Ahora que comienza el pontificado
de Benedicto XVI…

Ahora que comienza el pontificado <BR>de Benedicto XVI…

REGINALDO ATANAY
NUEVA YORK.- Se ha diseminado, «como quien no quiere las cosas», una bruma de opinión negativa, sobre la persona y obra de Su Eminencia, Joseph Ratzinger, quien al ser escogido como sucesor a la Cátedra de San Pedro escogió el nombre de Benedicto XVI, y como tal, de ahora en adelante recibe el título litúrgico romano de Su Santidad.

Al nuevo Pontífice no le será fácil el reinado que comienza, porque su antecesor inmediato, Juan Pablo II, diseminó en el planeta una simpatía tal que líderes y feligreses de todas las otras religiones (algunas de ellas tradicionalmente adversas al catolicismo romano) han hecho pronunciamientos elogiosos sobre la persona y obra de aquel jovial pastor polaco.

Claro, que no todo lo que se ha dicho de Juan Pablo II es positivo; se han levantado voces que denuncian al extinto Pontífice, como una especie de entorpecimiento a la liberalización de la Iglesia. Le recriminan su férrea oposición al aborto, y sobre todo, su apego a los principios fundamentales que ha sostenido por casi 2 mil años, la iglesia que él dirigió.

Algunos se han atrevido a decir que su papado contrarió los principios y cambios que a comienzos de la década de los 60, impulsó Juan XXIII, llamado «El Papa Bueno» y quien convocó al Concilio Vaticano II, el cual hizo cambios fundamentales, en muchas de las prácticas del catolicismo romano.

Con todo eso, y otras muchísimas cosas más que han dicho sus adversarios, la figura de Juan Pablo II emerge desde el otro lado de la vida, con una intensidad tal, que hay demanda nerviosa de que su sucesor lo proclame beato ya, sin que se cumplan los procedimientos que en esos casos mandan las leyes de la Iglesia.

Juan Pablo II dejó de lado la tiara, como lo hizo su antecesor inmediato, Juan Pablo I, y viajó el mundo entero con su sotana, esclavina y solideo blancos, dibujando siempre en su augusto rostro una sonrisa paternal la que, por los achaques y dolores de sus enfermedades, fue tornándose casi como mueca, a medida que el sufrimiento lo empujaba a la tumba, lo que él aceptaba con paciencia benedictina.

Durante el reinado de Juan Pablo II, Joseph Cardenal Ratzinger fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la misma organización conocida, en el Medioevo, como la Santa Inquisición, entidad que propició el sacrificio tortuoso y la muerte de muchos seres humanos que, a juicio de quienes entonces componían aquel tribunal eran «herejes». Y lo siguió siendo, hasta que sus colegas del Sacro Colegio Cardenalicio lo escogieron como el Papa Número 265.

Ratzinger fue «mano derecha», hasta su muerte, de Juan Pablo II.

Juan Pablo II, a nombre de la Iglesia, pidió perdón a la humanidad por las atrocidades que cometió la Inquisición; por las barbaridades que infligieron contra los judíos, y contra científicos, siendo entre ellos el más notable, Galileo Galilei, cuyos restos reposan en las entrañas de la Basílica de la Santa Cruz, en Florencia, Italia.

Y al lado de Juan Pablo, estuvo siempre Ratzinger.

Al nuevo Papa lo sindican «de línea dura», de «conservador», y se han hecho pronunciamientos en el sentido de que el nuevo Pontífice podría deshacer los vínculos de afecto fraterno que su antecesor creó con los de otras religiones.

Benedicto XVI se ha apresurado en informar que seguirán las buenas relaciones con las otras religiones; que trabajará con los demás por la hermandad y la paz.

Tiene, de frente, problemas tan serios, como la demanda de que los sacerdotes, como en los tiempos primarios de la Iglesia, formen su hogar; que tengan mujer, hijos, como lo tuvo Simón, a quien Jesús le cambió el nombre por el de Pedro, y se constituyó en el primer Papa.

Tal demanda, deberá tener grande atención del Romano Pontífice, en estos tiempos en que las vocaciones sacerdotales van escaseando, y cuando en distintos lugares del planeta se hacen denuncias de violaciones a menores de edad por algunos sacerdotes.

Algunos teólogos han propuesto que la Iglesia permita que sus sacerdotes se casen y que también, los curas que se sientan inclinados al celibato, que así lo hagan, pero por voluntad propia; no por imposición eclesiástica.

Eso, será un gran material de estudio para Benedicto XVI, como otras modificaciones más, que sean acordes y en consonancia con los tiempos que están llegando…

Para la meditación de hoy: ¿Recuerdas el saludo que daba Jesús? El decía, cuando llegaba a cualquier reunión, o cuando iniciaba una conversación: «La paz sea contigo». Ese pronunciamiento es una invocación a la paz, para que se haga presente en el sitio y alrededor de donde se pronuncia. Recuerda que la paz que tú quieres, que ansías, ha de comenzar en tí mismo. Y desde tí, irradia esa paz provocadora de amor, entendimiento y fraternidad. Ese es uno de los principios básicos de la doctrina del autor de El Sermón del Monte.

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