Ahora que vino Dean

Ahora que vino Dean

 TONY PÉREZ
Pedernales sufre una historia de funcionarios mudos. O  tan tímidos como un enamorado que pese a su febril pasión es incapaz de manifestar sus intenciones a la pretendida. En los reclamos de soluciones para la comunidad, siempre los vemos en la última fila del teatro de las decisiones del poder. Cuando los vemos.

Esa indiferencia o indolencia ha sido mi pesadilla de pequeño, que me renovó hace algunas horas un amigo profesor mocano acostumbrado a las cosechas de las ubérrimas tierras del Cibao.

Cuando nos topamos en los pasillos, me enrostra el carácter macondiano que, para él, tiene esta provincia fronteriza: distante, olvidada, seca, árida, calurosa, de gente carcomida por la pobreza y adormecida por la viveza de unos cuantos oportunistas o simuladores de amor por ella. En pocas palabras, apta para el contrabando y las mafias.

Quiero creer que mi amigo exagera la nota y que sus observaciones son más en broma que en serio. Algunas razones le concedo, sin embargo.  

Porque no es otra cosa que indiferencia e irresponsabilidad de los gobiernos nacionales y locales la causa principal del destierro de una comunidad que en cuestión de algunos años pasó de heroína a villana.

De poseer pleno empleo por sus ricas minas de bauxita, pasó en los ochenta a un pueblo desnutrido, desempleado, lleno de miseria y de heridas a la tierra que jamás han podido sanar.

La minera estadounidense Alcoa hizo lo necesario para mantener su imagen hasta la hora de su salida, pero ni siquiera como agradecimiento intentó dejar allí una empresa productiva que amortiguara el impacto de su partida cuando el negocio fuera tan rentable. Las autoridades tampoco lo exigieron.

Producto de ese tormentoso vacío, hace cerca de un lustro que el Gobierno dio hasta el cielo a una cementera que muchos defienden hasta la muerte, aunque destruya manglares y todo el entorno del paraíso que llaman Bahía de las Águilas, la playa que asaltaron vivos apoyados por mañas oficialistas y es la esperanza de vida de los lugareños. El camino del comercio legal con Haití es un abrojal. Es vulnerable, con pocas perspectivas de desarrollo por la pobreza binacional. El  ilegal, un paquete con todo incluido, es potente y lo hacen los dueños del dinero que solo dejan en la comunidad las chiripas para mantenerse con buen ratting en el pueblo.

El servicio de agua es malo. Hace dos décadas se inventaron un acueducto que solo funcionó en los planos, si los hubo, y las mentes de los funcionarios. No recuerdo cuál fue el costo de esta «monumental obra»; si sé del alto precio social que ha tenido en los seres humanos que habitan esa tierra. Por el chorrito de agua que llega a las tuberías de algunas casas, abundan las enfermedades hídricas.

El pueblo creció hacia el oeste y el norte con la anuencia de las autoridades locales de hace cinco años; dicen que la cercanía con una frontera libre era la meta. Y la alcanzaron. Buscadores de fortunas fáciles llegaron de otras provincias y desparramaron una ranchería nunca antes vista, como nunca se había visto la delincuencia, el consumo de drogas y el VIH.

La luz no es mala. Pienso que es la mejor oferta del país, si las plantas funcionan y hay gasoil. Pero es malísimo el alumbrado público. Hace tanto tiempo que no cambian las lámparas, las cuales durante las noches parecen velas de centavos, evocan un desfile de luciérnagas.

Un infierno es la carretera Pedernales-Barahona. Averno agravado  por la desatención a los daños provocados por el huracán Georges, hace nueve años.  El tramo hasta Oviedo fue construido por habitantes de la zona a pico, pala y machetes durante la primera mitad del siglo XX. Por falta de tecnología apropiada, ellos siguieron la ruta de los animales. El resultado fue un laberinto que podría servir para torturar a asesinos múltiples y ladrones dignos del cementerio. A partir de Oviedo, los puentes rotos y abandonados hablan solos. Pese a ese drama, Obras Públicas ni mira para allá.

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