Ahí tendremos que llegar

<p>Ahí tendremos que llegar</p>

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Los haitianos han estado en el territorio dominicano en distintos momentos de nuestra historia. Pero de manera persistente y creciente desde principios del siglo pasado, cuando los norteamericanos se dieron cuenta que con ellos la producción azucarera era más rentable que con los negros cocolos y los boricuas. Desde entonces casi el 100% de los cortadores de caña son haitianos o descendientes de éstos.

Con el correr del tiempo, sobre todo a partir de mediados de los años 70, los braceros haitianos descubrieron su valor en las plantaciones de arroz, de café y de cacao y comenzaron a emigrar hacia estas actividades. Años después, su utilidad los trasladó, de manera masiva, hacia la industria de la construcción, y ahora están, literalmente, en casi todas las actividades productivas de la nación. No se trata, como puede apreciar cualquier persona, de un fenómeno unilateral. Los haitianos fueron aceptados por los propietarios de los ingenios azucareros, incluido el Estado dominicano, por los dueños de grandes plantaciones de arroz, de café y de cacao, y por los empresarios de la industria de la construcción.

Ahora los haitianos venden dulces en las esquinas de las calles y avenidas de las grandes ciudades, venden tarjetas telefónicas, lavan vehículos de motor, laboran en estaciones gasolineras, muchas de estas mujeres sirven como domésticas en casas de familias, etcétera. En cada caso, el fenómeno es igual: ofertan su mano de obra y unos empresarios las aceptan.

Más de uno de nuestros estudiosos del fenómeno migratorio ha demostrado que en algún momento los braceros haitianos fueron un factor de acumulación de capital a favor de los propietarios de la industria azucarera. O sea, la afirmación de que el haitiano solo viene a buscar una manera de vivir mejor que en su país es parcialmente cierta. La otra cara de la moneda es que vienen a contribuir a producir riquezas, como lo hacen todos los migrantes del mundo.

Ahora los haitianos que viven en la República Dominicana son tantos, quizás más de un millón, que muchos criollos se sienten abrumados y las autoridades pegan el grito al cielo por la cantidad de recursos financieros que tienen que disponer a su favor. Probablemente la queja es válida, pero no deja de ser hipócrita. ¿Por qué hipócrita? Sencillo: porque el patrón migratorio de Haití hacia la República Dominicana indica que el mismo tiene una racionalidad y que contaba con una anuencia implícita de las élites económicas y de la sociedad en su conjunto. 

En otras palabras, ni el Estado, ni  los intelectuales, ni los políticos, ni los empresarios, nadie, puede actuar como si la inmigración haitiana le fuera ajena.

Ahora bien, ¿qué hacer, entonces? Como el espacio es el que manda, lo trataremos en nuestra próxima nota.
bavegado@yahoo.com

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