LES CAYES, Haiti .-Mientras el huracán Matthew azotaba el sudoeste de Haití, Joselien Jean-Baptiste y su familia resistieron los embates de la naturaleza en su pequeña vivienda. Cuando los vientos y la lluvia amainaron, este hombre de 60 años salió de su casa y se dio cuenta de que sus problemas recién comenzaban. La tormenta derribó parte de la casa donde vive con su esposa y sus seis hijos cerca de Les Cayes. Solo sobrevivieron intactas dos habitaciones de metal corrugado. Ese, no obstante, era el menor de sus problemas. El campo donde trabajó por 25 años lucía devastado.
El arrozal estaba inundado por aguas de río, los mangos y frutipanes estaban partidos en dos, el maíz estaba desperdigado por el suelo o la planta entera había sido desenterrada por los vientos. “Va a tomar mucho, mucho tiempo reponernos de esto”, alertó Jean-Baptiste.
Funcionarios agrícolas haitianos e internacionales dicen que podría pasar una década antes de que la península del sudoeste de Haití se recupere del huracán, que azotó duramente esta región de más de un millón de habitantes que dependen casi exclusivamente de la agricultura y la pesca.
La agencia de Protección Civil dijo el viernes que hubo al menos 546 muertos, aunque esa cifra probablemente siga subiendo a medida que lleguen noticias de zonas aisladas. Del mismo modo, las estadísticas de las pérdidas económicas son todavía aproximadas, pero lucen catastróficas. En la región de Grand-Anse, casi la totalidad de las cosechas y la mitad del ganado fueron destruidos, de acuerdo con el Programa Alimenticio Mundial.
En las afueras de Les Cayes, donde vive Jean-Baptiste, más del 90% de las cosechas fue destruido y la industria pesquera está “paralizada” por falta de material y de equipo, que se los llevó el agua, indicó la organización.
Se puede volver a sembrar pronto y los arrozales se recuperarán apenas cedan las aguas, pero la pérdida de árboles de frutas maduros plantados hace varias generaciones constituye un golpe feroz. “A la naturaleza le tomará al menos diez años reemplazar esos árboles”, dijo Elancie Moise, agrónomo y alto funcionario del ministerio de agricultura.
Los árboles de toronjas, higos y aguacates fueron barridos junto con otras cosechas importantes como la de batata, que quedaron bajo el agua o fueron dañadas por los fuertes vientos, según Moise. Acotó que el vetiver, un césped usado para producir fragancias y que es un importante producto de exportación para Haití, sufrió algunos daños en las raíces, pero parece ser uno de los pocos cultivos que sobrevivieron casi intactos.
Circulan versiones de que los precios están subiendo en los mercados callejeros a lo largo de las carreteras de las zonas rurales y de que a la gente le cuesta encontrar comida. “Ya hay alguna gente a la que si le preguntas que cenó anoche, no podrán contestarte”, expresó Moise.
Esta región recién estaba recuperándose de una sequía que había reducido a la mitad la producción. Ahora, los campesinos como Jean-Baptiste tienen el agua hasta el tobillo en sus arrozales y buscan desesperadamente tallos que puedan haber sobrevivido, en condiciones de ser vendidos. En muchos no hay nada que rescatar.
Los árboles como el pan de azúcar y el coco ni siquiera pueden ser vendidos como leño. La gente intenta rescatar algunas frutas, pero la mayoría todavía no habían madurado. “Tomó mucho tiempo hacer que estos árboles creciesen y se hiciesen fuertes. Pero perdí todo el café. Bananos y vegetales… todo desapareció”, se lamentó Rico Lifte, que trabaja en un pequeño campo frente a la ciudad costera de Jeremie y quien logró salvar una docena de pollos dándoles refugio en su casa de piedra y estuco, junto a su familia.
Haití está casi deforestada. Solo sobrevive el 2% de los bosques originales debido a décadas de mal uso de la tierra y a la tala de árboles para hacer leño para cocinar. Pero esta península sobre el mar Caribe estaba comparativamente exuberante. Abarca las montañas del Parque Nacional Pic Macaya, cubiertas de nubes y declarada reserva de la biosfera por UNESCO en 2016.
Hasta la llegada de Matthew, las estrechas carreteras costeras estaban a la sombra de palmas. Ahora da la impresión de que todo este lugar pasó por una batidora. Las palmas se estrellaron contra los techos de casas e iglesias.
Los mangos y panes de azúcar detrás de la casa de Oscar Corentin, en un barrio al oeste de Les Cayers, estaban desperdigados por el piso. Corentin y su familia heredaron esta tierra de su madre. Los árboles estaban allí desde antes de que ella naciera y sostenían a decenas de personas, incluidos sus 7 hijos y 12 nietos. “Lo perdí todo. Por favor muéstrenle al mundo lo que está pasando”, dijo.