Ahora que he vuelto, lector

Ahora que he vuelto, lector

Tras regresar de la pausa que impone cada año la faena diaria, encuentro a la sociedad dominicana sumida en sus mismas preocupaciones, en sus llantos y afanes por sobrevivir ante las grandes carencias.

Advierto que no hemos avanzado nada, parecemos detenidos en los padecimientos, anclados en el tiempo de las penurias, de las ansias, de los ancestrales males que agobian a la nación.

Observo un pueblo extenuado, cansado e indefenso ante las muchas promesas incumplidas.

Entro en contacto con un país abrumado, aparentemente vencido por la desmoralizante corrupción y las injusticias sociales; y lleno de temores por la violencia y los actos inmorales.

Las comunidades anhelan que se les escuche, que el desamparo no constituya su única aliada al amanecer y al caer las noches.

 Las querellas políticas se tornan insuperables, las posiciones se asumen de difícil solución y los actores principales de la política lucen más empecinados en sus logros personales que en la superación de los enormes males que padece la población.

Percibo que se requiere un gran compromiso de los más amplios sectores nacionales por una transformación de las actuales ejecutorias.

Acepto que son amplias las necesidades y limitados los recursos, pero se puede lograr bastante con la única decisión de dar prioridad a aquellas demandas que en materia de salud, educación, seguridad y empleo piden a gritos las comunidades más apartadas.

El país precisa de una gran cruzada moralizadora, de un acuerdo tan amplio como sea posible, para restaurar la fe perdida por las repetidas promesas que nunca llegan a materializarse.

Toda la colectividad será beneficiaria de un firme esfuerzo por cambiar el rumbo actual.

Solo faltan iniciativas y la voluntad política para que podamos disfrutar de una mejor República Dominicana.

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