Aída Cartagena Portalatín, reconocida crítica y ensayista

Aída Cartagena Portalatín, reconocida crítica y ensayista

Han pasado diez años de su muerte y sin embargo, el recuerdo de Aída Cartagena Portalatín está vigente en sus cuadros y esculturas, en la rica biblioteca, en las diversas ediciones de las obras que dejó escritas, en el corazón de doña Olimpia, la hermana menor que se conmueve y llora al evocar los últimos días de vida de la rebelde intelectual que antes de partir al otro mundo pidió la comunión y un sacerdote que le administrara los Santos Óleos.

“Fue un momento muy fuerte, conmovedor, no lo esperaba”, confiesa enjugando el llanto de sus ojos.

Los críticos y estudiosos de las letras y el arte dominicanos conocieron y promovieron la escritora, maestra, antropóloga, poeta, novelista forjadora de escuelas literarias. Doña Olimpia refiere la vida personal y familiar de la primera hija de Felipe Cartagena y de Olimpia Portalatín que comenzó muy joven su actividad productiva tecleando a dos dedos en la vieja maquinilla del padre, redactando las actas notariales al reputado abogado mocano.

El trabajo, la enseñanza, escribir y educar a sus tres sobrinas: Mayra, Ana Olimpia y Manuela, fueron el motivo de la existencia de Aída. “Mi hermano Manuel murió en un accidente de aviación, y Flor, su esposa, y Aída se hicieron cargo de ellas hasta que se independizaron”, cuenta doña Olimpia.

Entre las dos hermanas hay una diferencia de catorce años. Aída nació el dieciocho de junio de 1918 y salió a estudiar para Santo Domingo dejando muy pequeña al “nidal” de los esposos Cartagena Portalatín. Aun así, doña Olimpia tiene noticias del periodiquito que la primogénita fundó en Moca, junto a Julio Jaime Julia, de su elección como Novia del Periodismo, de los amores que dejó truncos tras abandonar el pueblo, de las amigas de infancia: las Villavizar, Guzmán-Comprés, Lara-Rojas…

Fue en la madurez cuando las dos hermanas vivieron mayor acercamiento aunque doña Olimpia confiesa que el temperamento de Aída era diferente al de sus hermanos Marina, Felipe, Manuel, Antonio, Tatica y al de ella misma. “Nosotros nos damos, somos muy abiertos, Aída era más reservada pero, contrario a lo que puedan imaginar, era muy cercana con la familia y se preocupaba por todos. Se enfermaba uno y ella era la primera en asistirlo y no se iba hasta que sanara”.

Reconoce, empero, que la versátil profesional vivía inconforme, quejosa, sublevada. “A mí me faltó ser capitaleña y ser política para que me reconocieran en este país”, repetía a doña Olimpia, quien destaca los obstáculos que debió enfrentar la singular crítica y ensayista para imponerse en la sociedad. “Le costó mucho, no era la época de ahora”, señala.

Fue una insurrecta, también, cuando manifestó su oposición a la tiranía de Trujillo. “Por un artículo que escribió contra el régimen, mi hermano Felipe, que estaba en Europa, perdió su puesto. Nunca más se manifestó públicamente pues mi otro hermano era militar, al igual que mi esposo y ella debía ser cautelosa”. Doña Olimpia estaba casada con el general Abraham Joaquín Méndez Lara. Aída declaró en vida que debió escribir un poema laudatorio al dictador, obligada, fueron a solicitárselo en su lecho de enferma.

A los relatos y las lágrimas de la afable dama acompañan las fotos de la incansable viajera e inagotable investigadora histórica que fue la ilustre hermana. En los viejos álbumes se le observa de visita por Europa, América, en plazas, palacios, iglesias, universidades, o en campos y aldeas dominicanos explorando en cuevas, identificando lugares y piezas taínas, leyendo, escribiendo a máquina o a mano. De la Danae, donde vivió junto a su hermano Manuel y a su tía Altagracia Portalatín viuda Bonilla, o de la José Joaquín Pérez, se trasladaba a estudiar a la escuela Normal, a cumplir con su trabajo en el Seguro Social, la UNESCO, la Universidad de Santo Domingo, la oficina del ingeniero Rafael Bonnelly… “Se buscaba mucho la vida”, relata doña Olimpia.

Con los sobrinos era jocosa, amena. Gustaba compartir pero no admitía irrupciones en su vida de escritora indiferente hasta al alimento cuando las ideas le llegaban fluidas. Los Cacaos y Cambita eran los refugios donde se retiraba a parir ideas y sólo aceptaba visitas previa invitación de su parte. En su último domicilio, el de la Rosa Duarte, se abandonaba a la escritura en un sofá. “Nunca comía”.

[b]Los últimos días[/b]

Justamente para la residencia de Olimpia caminaba Aída el día que un vehículo arrastró su cuerpo desde la acera, en la avenida 27 de Febrero. “No diagnosticaron nada de cuidado y salió a los pocos días pero luego pasó veintiún días interna pues se le detectó un coágulo. Hacía poco había regresado de poner un libro en circulación en Estados Unidos”.

Después la retornaron a la casa. Allí le pasaban oxígeno y llevaban la comunión a esta católica practicante que aun podía recordar sus misas dominicales en San Juan Bosco, preocuparse por el destino de sus cuadros y libros pero que más tarde “se desprendió tanto que le llevaron los ejemplares de su última obra y no los puso en circulación”. A pocos días de su fallecimiento, el tres de junio de 1994, perdió el habla.

Aída Cartagena Portalatín realizó sus primeros estudios en Moca. En Santo Domingo fue alumna del colegio Luisa Ozema Pellerano y concluyó el bachillerato en La Normal de Señoritas de Santiago. Obtuvo doctorado en filosofía en la Universidad de Santo Domingo y posteriormente viajó a París donde se diplomó en Museología y Teoría de las Artes Plásticas de la Escuela de Louvre.

Creó las revistas Brigadas Dominicanas y Baluarte. Publicó versos breves en La Poesía Sorprendida. Fue profesora de arte, arte colonial e historia de la civilización en la Autónoma y co directora y fundadora de La Isla Necesaria y creadora directora de la Colección Montesinos. Dirigió el boletín de la facultad de Humanidades de la UASD, donde fue, además, editora de Anales, órgano de esa academia.

Entre sus obras publicadas están Escalera para Electra, finalista del Premio Biblioteca Breve Seix Barral, de España. Víspera del sueño. Del sueño al mundo; Llámale verde. Mi mundo el mar. José Vela Zanetti (Monografía de arte). Una mujer está sola. La voz desatada. La tierra escrita, Elegías. Tablero. Yania tierra. Narradores dominicanos. La tarde en que murió Estefanía. En la casa del tiempo. Las culturas africanas: rebeldes con causa. Galería de Bellas Artes.

En el 2003, una calle de la urbanización La Castellana fue designada con el nombre de Aída Cartagena Portalatín.

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