Aisha  Syed “El violín es como mi corazón”

Aisha  Syed “El violín es como mi corazón”

Por Ailyn Hilario
Fotografías: Rubén Román
 
Proclaman a los cuatro vientos que es una joven prodigio y tienen toda la razón. Pero Aisha Syed Castro es mucho más de lo que la gente pregona. Detrás de los logros que ha obtenido como tocar frente a la realeza británica, ser la única latina admitida en la prestigiosa escuela Yehudi Menuhin, convertirse en la más joven y primera dominicana en tocar como solista invitada con la Orquesta Sinfónica Nacional, Aisha mantiene un poderoso sentimiento de humildad y amor a Dios.

“Una de las cosas más importantes es la humildad; si la pierdes, lo pierdes todo, porque uno no es nada. Sin Dios no somos nada”, reconoce la talentosa joven que salió del anonimato al debutar magistralmente en el 60 aniversario de la Orquesta Sinfónica Nacional, cuando contaba con tan solo diez años, casi once para ser precisos.

Aquella noche del viernes 3 de agosto de 2001, Aisha sorprendió a los asistentes al Teatro Nacional, con la ejecución del concierto para violín y orquesta en sol menor, Op. 26, de Max Bruch, acompañada del maestro Julio de Windt. A partir de ese momento, su carrera se pulió tal como se refina un diamante.

Su nombre, de origen árabe, significa “viva” y se caracteriza por ser valiente y emprendedora, que acostumbra a llegar hasta el final de lo que se propone como meta. El análisis de su nombre representa su verdadera esencia.

Descendiendo por las escaleras de la residencia de Margarita Copello, fiel colaboradora de su carrera musical, con un largo vestido gris y empuñando su inseparable violín, Aisha impregna con su sonrisa angelical un aura de paz a la locación.

Apoyado en medio del hombro izquierdo y su cabeza, Aisha posa el violín y desciende diagonalmente el arco, sujetado en su mano derecha, para dejarlo confundir entre las cuerdas y producir una relajante melodía que hipnotiza a quien la escucha. Así es ella, con su peculiar sencillez que deja huellas.

Un flashback de una carrera de grandes quilates

Al igual que los genios Mozart y Beethoven, Aisha inició en la música clásica antes de cumplir los cuatro años de edad. Para esa época tocaba la flauta. “Mi hermana tocaba violín y siempre que la veía practicando pensaba: ¡me encanta!, ¡Quisiera tocar ese instrumento!”, relata Aisha, quien comenzó formalmente las clases de violín a los cinco años.

Empezó a practicar en el Hogar de la Armonía, en Santiago, dos veces a la semana, con el profesor Henry Disla. Luego viajaba a Santo Domingo cada sábado a tomar clases con el maestro Caonex Peguero, “una persona divina, muy buen músico, a quien podríamos llamar parte de la familia” manifiesta, y añade que “él siempre ha tenido una visión muy grande de la necesidad de estudiar fuera. Gracias a él y a Dios pude iniciar mis estudios en Londres”.

Sus logros han conllevado numerosos sacrificios, como dejar atrás a su familia. “Fue muy difícil separarme tan joven de mis padres y mis hermanos que me quieren mucho, pero uno tiene que sacrificar muchas cosas si se quiere lograr algo grande en la vida”, reafirma con la rápida maduración de sus 16 años.

Esta intrépida y decidida joven arribó al mundo el 15 de septiembre de 1989 en el seno del matrimonio de la dominicana Carolina Castro y el pakistaní Sais Syed. Aisha es la segunda de cuatro hermanos: Sabah, Kabir y Kareem.

Creció entre el amor familiar y la disciplina, y se enorgullece al definir a sus padres como estrictos, pero aún así, reconoce que ellos han sido un gran apoyo a lo largo de su existencia.

Aisha no vacila en atribuir sus éxitos a Dios. “Cuando pienso en lo lejos que he llegado, dejo de hacerlo, porque es muy simple para mi cabeza. Sé que él tiene un propósito para mí”.

Al referirse a su vida en Londres, añade: “Tengo a Dios que me consuela, pero aparte de eso, todo el mundo en la escuela es igual que yo; se van fuera a temprana edad y tienen que madurar bastante temprano si quieren ser alguien grande dentro de la música clásica”. Y es justamente lo que ella planea conseguir.

Embajadora latina en Yehudi Menuhin School 

La Yehudi Menuhin School es una prestigiosa escuela británica, fundada en 1963 con el objetivo de que los niños con un don musical pudieran desarrollar su potencial.

Yehudi Menuhin, durante sus viajes alrededor del mundo, había visto las dificultades que los niños enfrentaban cuando estudiaban música y asistían a una escuela normal.

Duras audiciones para reconocer la habilidad musical y el potencial del candidato que debe tener entre 8 y 16 años, es el primer paso para entrar a la prestigiosa escuela.

Primero la audición general, que consiste en tocar dos piezas de diferentes períodos musicales y tomar varios exámenes; luego una evaluación preliminar con el Director de Música, a la que presentan una grabación en su instrumento primordial.

Los elegidos se quedan por varios días en la escuela y toman lecciones instrumentales antes de tomar la decisión final, basada en la evaluación sobre el potencial y el deseo del candidato en realizar un curso especializado.

Aisha, primera latinoamericana en ser admitida, superó todas las pruebas y consiguió una beca del gobierno británico a los doce años. Al cuestionársele sobre el particular, se queda pensativa varios segundos y responde: “Me siento muy bien al poder enorgullecer a mi país al ser la única latina allá, porque le estoy dando otra faceta a Latinoamérica. A mis compañeros les encantan los latinos porque dicen que son muy escandalosos, (sonríe). Me quieren mucho”.

Los mismos compañeros de Aisha se sorprenden de que alguien de un país del tercer mundo toque como ella. “Ellos no sabían que aquí existen violinistas”. Actualmente hay 60 estudiantes de música, de los cuales 15 son de violín, según la talentosa joven.

El mundo dentro de la escuela es muy competitivo, por ello Aisha es de pocos amigos. “En la escuela es muy difícil tener amigos en quienes puedas confiar, porque todos quieren, buscan y desean alcanzar el mismo éxito. Creo que la mejor manera de alcanzarlo es no confiar en la gente que quiere lo mismo que uno”, reflexiona.

Así como resulta difícil entrar en la escuela, también lo es aún más permanecer en ella, pues en la Yehudi Menuhin School reina la estricta disciplina. “Nos levantamos bien temprano, entre 6.30 a 7.00 de la mañana. Tienes que bañarte y cambiarte, porque a las 7.00 en punto se desayuna. Luego practicamos hasta las diez de la noche y se alterna entre lección académica y lección de violín”.

Allí tuvo que madurar prácticamente en la víspera de su adolescencia. “Cuando uno se ve solo en un país extranjero, se tiene que hacer las cosas por obligación, si no quiere caerse y morir ahí mismo. Eso es lo que te ayuda, mejor dicho, te obliga a madurar rápido” , relata.

Añade que “al principio fue duro tener que ocuparme de mí misma, de la ropa sucia, porque yo siempre dejaba las cosas para después y  se acumulaba todo, pero ahora yo estoy mucho más organizada”.

En la piel de la joven prodigio 

Sencilla, simpática, decidida y ambiciosa son adjetivos que recogen la esencia de esta intrépida joven, que a sus 16 años refleja la temprana madurez de quien se enfoca en alcanzar el éxito.

Su pasión por la música es para ella una necesidad primaria, como la alimentación. “Mis dos vicios en la vida son la música y la comida. Al igual que la comida, no puedo vivir sin la música”, confiesa con una tierna sonrisa en sus labios.

Sentada en un sofá, violín en mano, interpreta a “Carmen” de la ópera “Carmen”, del compositor español Pablo De Sarasate, la que tocó en su último concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional. Sobre De Sarasate afirma que se identifica con su música y le gustan sus composiciones de influencia gitana.

Cierra sus ojos y toca el violín. Las melodías empiezan a fluir hacia su cuerpo y se esparcen alrededor de la atmósfera, creando un sublime espacio atemporal. Bajo ese hipnotizador ambiente, que pareciera desterrado del globo terráqueo, Aisha deleita los sentidos de quien la escucha, sin importar si toca notas suaves, tristes o alegres.

“Me gusta todo y toco dependiendo de cómo me sienta, pero si por ejemplo es un concierto planeado, donde tengo que tocar algo rápido, siempre trato de recrear ese mundo para estar inspirada y poder hacerlo”, relata.

No hay dudas de su talento, ni de por qué la llaman “la niña prodigio”. Tampoco siente presión porque la nombren así, pues considera que “si la gente me ha llamado “niña prodigio” es por lo que cree, yo nunca he tratado de que me impongan un nombre, pero…bueno, sí, acepto el título”, dice con humildad.

A través del violín, su compañero inseparable, deja salir a flote sus sentimientos o estado de ánimo. “El violín es como mi corazón, de él sale todo lo que siento, lo que quiero expresar, o enseñar que he aprendido, no sólo por parte de mis mentores, sino de la vida”, manifiesta.

Admira a talentosos músicos como Heisel, Yehudi Menuhin (fundador de la escuela), “bueno, si comienzo a decir, no termino (risas)” a Johann Sebastian Bach y al célebre compositor  Ludwig Van Bethoveen.

Pero guarda una admiración especial por el talentoso violinista Nicolo Paganini, de quien se dice hizo un pacto con el demonio y su violín supuestamente encerraba el alma de mujeres de hermosa voz.

Aisha admira la perfecta ejecución que hacía el virtuoso violinista italiano, y decidió pactar con Dios, pensando en que “si Paganini fue el mejor violinista del mundo e hizo un pacto con Satanás, seré todavía mejor que él, porque tengo un acuerdo con Dios  y El está por encima”.

Precisamente para Dios compuso la “Canción sagrada”, con la que ganó el premio de composición Brackenbury. “Yo he hecho muy pocas obras, pero ya con este premio voy a comenzar y a incursionar más en la composición”, manifiesta.

Para inspirarse, cuenta que “a veces me llegan melodías a la cabeza y las escribo rápido; siempre así, rápido. Hay veces que estoy sentada, miro al cielo y la escribo”.

Sueños en espera de convertise en realidad 

Lo prioritario para Aisha sigue siendo su carrera profesional. Todavía le quedan dos años más en la Yehudi Menuhin School y desea en el futuro incursionar como solista, aunque su legado no se limitará a tocar, porque “quien toca, lo hace hasta que se muere”. Revela que “soy muy ambiciosa, quiero ser la mejor violinista del mundo entero, pero también quiero componer y dejar mi propia música, con mi estilo e influencia latinoamericana”.

No se precipita, sabe que antes seguirá con la licenciatura y luego un doctorado en música. A partir de ahí, desea lanzarse como solista internacionalmente, pero sólo “cuando me sienta lista, porque tampoco quiero hacer las cosas prematuramente”.

Hace varios meses fue seleccionada junto a siete músicos de la escuela para grabar un disco para la BBC en la Latin Studios de Inglaterra. “Grabamos dos piezas casi contemporáneas, que fueron del siglo pasado. Allí tuve la oportunidad de hablar con el presidente de la división europea de la EMI y me dijo que me quería ver por allá el próximo año y si Dios quiere los planes con EMI seguirán en agenda”.

Ante todos los logros que ha alcanzado en su corta existencia, se queda pensativa para decirnos que  “el logro más grande que he tenido es que la gente me quiere, me reconoce y le gusta lo que yo hago. Para mí lo más importante es que el público me reconozca y que le guste, no si voy a tocar aquí o allá, lo más importante es que a ellos le ha gustado mucho”.

Tiene los pies sobre la tierra, pues sabe que “quien realmente hace a los artistas es el público, si uno quiere estar de arrogante, lo pierde todo”. Y es que su humildad sale a flote en cualquier escenario, aunque esté con Phillipe Entremont, uno de los más grandes directores de orquesta, reconoce que es “muy privilegiada porque Dios me ha puesto en ese lugar, por lo que trato de aprender lo más que pueda”. Con los auspicios del Banco Popular, Aisha viajó a Francia, invitada por el maestro Entremont.

Se enorgullece del auge de la música clásica dominicana y el Festival de Música de Santo Domingo, lo que según ella, le da otra visión al pueblo dominicano. Opina que Carlos Piantini “es un maestro muy prestigiosa y la Orquesta Sinfónica Nacional es una orquesta muy grande, que ha crecido junto conmigo, mejor dicho que yo he crecido junto a ella”.

Su humildad, sencillez y templanza engrandecen aún más la carrera musical de grandes quilates de la joven prodigio que embrujó al mundo con su violín y quien sigue cosechando éxitos de la mano de Dios.

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