Aguacates mexicanos

Aguacates mexicanos

PEDRO GIL ITURBIDES
El pasado 30 de noviembre, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos de Norteamérica emitió una resolución por la que se autoriza a los mexicanos a vender aguacates en territorio estadounidense. En 1992 fue suscrito un tratado de libre comercio entre esos dos países y, además, con sus vecinos más al norte, los canadienses. A lo largo de todos esos años los mexicanos lucharon sin éxito por vender esta fruta a sus vecinos del norte. Con satisfacción pueden celebrar que lograron el fruto de sus prolongadas, perseverantes y pacientes gestiones. En realidad la prohibición data de 1914, cuando se determinó que los cultivos eran vectores de una plaga. Los mexicanos esperaron que el tratado de libre comercio actuase como un plaguicida. Mas no ocurrió de esta manera.

Ni los lamentos ni los lloros mexicanos consiguieron ablandar los corazones de las autoridades fitosanitarias estadounidenses, colocadas en puertos marítimos y aéreos. Sin contemplaciones devolvían los cargamentos adquiridos por compradores estadounidenses. O prevalecía la prohibición de compra.

Pero a diferencia de otros políticos de otros países cuyos nombres no deseo recordar, los mexicanos no se dejaron vencer tan fácilmente. Si, la plaga, como los vehículos que violaban normas medioambientales y otras chucherías.

Pero aquí está el tratado, y dale con el tratado. Perseverantes y obcecados, pero también acuciosos y diligentes, a diferencia nuestra con todo cuanto atañe a estas negociaciones bilaterales o multilaterales. Y para muestras nos bastan varios botones, entre ellos nuestro actual pleito con Honduras por carecer de astucia y sentido de gestión, o nuestra mostrenca inclusión en la Organización Mundial del Comercio.

Las destrezas tanto como la incesante labor diplomática y de negociación comercial permitieron que los mexicanos alcanzasen un éxito parcial en 1997.

Se permitió que aguacates cultivados en regiones de Michoacán entrasen a trece estados del noreste estadounidense, únicamente entre noviembre a febrero.

Era el primer asalto en una pelea sin límite de tiempo para los aztecas. De ahí que continuasen negociaciones y presiones. Por supuesto, y esto debe destacarse, los productores procuraban acogerse a todos los periquitos que se les aplicaban. Que no tengan bolitas. Que tengan la forma perfecta de una pera grande. Que el verdor sea uniforme. Y así por el estilo, con cada uno de los requerimientos de los estadounidenses.

Un segundo asalto fue ganado por los mexicanos a fines del 2001. En ese momento el Departamento de Agricultura autorizó a los exportadores mexicanos a llevar aguacates a otros seis estados de la unión. Además, se amplió el período para que las importaciones estadounidenses se realizaran en el lapso del 15 de octubre al 15 de abril año tras año. Para ese momento los mexicanos vendían aguacates por un valor por temporada de US$17.6 millones.

Con el segundo triunfo llevaron esa cifra, hacia el año pasado, a US$51.9 millones.

Además, lograron flexibilidad en el plazo, y que los aguacates pudieran entrar sin las dichosas trabas de las autoridades de vigilancia por enfermedades vegetales. Esto les permitió colocar ventas a lo largo del período autorizado, y en otros meses de este año 2004. Por fin, para los productores mexicanos de esta fruta, el tratado de libre comercio parecía ser efectivo, y estas facilidades les han permitido vender la friolera de US$44 millones.

Ahora, tras la resolución del pasado día 30 no pasarán sustos los productores y exportadores de aguacates mexicanos. Podrán llevarlos hacia todos los estados de sus vecinos inmediatos al norte del continente, durante los doce meses de cada año. Y por supuesto, las autoridades mexicanas de las Secretarías federales de Comercio y Economía, esperan que no aparezcan otras autoridades con otras trabas técnicas. Porque digno es reconocer que las arancelarias no se aplicaron jamás, gracias al tratado. Solo eran las técnicas, pero con esas, tenían más que dolores de cabeza los mexicanos.

Lo vivido por estos productores y por las autoridades mexicanas que sin desmayos mantuvieron esperanzas y negociaciones, es una lección para nosotros. El aguacate nunca fue excluido, de manera expresa, en las cláusulas del tratado de libre comercio. No era necesario que ello ocurriese. Las trabas fitosanitarias actuaban con la suficiente firmeza como para evitar los esfuerzos mexicanos por introducir este producto en su mercado vecino del norte. Pero los productores se esforzaron. Sus gobiernos estaduales y federal los respaldaron negociando hacia afuera y exigiendo en lo interno la mejoría en los cultivos.

Pero los estadounidenses no producen aguacates. Este factor ha favorecido la causa mexicana. Y es de observar que luego del primer permiso, a cinco años de la suscripción del tratado, el período abierto a las importaciones era el propio del invierno. Es un detalle aparentemente insignificante, pero que no puede pasarse por alto por ningún vendedor. La época del frío es el tiempo apropiado a la ingesta de calorías provenientes de grasas monoinsaturadas o polinsaturadas. Las del aguacate son fuente excelente de las primeras.

Estar atento a detalles sutiles, y hasta fútiles, conviene a un país que pretenda conquistar mercados foráneos. Por ello hemos sostenido, a lo largo de muchos escritos, que el país debe impulsar imaginación y creatividad para estimular nuestras exportaciones. El secreto del éxito no radica tanto en coser pantalones con telas precortadas o en discutir con los hondureños por la venta de cigarrillos.

Consiste en conocer lo suficiente el pulso, los gustos, las necesidades existentes o generables, y esos pequeños secretillos, de aquellos mercados que deseamos penetrar. Sea que tengamos con ellos tratados de libre comercio o no. Porque si indagamos y mejoramos, innovamos o creamos lo suficiente, siempre podremos conseguir lo que han alcanzado los productores de aguacates mexicanos.

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