CARACAS .— En medio de un estrecho y polvoriento callejón de un barrio pobre del este de Caracas, camina presuroso el concejal opositor Miguel Castillo. En los brazos carga a un delgado niño, que se abraza a él cual si fuera su tabla de salvación.
Llegan hasta el estacionamiento de una vivienda donde se ha instalado un comedor popular con mesas y sillas de plástico. El político llevó al pequeño Tomás, de seis años, para unirse a casi un centenar de otros niños, tan o más delgados que él que esperan ansiosos los platos de sopa de carne de res con arroz para almorzar.
Desde el mes pasado, el concejal Castillo ha sumado a sus actividades políticas la coordinación de un grupo de voluntarios para montar un comedor en la barriada de las Minas de Baruta, en el que niños como Tomás pueden comer una vez al día, de lunes a viernes, en momentos en que Venezuela enfrenta un agudo desabasto de alimentos y una galopante inflación que han afectado la alimentación de millones en medio de su peor crisis económica y política de la historia reciente. Al lugar sólo acceden pequeños previamente diagnosticados con desnutrición y sus hermanos, por el riesgo a sufrir esa misma condición.
“Nunca me lo imaginé que mi país iba a estar así”, dijo Castillo. “Había qué hacer esto porque los niños se desmayan”.
Varios miembros de la oposición han emprendido en las últimas semanas diversos proyectos sociales, como el de comedores populares, en lo que algunos ven como un intento no sólo de ayudar a la gente, sino de reconectar con una población que no siempre les ha dado su apoyo o se los ha retirado.
Y es que, agobiada por fracturas internas, la oposición ha padecido no sólo derrotas en los comicios regionales y municipales, sino también un creciente descontento no sólo entre sus seguidores, sino en varios sectores de la sociedad.
El comedor de Minas de Baruta, en el estado central de Miranda, fue impulsado por el líder opositor y excandidato presidencial Henrique Capriles, a partir de donaciones de empresas locales y venezolanos que viven en el extranjero. La iniciativa se ha replicado en el estado costero de Vargas, y en otras dos localidades de Miranda, y la oposición espera lograr extenderla a otras partes del país en los próximos meses.
Durante los 14 años que gobernó Venezuela hasta 2013, el fallecido presidente Hugo Chávez centró su atención en sectores pobres, donde concentraba su mayor respaldo político, y creó numerosos programas sociales, conocidos como “misiones”, para ofrecerles atención médica gratuita, alimentos a muy bajos precios, viviendas y becas para las madres. Su sucesor, Nicolás Maduro, ha mantenido en sus casi cinco años de mandato los mismos programas y ha creado otros para dar alimentos a los más necesitados.
Chávez y Maduro han sido calificados como “populistas”, en buena parte por los programas para los pobres, pero la oposición rechaza que el plan de comedores comunitarios sea una iniciativa similar. Capriles dice que desde que fue gobernador en el estado central de Miranda (2008-2017) siempre buscó ayudar a los demás, sin esperar a cambio ninguna lealtad política.
“Yo no soy el político desconectado, yo nunca lo he sido y nunca he estado aislado de la realidad de la gente a la que yo sirvo”, dijo a The Associated Press.
Esta es una de las pocas ocasiones que se ve en el comedor al pequeño Tomás, donde comerá con los otros menores que como él libran una batalla contra el hambre. Debido a una recurrente fiebre y a una debilidad en las piernas, los voluntarios del comedor suelen llevarle la comida hasta su cama.
Dirigentes y congresistas opositores, algunos de ellos médicos de profesión, también han comenzado a llegar a barriadas pobres de Caracas y el interior del país para dar atención médica gratuita a niños y ancianos en situación de pobreza, que según un estudio de las tres principales universidades del país en 2016 afectaba al 82% de la población. El último reporte del gobierno, de 2015, señaló que la pobreza era de sólo el 33%.
Bajo una carpa y alumbrando con la luz de su teléfono móvil, el diputado de Voluntad Popular y nefrólogo, Winston Flores, revisa la garganta de una anciana, en medio de un improvisado campamento que su partido instaló en una calle de una barriada pobre del estado Vargas. Para él, llevar alimentos, medicinas y atención médica a la gente más necesitada es “hacer la política de otra manera, la política de las soluciones”.
Flores dijo a la AP que con estas iniciativas la oposición aspira a ayudar a los sectores pobres y crear conexiones con los venezolanos, para impulsarlos a reclamar sus derechos.
Para algunos analistas, sin embargo, las más recientes estrategias para acercarse a la gente no necesariamente ayudarán a la oposición a superar las crisis por la que atraviesa, incluida las fracturas entre distintos partidos que forman una coalición.
El director de la consultora local POLITY, John Magdaleno, consideró que hasta que los líderes de la oposición no se ponga de acuerdo, las “probabilidades que iniciemos una transición hacia la democracia son mínimas”.
En 2018, de hecho, la oposición enfrentará un importante desafío: elegir a un candidato que pueda aglutinar el apoyo popular para enfrentar el próximo año al oficialismo en unas elecciones presidenciales en las que presidente Nicolás Maduro figura como el eventual candidato.
Desde la reja del comedor en Minas de Baruta, Ester Rodríguez, una desempleada de 37 años, observa comer a los niños mientras aguarda el turno de las 12:30 de la tarde para que sus cuatro hijos -de 4,8,6 y 11 años- pasen a almorzar.
“A mis hijos no les he dado nada desde ayer en la tarde”, confiesa, mientras mira hacia el suelo. “Este comedor es muy bueno. Es lo único que tienen mis hijos. Yo puedo aguantar (el hambre), pero ellos no”.