Ahorcadura judicial

<p>Ahorcadura judicial<br/></p>

SERGIO SARITA VALDEZ
La pena capital vigente todavía en algunos países tales como Egipto, Japón, Jordania, Paquistán, Irán y los Estados Unidos, entre otros, es sin embargo rechazada y repudiada por la inmensa mayoría de las naciones del mundo. Varias son las modalidades utilizadas en tan nefasta tarea entre las que se incluye la electrocución, el envenenamiento, el fusilamiento y la ahorcadura.

La asfixia por ahorcamiento es la forma más antigua de ejecución practicada de inició en la antigua Persia hace cerca de 2500 años. Solo los hombres eran sometidos a este tipo de muerte, en tanto que a las mujeres se les estrangulaba. Hasta final del siglo XIX casi todas las personas condenadas a la pena máxima eran colgadas.

El mecanismo del fallecimiento en estos casos comprende fractura de vertebras cervicales, laceración y contusión de la medula espinal, compresión de los grandes vasos del cuello, estrechamiento de las vías respiratorias, así como rotura del hueso hioides y los cartílagos de la laringe.

Para que la asfixia mecánica pueda ser catalogada como ahorcadura se requiere una serie de condiciones que son consideradas indispensables. Ellas son: una cuerda, soga, alambre, o cualquier tipo de objeto flexible y resistente capaz de ser colocado alrededor del cuello de la víctima y permitir la suspensión del cuerpo sin romperse. La soga debe estar atada a un punto fijo para que la tensión del peso corporal ejerza la presión suficiente en el cuello como para interrumpir el flujo de aire hacia los pulmones y la circulación cerebral.

Inglaterra y Estados Unidos tienen vasta experiencia en la condena de centenares de individuos a la horca. A pesar de la repulsa pública cada vez que un tribunal dictamina la condena de muerte para un ciudadano, la misma no ha servido para abolir este cruel castigo El ejemplo más acabado lo tenemos en la decisión de ahorcar al pasado Jefe de Estado iraquí Saddam Hussein. Tan pronto se dio la noticia de su muerte y se transmitieron las horrendas imágenes del video mostrando la fría acción homicida, desde los cuatro puntos cardinales del planeta surgieron voces de repudio por tan barbárica conducta.

Amigos y enemigos, simpatizantes y opositores del otrora mandamás iraquí condenaron la ejecución que más que un acto de justicia lucia ser una acción vengativa. El morbo televisivo y de la Internet no lucía saciado pues se repetían sin cesar las imágenes dolorosas y siniestras del proceso mediante el cual unos hombres desalmados se encargan de ponerle fin a la vida de uno de sus semejantes.

Vuelve a resucitarse la casi olvidada ley del Talión que se resume en la frase bíblica de “Ojo por ojo y diente por diente”. Olvidan los verdugos que con la misma vara con que ahora ellos miden a su enemigo con esa misma regla serán ellos medidos. Es probable que tampoco recuerden aquel sabio refrán que dice: “El que a hierro mata a hierro muere”.

Venganza no puede ser sinónimo de justicia. El odio no debe anidar en el corazón del juez al momento de emitir una sentencia. Ignoran los matarifes que la ley del péndulo tiene su expresión social y que una gran cantidad de los procesos que se generan en el entorno social se vuelven de doble vía. Saddam Hussein no fue ni puede ser santo de nuestra devoción, tampoco tiene lógica venir en defensa de un muerto que en vida ordenó otras muertes, pero como hombre de cultura cristiana favorezco el perdón a la matanza vengativa.

El mundo al cual aspiramos para las venideras generaciones es uno lleno de paz, amor, concordia, bienestar y prosperidad para todos los hombres y mujeres de bien que pueblan la tierra. Soñamos con imágenes de abrazos fraternos, sonrisas amorosas, manos constructoras, ojos sin malicia, lenguas de bendiciones y cuellos sin sogas.

Jamás podrá convertirse en fuente de alegría el dolor y el martirio de mi oponente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo ordenó aquel hombre que una vez cargó la cruz al calvario. Una de sus últimas frases habrían de ser: “Padre, perdónalos que no saben lo que hacen”.

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