¡Ah, la prensa!

¡Ah, la prensa!

Tengo la experiencia, por mis buenos años, de que sólo queremos recordar lo que nos es grato y por eso, en muchos casos, nos equivocamos al juzgar el pasado.

Últimamente se agudizan los horrores que publican los diarios impresos, los digitales, las revistas, hasta los anuncios publicitarios,  confeccionados con tiempo de anticipación y donde deben participar conocedores del idioma.

No es sólo en la prensa o panfletos, vallas y otros medios de publicidad donde se cometen barbaridades, hay que escuchar cuántos yerros cometen algunos jóvenes periodistas mal informados, poco informados o desinformados, cuando presentan noticias, ya sea en vivo o en cabina.

Recuerdo cuando metía la cabeza por la ventana de la imprenta del señor Adrián Bidó o en la del señor Altuna, allá en la Barahona de la década de 1950.

Luego mi profesor Rafael Molina Morillo me llevó a ver el procedimiento que se empleaba para confeccionar una galera de plomo que, colocada sobre otras, formaban los párrafos y se ofrecía la noticia; por ahí comencé.

Cuando trabajé periodismo radial y transmitía en vivo, me cuidé de pronunciar correctamente las palabras y escribía las noticias con más esmero, para que los locutores no se vieran frente a una palabra poco usada o de difícil pronunciación.

Recuerdo con mucho cariño las discusiones que sostuve  con Juan Ducoudray, Milagros Germán y Leonel Concha, correctores que conocían su oficio. Eran los tiempos en que todavía la gente decía: es cierto, lo dice el periódico.

Hay “periodistas” que hablan y escriben con un desparpajo tal que no merecen estar frente a una cámara de televisión o escribir en un periódico, sin que haya un corrector de estilo que revise, adecue, organice gramatical y estilísticamente.

Me preocupa cómo se permite que “periodistas” erosionen la credibilidad de la prensa con sus meteduras de pata por desconocimiento de las personalidades, de la historia, de la literatura, en fin, por sus múltiples fallas que no se ocupan de corregir.

Cualquiera preferiría escuchar las historias,  pero se sufre ante las faltas de ortografía verbales, con una pronunciación infame y una elocución que mejor no insisto en la disección.

Este artículo puede parecer una tontería para aquellos que no saben  que el mejor medio de entendimiento es la palabra, para transmitir conocimientos, vivencias, historias, presentes.

A más de la desconfianza en el mensaje pútrido que emiten algunos que son más negociantes que comunicadores, también está la inseguridad en si la palabra empleada es la correcta.

Si lo que se informa es incorrecto, no se informa, se deforma, pero, lo moderno es…no importa, es lo moderno. 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas