado sobre la cima septentrional musitó: “En alto miro”. A sabiendas de que hay otros Altamira en España y otras de sus posesiones como fueron México y Venezuela, ninguno se caracteriza por dos calles principales que confluyen al inicio y al final de su zona metropolitana.

Gracias al río Pérez por ser fiel balneario de mi vida juvenil, al cafeto y al cacao, a la flora y la fauna, y a la gente inconfundible de Altamira. A ustedes les debo la simiente sobre la que en base a un denodado sacrificio personal, familiar y colectivo, hemos podido colocarnos y así humildemente contribuir a engrandecer el prestigio municipal a través del tiempo y la distancia.